Opinión Nacional

Las vacas locas

Por inexcusable flojera o interés en algunas cuestiones científicas, desconozco cuáles son los síntomas de la llamada enfermedad de las vacas locas, mi curiosidad apenas alcanzó para saber que la produce un virus, que no solo ataca a ese noble y utilísimo animal que es la vaca sino también a los humanos y que casi indefectiblemente provoca la muerte. ¡Ah, se me olvidaba! también he logrado saber que puede alcanzar, como ocurre con todas las virosis, niveles de epidemia. ¿Pero mutará el virus de esta enfermedad de la locura vacuna como ocurre con otros virus? ¿Será posible que, en vez de la muerte, provoque alteraciones severas del raciocinio y que los infectados se manifiesten iracundos en algunos casos o víctimas de terror paralizante en otros? Si algún científico calificado responde afirmativamente a estas interrogantes no cabría ya duda, aquí en Venezuela estamos indiscutiblemente en situación de pandemia. El virus no ha dejado hueso, corrijo, mente sana.

Las primeras manifestaciones se presentaron en el segundo semestre de 1998 cuando las encuestas también se volvieron locas y empezaron a dar como ganador por varios cuerpos, en la carrera presidencial, al ex golpista (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) por quien unos meses antes nadie daba medio. Este candidato, sin duda ya infectado con el virus en su versión iracundia, insultaba, vociferaba, amenazaba, blandía un látigo con el que borraría de la faz de la tierra a sus enemigos que eran los de la revolución, etc. etc. Y en la medida en que lucía mas desbocado y energúmeno contagiaba a mas gente. Pero ahí no quedó la cosa, el virus en su versión pánico, vulgo culillo, contagió a la otra mitad de la población. Y vimos todo lo que vimos que no hace falta repetir en toda su extensión, apenas la locura de la botadera de candidatos y cambio de caballo en la mitad de la carrera. A lo largo de estos últimos diecisiete meses se han producido nuevas mutaciones: chavistas que se pasan al bando de los asustados y antichavistas que, sin dejar de serlo, se han vuelto tan o más energúmenos que los apasionados seguidores del infectado mayor. Entre éstos últimos destacan quienes le cuestionan a Chávez su militarismo galopante pero cruzan los dedos y prenden velas para que haya un golpe militar.

Así está este país, dividido entre enfermos que carecen de una gota de racionalidad para verle algún defecto a Chávez y creen ciegamente que esta comedia bufa es una revolución y enfermos que lo creen capaz de los más monstruosos excesos y de los más aberrantes crímenes y, por consiguiente, no ven otra salida que no sea liquidar lo poco que nos queda de democracia. Estos últimos suelen creer que basta con escribir en la prensa artículos tan delirantes, tan llenos de espuma por la boca como los discursos encadenados del Comandante de Miraflores, para derrocarlo. Se sienten incontaminados e inocentes porque a pesar de que no son ningunos adolescentes y seguramente votaron muchas veces en el pasado por los pésimos presidentes adecos y copeyanos, no militaron en ningún partido ni fueron congresistas. Entonces le hacen el juego al chavismo en su permanente descalificación de todo lo que sucedió en Venezuela en los últimos cuarenta años, es decir en sustituir la historia por la anti historia. Ya se verá el 30, si es que ese día son las elecciones, a lo que conduce esta versión de la enfermedad de las vacas locas y lo veremos en la Asamblea Nacional con una oposición que, con todo el dolor de mi alma, vaticino escuálida y atomizada. ¿No querían que desaparecieran los oprobiosos partidos del puntofijismo? Están complacidos, no hay partidos, solo Chávez. Se pasan las veinticuatro horas del día buscando nuevos calificativos para atacarlo, mientras la gente común, esa que quiere salir de Chávez sin creerse héroes ni heroínas ni libertadores (as) de la Patria, sigue, a dos semanas de las elecciones, sin saber cómo ni por quiénes votar.

¿Es que no queda nadie sano en Venezuela, no hay gente en quien el virus no haya hecho estragos, al menos por ahora? Claro que la hay y porque existe es por lo que Chávez no podrá imponernos nunca, como quisiera, la boinita roja a todos los venezolanos. Están los medios de comunicación que no se han dejado amedrentar por el guapetón de barrio ascendido a presidente, están los periodistas que han sido valientes y se le han enfrentado sin temerle a sus anatemas y amenazas, están las numerosas expresiones de la sociedad organizada: la Iglesia, las representaciones empresariales y sindicales, las de la educación privada que no dejarán pasar el grotesco Proyecto Educativo Nacional. Existen los gobernadores y alcaldes que no permitirán que ningún proyecto hegemónico asfixie la conquista descentralizadora. Están además los que le apuestan al país y creen en sus reservas morales y en su capacidad para despertar de esta pesadilla, no con un griterío histérico que es el mismo de Chávez pero sin la boina roja, sino con una labor orientadora y en positivo. Y están quienes saben que la lucha apenas comienza y que la solución no está en los cuarteles sino en la gente que ama la democracia sembrada en este pueblo, le duela a quien le duela, por el puntofijismo.

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