Opinión Nacional

La utopía está a la vuelta de la esquina

El país ha amanecido de fiesta. Un sol esplendoroso se inclina ante el calendario y podemos disfrutar de un domingo como Dios manda: con un cielo profundamente azul, radiante, inmenso. Los rojos son hoy más vivos, los amarillos más dorados, los azules más intensos. Por primera vez asisto a un acto electoral rodeado de banderas, como si se tratara de una de esas maravillosas fiestas patrias que conociera de niño en el Chile de mi infancia, cuando todos se inclinaban ante la generosa potestad de la patria y sentían pertenecer a una misma y gran familia.

Venezuela es otra. A despecho de la barbarie, de la canalla, del terror, de la sordidez y la inquina de quienes se refocilan en el chiquero de Miraflores, Venezuela ya dejó atrás la vergüenza, levanta la cabeza y marcha joven y segura hacia su único destino posible: el futuro. Veo a mi alrededor jóvenes recién surgidos de la adolescencia, amables y serviciales. Me ofrecen agua en vasitos de plástico, mientras hago la cola que ellos mismos me han indicado, y pasan solícitos a retirarlos para guardarlos en una bolsa de basura, cuando ya he saciado mi sed y me apronto a firmar mis planillas. Porque son „mis‰ planillas. No se las debo a ningún Estado abusivo y opresor, que al imprimirlas seguramente hubiera repartido prebendas y coimas, enriqueciendo a sus paniaguados. No me las ha dispensado ningún organismo electoral manipulado por los poderosos atrincherados en Miraflores, protegidos por jueces venales y corruptos y parlamentarios obsecuentes. Y me dispongo a llenarlas junto a quince otros ciudadanos que votan, por primera vez, en esta VIRepública.

No hay soldados apertrechados con balas y fusiles, ni cejijuntos generales disfrazados de invasores para justificar tanquetas, ni guardias nacionales enmascarados cargando bombas lacrimógenas. Un grupo de muchachas ordena las planillas ya firmadas mientras siguen llegando los ciudadanos de esta nueva Venezuela. Todos lucen felices y orgullosos de estar cumpliendo con su deber. Nadie se impacienta. Nadie se atropella. Nos saludamos. Pasa un viejecito y le compro una banderita esmaltada para pinchar en mi pecho. Y vuelvo a casa con el pan recién horneado y los periódicos bajo el brazo.

Pueda que Lucía Newmann no se entere e Ignacio Ramonet se haga el desentendido. Pero hoy Venezuela ha comenzado a ser otra. Roy Chaderton, al que a pesar de sus esfuerzos por hundirse en la canalla aún le quedan restos de decencia en el rostro, debiera ver lo que se pierde: estar del lado de la grandeza, de la honestidad, de la decencia de la patria. Optó por el chiquero. Hágase su voluntad. Bien acompañado esté con José Vicente Rangel y sus secuaces.

Si ésta fuera la Venezuela del futuro. Si votar fuera un gesto tan simple como firmar estas planillas. Sin desconfianzas. Sin temores. Sin subterfugios. Dejar por un instante la intimidad del silencio, salir hasta la esquina más próxima, marcar un recuadro y mostrar la cédula. Sonreír, despedirse y volver a casa. Poder seguir viviendo en paz, mientras aquellos a quienes hemos elegido en un acto de soberanía se ocupan de la dirección de los asuntos de la patria. Con seriedad, con profunda responsabilidad, con espíritu de sacrificio. Con un hondo sentido de servicio público. ¿Estaré pidiendo demasiado?

Me hundo en la lectura de mis periódicos. La utopía está a la vuelta de la esquina.

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