Opinión Nacional

La revolución de los fulleros

Mientras la pobreza sea el negocio de los gobiernos de turno, el sueño de nación que forjamos con sangre, pensamiento y corazón, seguirá doliéndonos y, al mismo tiempo estimulando nuestra conciencia reacia a mantener un orden constitucional que simplemente repite modelos esclavistas, colonialistas y castradores.

Para el 2020 se asegura el fin de la pobreza lo cual muchos seguidores del presidente Chávez acogieron con vítores y alharacas. Sí, se acabará la pobreza roída ella misma como el Catoblepas, aquel mitológico animal que se comía así mismo desde los pies. Se entiende por pobreza una situación donde impera la escasez. Algo muy distinto a los pobres, aquellos que viven dentro de esa inhumana vida. La pobreza es un precipicio, un bajo fondo. La pobreza tiene una estructura, muchas capas, se refriega en el alma como rémora. La pobreza es la esencia del mismo mundo. Es la plataforma que inspira el ingenio, aguza los sentidos y agudiza la vista. Los políticos por ejemplo, sin ella no harían los estrambóticos negocios que hacen al enriquecerse de la noche a la mañana, como ocurre hoy en Venezuela. Del mismo modo, no puede haber movimiento sin resistencia. Y el fin de toda filosofía es que hagas lo que hagas todo es vanidad. De allí que todo político sólo aspira a lo tangible y vive el hoy por hoy muy contario a su discurso. No le llaman la atención los enjundiosos tratados de moral que todos desdeñan por considerarlos escritos para los ángeles o seres superiores de otros lugares ajenos a la tierra. Pierden la memoria, la recuperan en período electoral.

El populismo, concurrente y alma del Gobierno revolucionario, tiene un carácter autoritario y personalista. A través del uso de prácticas clientelares para asegurar el poder, implanta de manera parcial un Estado de bienestar (misiones, Nude, expropiaciones) y estimula organizaciones populares como los sindicatos, cooperativas y, actualmente, da forma a las comunas cuyo fin, no sólo involucra la participación del pueblo, sino asegurarse, el “Estado socialista”, su permanencia en el tiempo.

Organiza la sociedad y lleva adelante un proceso de modernización o desarrollo lento, anárquico, personalista, Chavista, planeando la economía y la vida social para poder implantar El Socialismo del Siglo XXI, el cual es un avance en lo que respecta a la formación de la ciudadanía, aun cuando condena a una masa significativa de individuos al sitial de meros convidados de piedra.

Aquellos conquistadores, adelantados y encomenderos del Siglo XVI, que algunos historiadores satanizaron, como fue el caso de Bartolomé de Las Casas; o aquellos más dosificados por los castigos divinos que recibían por el mal proceder, como lo relató Francisco López de Gómara; y hasta los más justificados, según nos los presentaron Guillermo Valencia, Ángel César Rivas u Oliveira Lima, reencarnan en nuestros Gobernadores y Alcaldes de la Revolución Bonita. Vienen a nuestras provincias en período electoral, con sus trozos de escudillas, espejuelos, navajas y cursilerías para cambiárnosla por el voto.

A nosotros la ciudadanía sólo nos resta asumir la viveza india, inventarles un Dorado de ilusiones y mansamente, pintarles la paloma.

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