Opinión Nacional

La riqueza como espejismo

Navegando sobre las encrespadas olas de rumores que inundan todos los resquicios de nuestra anónima cotidianidad, resulta difícil percibir los temas de una agenda necesaria, que en lo económico, vaya más allá de las brazadas agónicas de una gestión ahogada por los problemas económicos y fiscales, pero fundamentalmente, por la incapacidad de crear consensos alrededor de un proyecto de país.

Preocupados (con innegable razón) en el desenlace de la actual coyuntura, olvidamos quizás los aspectos que recurrentemente han sido desdeñados por los sucesivos gobiernos. La economía no figuró entre las prioridades de la actual gestión, exceptuando las hermosas y utópicas tesis del inefable ministro Giordani, o de la exaltación del conuco como firme argumento de la futura revolución agraria.

El manejo del tema económico, fiscal, comercial o productivo por parte de la clase gobernante del país, materializado en la evolución y empeoramiento de los indicadores macroeconómicos y microsociales de la nación, no está desligado de las percepciones y valoraciones que en lo psicológico y cultural el venezolano le asigna a dichos asuntos.

En un reciente análisis realizado sobre diversos estudios de opinión conducidos por Alfredo Keller (El Nacional, 16-6-02) encontramos un resultado que expresa y refleja la tesis ya comentada. En uno de los trabajos de campo citados, el 85% de los consultados dijo que “Venezuela es uno de los países más ricos en el mundo”.

El mito de la riqueza nacional tiene inequívoca relación con la existencia, en nuestro suelo y subsuelo, de riquezas minerales, naturales, energéticas e hídricas, pero está matizada por la creencia o percepción de que la existencia de dichos recursos naturales, bondadosamente otorgados por la providencia, constituye razón suficiente para alcanzar un nivel prominente de desarrollo. El mito que durante nuestra historia colonial auspició la búsqueda de El Dorado, adquiere hoy en día nueva fisonomía en el petróleo, factor ambivalente de desarrollo y parasitismo económico.

La moderna teoría económica y gerencial, y específicamente la planteada por Michael Porter, sostiene la tesis de las ventajas comparativas, entendidas como el conjunto de atributos o factores que posee una unidad productiva o un país, y cuyo adecuado aprovechamiento y desarrollo las convertiría en ventajas competitivas. Frente a esta visión teórica, los recursos naturales constituirían entonces las condiciones necesarias pero en ningún momento suficientes para convertirlas en reales ventajas competitivas, si no existe un aprovechamiento adecuado y sostenible, una estrategia económica a largo plazo, y su explotación para crear condiciones favorables que impulsen procesos de desarrollo económico, social y productivo.

Eterno tópico de debate, permanente objeto de polémica, el facilismo, la dependencia de la renta petrolera y la percepción de una riqueza natural y automática que suele acompañarla, ante el cual el trabajo es mero estorbo, martirio o castigo, constituyen parte importante de nuestro acervo socio-cultural. La riqueza de una nación, el desarrollo económico, son producto de valores como el trabajo, la superación, el esfuerzo y el estudio, asumidos como fundamentos o soportes psicológicos y éticos de cualquier proceso de reforma radical en lo político, en lo económico, en lo productivo y en lo social.

Considerarnos ricos por naturaleza, sin ninguna otra obligación o esfuerzo de por medio, constituye un espejismo que nos impide ver lo necesario y trascendente en medio de lo urgente y lo inmediato.

Profesor de la UCLA
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