Opinión Nacional

Las melodías de Internet

Cuando compramos música grabada compramos un objeto físico que la contiene, disco, casete, CD, DVD. Un artista tiene que tener, aparte de talento, que suele ser prescindible, contactos con una casa disquera que lo selecciona, le graba un álbum, lo promociona, lo comercializa. Pasa también con los autores de libros o de películas. La intermediación industrial es un mal necesario. No hay otro modo de hacerte llegar a Gardel o a Los Aterciopelados. Lo malo es que primordialmente te venden papel, plástico, óxido ferroso, cromo, costos de distribución, gastos de tienda y almacenamiento. Lo que menos pagas es música, letras, imágenes. Lo que más pagas es átomos.

Internet permite prescindir de ello. Puedo trabajar, enviar mis artículos, comprar flores, enamorarme por Internet. Pero no puedo comprar música. ¿O sí? No legalmente en la mayoría de los casos. Porque hay muchos piratas haciendo el servicio a través de las redes. Única limitación: el estrecho de banda. A 56Mb da flojera enviar un CD. Es más barato y cómodo grabar un casete y enviarlo por correo convencional. Pero así el ancho de banda lo permita podremos enviar CDs, películas, fotos de alta resolución. La presión social por más ancho de banda es formidable y terminarán por satisfacerla las compañías telefónicas, los fabricantes de modems y de computadoras. ¿Qué van a hacer entonces las disqueras, las productoras de cine, las editoriales?

Nada por el momento. Son estructuras demasiado burocráticas para tener capacidad de adaptación y mucho menos de anticipación. Reaccionarán cuando la realidad los arrolle, como siempre. Es normal. Mientras tanto podemos hacer algunas especulaciones. No sé si lo que sigue será cierto, y me contentaría con que lo fuera al menos parcialmente. Lo único verdadero es que gracias a Internet el comercio de contenido no será el mismo. Hablemos de música, aunque lo que diré vale también para cualquier otro contenido: cine, artes visuales en general y signos quietos, es decir, libros.

Las disqueras no podrán competir con los piratas. Estos venderán más barato o simplemente regalarán. No se ha podido erradicar la piratería de discos, mucho menos se eliminará la de bits, vendidos o regalados a través de las redes. Pero no nos limitemos al pirata profesional que se lucra vendiendo música que no le pertenece legalmente. Hablemos del usuario que espontáneamente le manda un disco a su amigo, a su novia, a sus colegas, a sus vecinos o a los que conoce al buen tuntún de un chat o de una lista de correo electrónico. Nada lo impide. Es como copiar programas. Si se puede hacer se hace. Es más fácil meter el Océano Pacífico en una botella que lograr que la persecución legal detenga el proceso. Un pirata crea una página Web en que pone a la disposición del público, pagada o no, una colección de grabaciones. ¿Quién lo localiza? Y mientras ello ocurre —demandan al proveedor de servicio, el juez sentencia la eliminación de la página, etc.— el tipo vende miles de grabaciones. Cuando lo pillan cambia de página. Si es que lo localizan y detectan dónde funciona la página, que puede estar en algún lugar ignoto, ultra Thyle. ¿Y si son cien, doscientos, quinientos mil? Es más fácil detener una estampida de caballos salvajes. El hombre Marlboro lo logra, sin ir más lejos. La piratería está limitada solo por las dificultades de la distribución, que no se puede hacer por la calle real, sino bajo la capa. Lo que no se ha podido detener es la grabación casera para que me copies un disco que me gusta. Es ilegal. Pero vuelvo y pregunto: ¿cuántas personas conoces que nunca han hecho y/o recibido una grabación ilegal? ¿Tú? ¿Cuántos FBIs, KGBs y Scotland Yards se necesitan para controlar a un ejército de piratas móviles, lábiles, guerrilleros, imposibles de identificar y menos ubicar? No se puede. Lo que sí se puede es competir con ellos. Esto es, encontrar las ventajas comparativas de las disqueras. Responder a esta pregunta: ¿qué puede ofrecer la casa disquera que el pirata no?

Una casa disquera es una organización que cuenta con un catálogo, grande o pequeño. Esa organización agrupa un elenco de artistas, un personal dedicado a la selección de ese elenco, un servicio profesional de grabación, y luego de promoción y comercialización. Allí toman el relevo los detales de discos, las emisoras de radio y televisión. Eso es todo lo que tiene una casa disquera, pero es suficiente. Lo primordial es el catálogo. Pero el catálogo solo no sirve de mucho. Lo que las diferencia del pirata es el volumen. Cuestión de cantidad, no de calidad. Es más, el pirata tiene la ventaja de que ha hecho una selección orientadora, buena o mala, pero que nos ahorra el trabajo de vadear a ciegas en millares de títulos.

