Opinión Nacional

La universidad en la asamblea nacional

A continuación mis comentarios sobre lo visto el jueves 7.

(%=Image(7320205,»L»)%) A los estudiantes se les otorgó un derecho de palabra en la Asamblea porque
se lo ganaron. Con dignidad, persistencia, movilizaciones masivas, discurso
institucional y mucho coraje disciplinado. No fue una concesión graciosa.

Pero es evidente que ninguno de los mencionados méritos políticos y
personales, provocó reconocimiento del oficialismo en el hemiciclo. Para
Los diputados la invitación fue obviamente una jugada con la cual sacar
alguna ventaja que descontara distancia de la delantera asumida por el
estudiantado en la opinión pública nacional e internacional.

La lucha estudiantil que provocó esta invitación, la adelantaron quienes
protestan por la violación de derechos civiles por parte del gobierno y por
la defensa de la Constitución. Pero como la Asamblea es omnipotente
resolvió invitar también a estudiantes simpatizantes del gobierno y definir
un formato favorable.

Hace una semana, el estudiantado estaba dispuesto para marchar hasta la
Asamblea en un acto multitudinario. No se lo permitió la policía. Pero por
si acaso la PM era superada, los alrededores del Capitolio fueron rodeados
de tanquetas, ballenas, rinocerontes y todo hardware represor, así como más
policías y guardias nacionales, que los estarían esperando.

En la Asamblea obviamente se solidarizaron con los organismos represores
para esa ocasión. En lugar de tomar iniciativas para recibir a los
estudiantes y levantar el cerco de acero que la rodeaba, siguieron con su
agenda normal. Apenas un gesto individual de un grupo de diputados de
Podemos que se acercó a los manifestantes, retenidos bien lejos del centro
de Caracas, para dialogar y recibir el documento de estos, con el
compromiso de distribuirlo entre sus concurules, salvó una mínima parte de
la dignidad de una institución que debe estar abierta a oír a los
ciudadanos.

Los estudiantes han podido responder al ofrecimiento del derecho de palabra
en la Asamblea con la petición de hacerlo como acto final de una nueva
marcha estudiantil hasta el Capitolio. Era una deuda con ellos que el
Estado no podía dejar de pagar, luego de la excusa infantil que adujo para
detener al estudiantado la semana pasada. Los estudiantes decidieron, no
obstante, irse casi solos, con cinco oradores y algunos pocos seguidores, a
ejercer un derecho de palabra. Fue su decisión.

Varias sorpresas ocurrieron. Bueno, sorpresas no lo son en el ambiente
controlado de ventajismo ramplón con el juega el régimen. Los gobierneros
se aglomeraron, en poca cuantía pero agresivos y vociferantes a lo usual,
alrededor del edificio de la Asamblea, en los mismos espacios que hubieran
saturado los estudiantes de haber marchado.

Ya se sabía que graciosamente la Asamblea concedió derecho de palabra a
estudiantes gobierneros. Lo sorprendente fue que los mismos en lugar de
asumir la causa estudiantil desde su particular punto de vista, se
convirtieron en voceros repetitivos del discurso sectario y retrógrado del
régimen. Con amigos como estos, que dejaron en evidencia gruesa el juego
del autoritarismo, el gobierno no necesita enemigos.

Otra sorpresa fue la cadena nacional. Los estudiantes no plantearon una
cadena. Esta fue una idea del régimen, dada la celada que tenían preparada.

Creo incluso que al menos al principio, los estudiantes ignoraban lo de la
cadena. Creo que de haberlo sabido habrían expresado desde un principio
desde la tribuna de oradores que estaban en desacuerdo con el
encadenamiento del evento porque las cadenas violan la libertad de elección
y de expresión, un argumento adicional para abandonar el hemiciclo como
luego hicieron.

El principio del fin en el espectáculo mediático montado de antemano fue el
«salvamento» de los estudiantes por parte de las fuerzas represivas,
anticipando el ataque artero de las células de activistas gobierneros que
esperaban su salida por la puerta «de atrás» del Capitolio. Un acto
realmente cínico, en el que el autor intelectual del ataque lo es también
del acto pretendidamente humillante de la «protección». Tampoco fue una
verdadera sorpresa.

Los estudiantes tenían cinco oradores en lista, de acuerdo al guión
preparado por la Asamblea, alternados con otros cinco provistos por la
dirigencia oficial, según la misma directriz. El primer orador del
movimiento estudiantil planteó cuatro temas: el cierre de RCTV como
atentado a la libertad de expresión, la criminilización de la protesta como
algo inhumano, el rechazo a los insultos proferidos desde fuentes
oficiales, incluyendo miembros de la misma Asamblea, y la violación de
derechos humanos consagrados en la Constitución. Fue su reclamo al Poder,
consensuado antes del evento miembros de muchas universidades.

Luego vino el «debate». Es decir, la primera intervención de quienes
asumieron la defensa del gobierno y de sus políticas. No de la
Constitución. Se convirtieron sin saberlo en defensores de la monstruosa
noción de los «derechos humanos» del Estado, un frankenstein propio de
regímenes totalitarios. En su segundo turno en la tribuna, los estudiantes
declararon su retiro del hemiciclo, para no acceder a un debate entre
universitarios en un escenario a todas luces impropio además de
probadamente parcializado.

De allí en adelante la Asamblea no hizo sino aplaudirse a sí misma cada vez
que sus jóvenes rojitos reiteraban segmentos seleccionados del discurso
hegemónico. Se llegó incluso a la pontificación reiterada por parte de la
dirección de «debate» en respaldo a los reiterativos planteamientos, en la
que «subliminalmente» y «por error» se repartían diputaciones entre los
estudiantes voceros del discurso oficialista. Al final, se dio por
concluido el «debate», implícitamente declarando ganador al oficialismo.

Con posterioridad, una nueva cadena nacional para proclamar lo mucho que
hace el régimen por las universidades y lo equivocado que están quienes
protestan, incluso lo sospechoso de sus intenciones, concluyó solemnemente
el día mediático preparado por las autoridades. Un día para la historia
universal de la prepotencia, la hipocresía y el cinismo de una clase que
manda y desgobierna al mismo tiempo, para quienes la libertad ciudadana no
es mucho más que hacerle caso a la policía.

No obstante, fue un día de mucha significancia para la juventud venezolana.

Se pararon frente al «papá» Estado y le dijeron sus verdades, sin insultos
ni amenazas. Le dijeron «vamos a defender la Constitución y hacer lo
nuestro». Más allá no importa. No están para tomar el poder, ni para
destruir a nadie. Plantean que si otros quieren implementar programas,
tienen que respetar los derechos de los demás. Y si no lo hacen, se
encontrarán con una pared de rechazo. Es una forma de poner un límite. De
definirlo. De aquí en adelante, lo necesario es perfeccionar esa defensa.

En beneficio de todos. Incluso de los que creen no tener límites para su
accionar.

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