Opinión Nacional

Las cartas echadas

Finalmente hemos llegado a la fecha esperada.

Todo lo que debía decirse o hacerse se ha dicho y hecho. El próximo domingo nos encontraremos en las urnas electorales para depositar nuestros sueños y convertirlos en realidad.

Dos visiones de país se enfrentan. Como Jano, el dios romano de la transición, que con sus dos caras mira al pasado y al futuro, así van las alternativas en juego: seguir en retroceso hacia el siglo XIX y quedarnos prisioneros de un pasado reacomodado entre delirios, o tomar el camino del siglo XXI que nos espera con retraso de 12 años para marchar en pos del desarrollo y el reencuentro; mantener la violencia de un pasado reciente gestado entre resentimientos estériles y destructivos, o buscar un camino de conciliación, de aceptación de las diferencias de pensamiento, de tolerancia y respeto por el otro, de equidad para la construcción armónica de la nación.

Seremos nosotros quienes tendremos en nuestras manos la herramienta del cambio. «La sociedad civil no debería olvidar que es un poder, que el poder existe para ser usado y que usarlo bien es jugarse a la paz» (PNUD, 2003).

Como sociedad civil haremos uso de conquistas democráticas e iremos a votar en paz. Ese acto, esencial como es, no garantiza por sí solo el ejercicio de la democracia. Esta se construye paso a paso, en un trabajo colectivo de vigilancia y participación para alcanzar la reconstrucción nacional en una atmósfera de paz, lejos de Fuenteovejuna, con una justicia ajustada a derecho contra los reos de actos ilícitos. Arduo camino, ya trajinado en la historia.

Recordemos entonces la Italia de la postguerra y Palmiro Togliatti, personaje radical y contradictorio, secretario del Partido Comunista Italiano (PCI) y ministro de justicia, quien en decisión sorpresiva y con la mira puesta en el rescate institucional, cultural y económico de Italia a través de la unidad, decreta en 1946 una controversial ley de amnistía restringida que permitió a fascistas segundones el retorno a la vida social y política, bajo protesta de los partisanos antifascistas y las propias bases del PCI.

¿Y qué decir de Sudáfrica en 1994? Luego de 27 años en prisión por el «delito» de resistir el apartheid y aspirar a la igualdad sin distingos de piel, Nelson Mandela deja de lado sobradas razones para odiar y en su discurso inaugural como Presidente, se dirige a un país escindido por siglos de odio racial, invitando a tomar una senda de concordia y reconciliación: «Llegó el momento de sanar las heridas, de sobrepasar los abismos que nos dividen, de construir; tenemos que actuar en conjunto, como un pueblo unido, por la reconciliación nacional, por la construcción de la nación, por el nacimiento de un nuevo mundo. Que haya justicia para todos, que haya paz para todos, que haya trabajo, pan, agua y sal para todos».

Que sea ése nuestro mensaje en esta hora decisiva.

 

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