Opinión Nacional

La revolución de los vampiros

Una horda enfurecida de vampiros anulados y brutos, enceguecidos por la sombra que su jefe el Gran Vampiro proyecta cuando despliega sus brutales y babosas alas, solicitaba sangre, mucha sangre, como única panacea admisible para mitigar su sed de buena vida.

El Gran Vampiro pronunció ante ellos un discurso pletórico de promesas rojas. «La Sangre Prometida» nuestra tierra, paraíso donde hasta el más parásito de los vampiros beberá del codiciado néctar. Tronaron, entre los vampiros, chirridos emocionados ante la viabilidad de libar, al fin, del cáliz de la salvación. Exaltación, jolgorio, romería bermeja, aquel mitin de mamíferos nocturnos cristalizaba la euforia de una sociedad repentinamente caníbal. «La Sangre Prometida», himno revolucionario, sugería a la insaciada horda, una borrachera fantástica, la rumba líquida donde la suprema codicia: sangre, quedaría satisfecha.

Dos años que amparaban sus días y sus noches, el Gran Vampiro discurseó sin tregua. Sedujo prometiendo toda suerte de sangre: de políticos, intelectuales, religiosos, medios, empresarios, oligarcas, hermanos, periodistas, contrarevolucionarios, analfabetas y, por supuesto, la propia. Casi toda la sangre de la Venezuela consciente, más dulce y jugosa, se empinarían. Una descomunal ebriedad roja que sería promovida por el colmillo aguzado de nuestro Gran Vampiro, el charlatán mayor, a quien, de sólo imaginarse el espectáculo, le escurría una baba aceitosa entre las comisuras de su boca.

El rebose de avaricia sangrante excitó a tal punto a los vampiros que, de tanto chirriar y rebuznar en su júbilo atorrante, agotados, cayeron en un pasmoso embotamiento. Alelados, fracturados y —hay que exponerlo— embrutecidos, olvidaron cualquier indicio de hermandad sanguínea; sonámbulos hambrientos, decidieron ajusticiar lo que primero se moviera frente a ellos. Fue así como, «por casualidad», los que en principio cayeron fueron los más cercanos a su mirada, esto es: las cónyuges, los hermanos del alma y los amigos en la intimidad. Su sangre, «revolucionaria», exquisita al paladar insurrecto de los vampiros fue el primer manjar libado. Sí, como suele suceder en este tipo de procesos «históricos», la primera sangre derramada (dulce ambrosía) es la de los fraternos entrañables: Danton, Trotsky, el Ché-Cienfuegos, Arias-Urdaneta-Acosta.

La hambruna sonámbula, como era de suponer, tampoco respeto fraternidades en el caso de la «bolivariana» Revolución de los Vampiros.

Y muy pronto, aquel vehemente poblado de vampiros enceguecidos y brutos, que había recibido con júbilo la sanguinaria propuesta de inmolar cuanto ser vivo e inteligente caminase sobre la faz venezolana, tomó partido y exigió acción a su jefe. Ya no querían «Sangre Prometida», la querían mamada y consumida. Fue así como el poblado de vampiros, anulada su conciencia, ante la incapacidad de actuación del jefe (quien se relamía sus pesuñas y sus alas peludas), deseoso de batir su último dolor en el campo de batalla de la insensatez: Venezuela, sucumbió ante la promesa-tentación del Gran Vampiro y arremetió contra todo lo «vivo» sin recelo ni escrúpulo. De sus bocas satisfechas emergían coágulos negros de sangre negra, humor putrefacto de una sociedad enquistada desde hacía tiempo. Sangre vecina, sangre hermana, sangre propia de un poblado enaltecido en el bullicio, en la verbena de su propia consumición. Propia sangre succionada en el festín donde se celebró la defunción venezolana.

Por su parte, también como era de suponerse, el Gran Vampiro, reconocido zángano en el momento crucial y definitivo del arrostre campal, atrincherado en la Planicie de su propio temor, no pudo esconder el goce que su ineficiencia le había negado cuando observó a la horda de vampiros consumirse a sí misma hasta quedar desahuciada. Sus ojos ufanos y satisfechos brillaron. Había dividido para vencer y, ahora sí, con un poblado de vampiros desquiciado hasta el consumo, en la desolación y hasta la muerte o el olvido, su ley sangrienta imperaría…
Mundialmente a aquella alharaca, a la «gran mamada» venezolana, se le conoció como la Revolución de los Vampiros.

¿Es usted uno de ellos? Si es así, por favor indique, ¡urge!, ¿cuánta sangre metafórica o real desea?

(Nota como postdata reflexiva a los «tontines» revolucionarios. Me pregunto: ¿Revolución de qué y por dónde? ¿En cuál Venezuela desconocida que yo no conozca? ¿Qué cambió radicalmente? ¿Cuál costumbre o fechoría ha sido desvelada y penada? ¿En cuál plazuela fue colocada la guillotina? ¿En qué recóndito paraje rodó la cabeza de Luis XVI que no me enteré ni tuve la oportunidad de asistir al «espectáculo»? ¿Cuál canal de televisión transmitió el drama de las Instituciones Caídas o el de los Valores Trastocados, o el sepulcro de los Embaucadores Consagrados (yo veo aún la figura del vampirote Miquilena enarbolando la bandera del Cinismo Intacto)? ¿En qué país sucedió esto, dios mío, en cuál ciudad? Porque a mí, en lo que me asiste lo que veo y sufro, no me ha tocado otra revolución metafórica que no sea esta de vampiros alborotados, noctámbulos y cínicos.)

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