Opinión Nacional

La Revolución Soy Yo

El presidente Chávez se desliza, sin garbo, al tremedal. Al referirse a los trabajadores de Guayana y a sus demandas reivindicativas, ha aullado: “el que pare aquí una empresa del Estado, se está metiendo con el Jefe del Estado”. Como muestra de su decisión ha subrayado “ya yo enfrenté el paro de PDVSA, más grave que eso no puede ser. Ya yo estoy probado en esa guerra. Yo mandé a decir que las pararan todas, ya yo veré que hago. Pero eso sí, después me tendrán que soportar, porque se están metiendo conmigo directamente”. Amenazó también con militarizar el Metro de Caracas si los trabajadores siguen con las protestas. En pocos días de susto, debido a lo que se prefigura como reacción de los trabajadores frente al deterioro de sus condiciones laborales, Chávez ha reaccionado como todos los autócratas militares latinoamericanos frente a las demandas de los de abajo. Ya se alzó con la reelección perpetua y ahora que el petróleo entró en la peligrosa zona de las gallinas flacas, la esencia más íntima del régimen excreta su mortífera destilación contra la multitud que antes ensalzaba.

Los neoautoritarismos despliegan complejas tramoyas escenográficas para disimular su naturaleza, pero, al cabo del tiempo, se le comienzan a notar sus regularidades más esenciales. A la perorata sobre los pobres se le caen los afeites, y el colorete desteñido deja ver la contorsión de un rostro pavoroso: el de la represión que se esparce. No por casualidad el Presidente, en el marco de sus bravatas, afirmó que la DIM y la DISIP se ocuparán de investigar las protestas de los trabajadores. Es decir, la revolución aterrizó en la policía como herramienta disciplinaria. Es la sustitución de la ideología, por los tribunales; del debate, por el terror; del convencimiento, por el miedo. Así, se esparce democráticamente el espanto. Estos días ha añadido el homicidio de la descentralización.

La Teoría del Bagazo

Un afamado dirigente chavista sostiene, en privado, que Chávez se pasea por la comarca con un molino de caña, esparciendo bagazos por el camino, porque –según el maldiciente – carece de afectos y lealtades que rebasen el uso oportunista de sus amigos. La contabilidad emocional del jefe –sostiene- es completamente binaria: éste me sirve; éste no me sirve. Más allá de eso, no hay nada. Ni el manoseo indica amistad; ni las apelaciones a la condición de “hermano” o “camarada” tienen significado afectivo alguno.

El hombre ha desarrollado una percepción tan generosa de sí mismo que nadie es capaz de competir con él. No hay elogio ajeno que logre superar la buena opinión que tiene de sí, de su papel y de su liderazgo. Debe sufrir mucho por lo que aprecia como parquedad de los demás hacia él, porque es de los escasos jefes que se ocupa de recordar con cierta insistencia que es el jefe, el líder, el imprescindible; claro, modestamente, sólo por las décadas que corren.

Chávez no perdona a quienes han sido sus amigos porque casi siempre son los que conocen sus secretas debilidades. No soporta a alguien que haya sido generoso. No absuelve a quien alguna vez le haya visto miedo en su rostro y temblor en la rodilla. Se quiere vengar de Raúl Baduel, que sabe cómo huyó y fue el que lo empaquetó de regreso. Se quiere vengar de Tobías Carrero, que le tendió la mano y le mató el hambre. Se quiere vengar del capitán Otto Gebauer que lo vio disuelto en aguas. No perdona a nadie que le haya hecho un favor.

Sin embargo, lo que ahora ocurre con los trabajadores es mucho más que la apostasía de un oportunista. Es la traición esencial que porta una falsa revolución; es un autodesenmascaramiento; es la exposición de las desnudeces de un cuerpo contrahecho que había disimulado hasta ahora sus miserias debajo del oropel petrolero y la retórica ampulosa del personalismo. Chávez ha hecho una inestimable contribución a la revelación del bochinche que encabeza: la revolución socialista que, por definición es portada por los trabajadores, ¡ah, el proletariado!, ni es de los trabajadores, ni es revolución, ni es socialismo.

Que no hay revolución, sigue siendo un secreto, con la particularidad de que lo saben todos, principalmente los jerarcas oficiales. Uno de los que lo expresa mejor es el nuevo candidato a bagazo, el actual Vicepresidente Carrizales, que desde el anonimato en que se encontraba sumergido debido a méritos inescrutables, ahora emerge con el insulto a flor de labios y el radicalismo superficial de quienes no saben de qué se trata el asunto.

La Izquierda Atrapada

Para disfrazar de revolución la operación de captura del poder, los militares alzados recogieron a los grupos de izquierda que pudieron. No es nuevo el asunto. Ya Perón lo había hecho en su retorno al mando, como cadáver, en 1973, basado en una larga trayectoria de alianzas con la clase obrera. Cuando Perón vuelve al poder, su primera acción es deshacerse de la izquierda, la que, desconcertada, se lanza en varias de sus fracciones a una aventura costosa que termina con la orgía de sangre de los generales encabezados por Videla.

El “Perón con petróleo”, como ha sido llamado el frenético local, no tuvo nunca a los trabajadores organizados, aunque aseguraba representarlos; y tuvo la fortuna de haber tenido una credencial de izquierda dada por los desatinados criollos, jefes de los partidos zurdos, exiguos de militancia pero ávidos de poder. Estos partidos pudieron hacerse los locos frente a los militares golpistas porque Fidel Castro les allanaba el camino, al otorgarle a Chávez una credencial revolucionaria, que no se había ganado en la Sierra Maestra sino en el trasiego de recursos petroleros al ansioso Buró Político caribeño. Así emergió el Perón con petróleo y sin obreros.

Ahora, cuando el nervio militar ha sido expuesto, despojado de carnosidades ideológicas, la izquierda que queda alrededor de Chávez está en un brete. El hombre alcanzó su juguete preferido: la reelección perpetua; y en el marco de la crisis económica que encapota al planeta, el régimen se prepara para la represión. La represión política más acentuada, contra la disidencia; la represión económica, contra los empresarios privados; la represión social contra los trabajadores. Aunque el encuentro sindical plural del jueves pasado anuncia la horma del zapato para estos militares alzados.

La Mayoría de Chávez

El caudillo se despoja de los oropeles del guerrillero y asume el fusil del gendarme innecesario. Claro que hay gente que lo sigue, pero es indefinible el apoyo e incuantificable su volumen. Cabe recordar la proporción de partidarios de Pérez Jiménez que había en diciembre de 1957, para encontrar que el 23 de enero de 1958 se habían convertido en tres docenas de ex funcionarios. Siempre pasa y cuando hay revoluciones nonatas, suele ser peor. La Unión Soviética y la China roja lo atestiguan. El día que salga de Miraflores corre el riesgo de que sólo tenga como partidarios los que quepan en el avión. ¡Boligarcas, Temblad!

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