Opinión Nacional

Las Comunas pueden destruir un legado histórico de libertades

En la Venezuela de hoy se discute un Proyecto de Ley sobre Las Comunas el cual tiende a la desaparición o debilitamiento del Municipio entre otros peligros para nuestro sistema democrático. Este nuevo atentado a los Municipios adquiere visos de gravedad cuando nos hacemos conscientes de su papel histórico en la estructura de las instituciones políticas venezolanas. El municipio es fruto de una tradición que se remonta hasta los tiempos de nuestra formación como sociedad. Nos referimos a los tiempos del gran encuentro entre aborígenes, europeos y africanos, que no es más que el mestizaje iniciado bajo el Estado español en tiempos que la historiografía ha tendido a llamar: “La Colonia”. En esos tres largos siglos antes de iniciar el sueño republicano, la ciudad organizada en municipios fue nuestro espacio político por excelencia. Los conquistadores primero fundaron ciudades, y luego, desde ellas llevaron a cabo la ocupación del territorio. La elección del lugar donde se establecería la ciudad por lo general correspondía a los asentamientos indígenas, porque no sólo buscaban la mano de obra sino también evangelizar y mezclarse. En el caso de la mayor parte de los pueblos del interior de Tierra Firme fueron fundados por los misioneros, y eran pueblos indígenas. Y finalmente la mano de obra africana esclavizada fue introducida y distribuida desde las ciudades. Con el tiempo, la ciudad se terminó convirtiendo en el lugar del mestizo.

El Municipio es una institución medieval castellana, por medio de la cual se lleva a cabo la reconquista de la península Ibérica. Pero que permitió a su vez que los pueblos migrantes (castellanos en Andalucía) realizaran un pacto con el Rey en el que estos poseían una responsabilidad militar, política y económica con la Corona, pero a su vez su Majestad les respetaría un conjunto de derechos y autonomías. En América, el Municipio será, lo que podríamos llamar en la distancia y cambiando lo cambiable, un lugar de relativa “democracia” (o libertades) en medio de las pretensiones absolutistas y centralizadoras del Rey, pero también de los virreyes, capitanes generales y gobernadores. Es por ello que es la cuna del proceso emancipador; y no como creen algunos, que nuestra revolución independentista nació en los lejanos salones ilustrados de Europa. El germen estuvo (y está, ¿por qué no?) en los cabildos.

Nuestros próceres, y todos los constituyentes durante casi 200 años, fueron conscientes de su importancia. Es por ello que lo mantuvieron como la unidad político-territorial primaria del Estado con un alto grado de autonomía. Desde un grupo de juntas de las ciudades (en especial Valencia y Caracas) surgen las iniciativas que llevarán a cabo la separación de la Gran Colombia a lo largo de 1829, consagrándose al año siguiente. Es en los Municipios que los liberales, como Antonio Leocadio Guzmán, van logrando popularidad. En la Constitución de 1857 se establecen por primera vez como “Poder Municipal” con Título aparte. Ni siquiera la Federación con su exaltación de los Estados los destruirá. Sobreviven al centralismo gomecista, y serán los espacios donde la oposición al postgomecismo: la Generación del 28, tendrá sus primeras experiencias políticas, y cuando estos “jóvenes” (que ya no lo eran tanto) redacten una Constitución en 1947 el Poder Municipal tendrá un mayor desarrollo. En tiempos más recientes, desde hace un poco más de 20 años, la bandera de la descentralización ha tenido al Municipio en uno de sus principales defensores. Y algo, que muchas veces olvidamos, a pesar de su gran importancia: el Municipio y la ciudad forman una unidad en la identidad, que es parte de nuestra cultura y forma de ser.

No se pueden echar al cesto de la basura 500 años de experiencia libertaria que forman parte de nuestra tradición política hispana y republicana, alegando hipótesis ahistóricas. Nos referimos a la idea que han señalado algunos voceros oficialistas, al afirmar que las comunas son producto de la experiencia aborigen. Esto es insostenible, y de ser cierto, correspondería a una parte de nuestro componente como pueblo lo cual cometería una injusticia con el resto. Renegaría de nuestro mestizaje, y de nuestra formación ciudadana como la de nuestros antepasados más cercanos. Es un exabrupto que no tiene asidero histórico o político.

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