Pero aquí está precisamente la fortaleza potencial de la disquera: venderme no solo grabaciones sino información. Es decir, contenido estructurado. Actualmente es como si regáramos los libros en los pasillos de una biblioteca, sin orden ni concierto. Sería una biblioteca inútil. Iríamos topándonos al azar con los libros, la mayoría de los cuales no nos interesa, o terminarán interesándonos porque hacemos de necesidad virtud. Es lo que nos pasa, de hecho, en las librerías y bibliotecas actuales, nos terminamos contentando con lo que hay en ellas porque no hay otro modo. Como nos contentamos con la música que venden las tiendas de discos, o transmite la radio o las películas que pasan los cines y venden los videoclubes. La biblioteca regada sería una Biblioteca de Babel como la de Jorge Luis Borges. Es la situación actual de los catálogos. Tomemos alguna casa disquera bien antigua, de esas que comenzaron a grabar en la época del cilindro de cera y siguen haciéndolo hoy en CDs. Si entramos en sus bóvedas nos pasará el vértigo del habitante de la Biblioteca de Babel o de la Biblioteca Total de Borges http://lenti.med.umn.edu/~ernesto/Borges/LaBibliotecaTotal.html. O moriríamos tal vez como el Asno de Buridán, de hambre entre montones de heno suculentos porque no se decidió por ninguno. Necesitamos una guía. Y aquí es donde la casa disquera tiene un potencial de ventajas comparativas sobre el pirata.

La casa disquera puede estructurar su información. Ofrecerme, por ejemplo, las grabaciones de los antecedentes de la música de rock. O un curso completo sobre la de Beethoven o darme información, con sus discos, sobre un compositor poco conocido como Marin Marais. Ya no me venderá solamente las grabaciones, sino estructuras informativas. Colecciones. Cursos. Direcciones. Tendencias. Poder. Y no solo música, sino texto, libros, películas, imágenes, listas de correo electrónico, catálogos de información, catálogos de páginas Web sobre algún tema.

Pero esto no es cosa que pueda hacer solamente la casa disquera. Las actuales tiendas que adviertan a esta tendencia podrán organizar información de esta naturaleza y venderme la música correspondiente, o indicarme dónde comprarla. También podrán hacerlo las universidades, los centros de investigación musicológica, algún particular cuya erudición en un tema o muchos le permita vender informaciones estructuradas, compradas a las disqueras, grandes o pequeñas. Me organizarán una cesta de grabaciones que me revenden o me indican dónde adquirir.

Desde esta perspectiva el mercado musical actual luce rudimentario, primitivo, torpe, idiota. Me gusta una pieza musical y tengo que comprar un CD con una cantidad de piezas que fueron puestas allí para rellenar. Como aquella caricatura de Leoncio Martínez en que un pobre dice a un vendedor ambulante:

—Deme otra empanada.

—¿Para completar el bolívar? —pregunta el vendedor.

—No, para completar el almuerzo —responde el necesitado.

Los artistas tienen que producir piezas de relleno, de calidad lamentable, para completar su almuerzo, porque si no, pues no tienen disco, o sea, mercancía que vender. Algunos discos no tienen desperdicio, son como Shakespeare, que todo lo que escribió era bueno. O los Beatles, que todo lo que grabaron fue excelente. Pero no todos son así. La mayoría no es así. Lo hacen a uno comprar basura, paja. Hemingway decía que para ser un buen escritor uno tiene que tener un buen detector de paja (un crap detector). Vale para la producción artística en general. Sería un avance estético importante. Y uno iría al grano de lo que le gusta. Y el artista se concentraría en su inspiración, sin distraerse para producir baratijas para completar el bolívar. O el almuerzo.

Alguno de estos servicios podría interrogarnos para detectar en nosotros nuestros gustos y ofrecernos piezas que nunca imaginamos que existían y que jamás hubiéramos encontrado. Se enriquece nuestro gusto, que evoluciona de un modo más lúcido y potente. Se amplía, se hace más rico y nos hacemos más ricos. Hoy uno disfruta de lo que consigue al azar, poquita cosa. Por ahí debe haber cientos de grabaciones esperándote y de las cuales no tienes ni la menor idea.

Si no lo hacen las disqueras lo harán los piratas. O Bill Gates, que anda con una chequera bien gorda comprando derechos de contenido para poblar sus productos. El primero que lo agarre es de él.

Ver El futuro negocio de las disqueras: la distribución digital (en El Nacional, tomado del New York Times)
Breve teoría de Internet

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