Opinión Nacional

La tercería silenciosa

La crisis venezolana seguirá inflándose hasta que haga
explosión finalmente con la secuela de su fatídico
desenlace de muerte y tragedia, si la agenda para
conjurarla permanece en manos de los actores radicales
tanto del gobierno como de la oposición, que por
desgracia son los que hasta ahora han llevado en un
juego diabólico y en ritmo tenebroso el destino y
suerte del resto de los venezolanos.

Aunque existe ciertamente, de uno y otro lado del
espectro político una incesante movilización en la
calle y la polarización pareciera ser el signo
dominante de estos tiempos en el país- lo que es en
muy buena medida verdadero-, sería insensato por falso
el asegurar, que todos los venezolanos sin excepción
atrincherados tercamente a sus radicalismos de sí
Chávez debe irse o seguir- de acuerdo a que se está a
su favor o en su contra -, ser ésta la generalizada y
común postura del universo de toda la población.

El que el proceso político actual, por la
extravagancia y singularidad de su conductor haya
incentivado la participación política en nombre de una
llamada revolución a niveles inimaginables (ya sea para
apoyarla o rechazarla) y sin antecedentes históricos,
no significa que en Venezuela no exista una legión
numerosa de compatriotas que no sienten filiación
alguna por los hechos políticos. Las razones de ese
abstencionismo son muchas y distintas y varían en cada
caso; pero lo cierto es que, esa gente percibe o
indiferencia o algo malo de la política, y en la
situación actual venezolana la están juzgando
perjudicial para sus intereses particulares como para
el país.

No se puede olvidar el hecho, de que las minorías
militantes por grandes que sean, hacen que su
activismo envuelva la apariencia que se fabrica de su
ruido una dilatación engañosa de su verdadero tamaño;
pero no solamente en relación a las concentraciones de
personas, sino lo que resulta peor, el que sus
actividades y opiniones se tomen como uniformes y
representativas de toda o la mayoría de la población.

Esa «tercería silenciosa» en las peligrosas y
controversiales circunstancias radicales que nos
rodean, de poder brotar desde las muy legítimas
arrecheras de su silencio, mucho podrían aportarnos
para lograr la síntesis, que más que urgente, luce
obligada como antídoto a la locura y comiencen por
transmitir la cordura necesaria que vaya recomponiendo
el espíritu enfermo de la nación.

Las dificultades de la «tercería» que nos referimos
para manifestarse dada su heterogeneidad, no significa
que no sea posible encontrar- preferiblemente extrañas
del mundo político- en algunas personalidades o que
sin serlo tanto milagrosamente situadas fuera de la
descomunal diatriba, sean los facilitadores de la
ruptura de la dinámica bélica y de las reciprocas
desconfianzas que sienten entre sí los ya fracasados
actores que todos conocemos.

Las misiones mediadoras internacionales pueden
contribuir, salidas del marco tradicional de su
diplomacia no con poca frecuencia fofa, al aporte de
esos nombres, pues de no innovarse fórmulas en el
conflicto venezolano, no parece difícil pronosticar su
catastrófico desenlace.

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