Opinión Nacional

La revolución del desengaño

El país trataba de entender quién lo llevaba para dónde iba. Había elegido Presidente a un paracaidista cuya virtud manifiesta había sido la de responsabilizarse de un fallido golpe de estado contra un aparato político que, como fruta podrida, caía por los efectos inevitables de su propia descomposición.

Los ciudadanos decidieron que el soldado de marras encarnaba sus esperanzas históricamente burladas y lo encumbraron en un torneo electoral donde con obligado cinismo los partidos mostraron el cascarón donde se habían incubado demócratas corruptos y envanecidos traficantes del poder.

El país se entusiasmó aun más con los términos de una nueva constitución que llamaba a la participación ciudadana y sucumbió a su encanto como quien frota la botella esperando la salida del genio regenerador. Pronto se inició el desengaño. El genio se negaba a salir para llenar con su presencia el vacío político creado por el derrumbe de la falsa democracia.

Ese vacío se fue llenando de soldados, nuevos actores y ductores de la dinámica nacional abanderados por el paracaidista presidente. La falta de materia gris fue encubierta por una boina roja y los Generales se posesionaron de las principales empresas del estado. El país sin boina roja se caló la boina negra de 1936 y salió en búsqueda de un liderazgo que le devolviera su espacio para participar abiertamente en la lucha política. Cuenta la historia que fue impresionante la marcha de multitudes armadas de banderas tricolores y de cómo estas movilizaciones humanas sirvieron a la soldadesca gobernante para practicar juegos de guerra. El presupuesto de la nación se consumió íntegramente en perdigones, bombas lacrimógenas y garrotes eléctricos.

La confusión de fines llevó a la mala utilización de medios. Los medios de comunicación ocuparon el lugar de los liderazgos de carne y hueso y los que fungieron de estos resultaron tener mas hueso que carne. Las voces de quienes predicaron la vía de las reales prácticas democrática y el uso de estrategias constitucionales viables se las llevó el ventarrón de la obcecación de unos y del oportunismo de otros. El país se convirtió en teatro de marchas y contramarchas que segaron vidas cuyos crímenes y siembras de odio se atribuían recíprocamente los contendientes mientras un tercero, a solicitud de ambos bandos, les sirvió de árbitro.En una espectacular operación de paracaidismo aterrizaron en una mesa doce ungidos por las circunstancias quienes se abrogaron la representación de unos 24 millones de marchantes. La maniobra mostró al país que no era muy participativa la democracia que ofrecía la constitución. A partir de un paro general, organizado para sacudirse a los boinas rojas se sucedieron una serie de paros de diversa índole que dejaron al país cocinando con leña y utilizando los caballos del hipódromo para transporte colectivo. De producir tres millones de barriles de petróleo por día el pais pasó a producir tres millones de banderas para las marchas y un millón de desempleados diarios. La capital de la repíblica bolivariana se transformó en un inmenso gallinero cuyos excrementos taponaron el Río Guaire, pero sirvieron para fertilizar las siembras de hortalizas en los jardines del Country Club financiadas por el gobierno. Los oligarcas residentes debieron inscribirse en los círculos bolivarianos para optar a los créditos y a las tarjetas de racionamiento. Fue eliminado el Banco Central al no quedar vestigio alguno de la economía formal. El PTB, para el común de la gente era simplemente el partido político del régimen: Partido de los Tirapiedras Bolivarianos, es decir, la organización que no dejó piedra sobre piedra en el Este de la capital porque las uso todas para acabar con la industria petrolera.

Los únicos privilegiados de la revolución resultaron ser los militares quienes pudieron al menos comprar alpargatas nuevas para el desfile del 4 de Febrero vendiendo los excedentes de perdigones y bombas lacrimógenas a la nueva republica revolucionaria de Brasil.

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