Opinión Nacional

Laureano… está vez gané yo

Estoy seriamente preocupado por el tamaño de la lápida donde escribirán mi epitafio. En años anteriores pensaba que con una chapita de bronce sería suficiente pero a medida que avanzan los años, me he ido llenando de títulos honoríficos, que por más que lo intente, serán difícil de transcribir en la tapa que cubre esa última morada.

Comencé por ganarme el de político de la cuarta, para casi inmediatamente ser bautizado como adeco, con la promesa de que freirían mi cabeza en aceite. Poco tiempo pasó para que, mezclado con los verdes copeyanos, me titularan de puntofijista y con esos tres cuasi insultos, me transportaron hasta el año del golpe. Ese año no fue nada fácil, me gané el honor de que me llamaran escuálido y que me lo repitieran hasta el cansancio, lo cual no deja de tener un dejo de certeza, pues he sido un inquebrantable fanático de los Tiburones de la Guaira. Después de aquel abril, que me recuerda este pasado junio, recibí la mayor condecoración que se le puede otorgar a un alzado: la de golpista, que no he dejado de llevar en la guerrera de mi uniforme. Saliendo de esa me comenzaron a llamar oligarca cuando se le ocurrió que el general Zamora le daría nombre a todo campesino que recibiera una tierra, y así a la voz de tierras y hombres libres (¿?) la emprendió conmigo en un paralelo disonante con la clase que tiene el dinero y el poder, que cuando pienso en chiquito, no he debido merecer, pues el poder y el dinero –que me darían el titulo- lo tienen ellos. De vez en cuando me tildaron de fascista y la verdad sea dicha, el muerto era más grande, pues cuando me pongo ese uniforme, me quiere dar la impresión de que me queda fuera de talla.

Tengo que reconocer que son creativos, y que trabajan en buenos términos con la gerencia del cambio, pues, para ser justos, cada cierto tiempo renuevan sus insultos, para que otros con fuerza nueva, se nos incrusten en nuestros cerebros. No puedo olvidar que me han tildado de neoliberal, para no decirme keynesiano, pues poca gente recordaría ese termino y que en ese intento de confundirme, me llaman rico de vez en cuando.

Tarifado es uno de los que siempre recuerdo, sobre todo el día de la santa quincena y de los más pegajosos y simpáticos que parezco haber merecido, es sin duda alguna el de pitiyanqui, que acompañado del de peón del imperio, me transporta a esos lugares que ellos suelen visitar en vacaciones. En boga por estos días, el titulo de burgués, que no deja de recordarme épocas feudales y caballeros de la nobleza en blancos caballos y para cerrar la fiesta, el más novedoso de todos: Goriletti. Me sorprende que Laureano no le agarrara ese trompo en la uña, esta vez gané yo.

Este presidente puede seguir llenándome de títulos, producto de su innegable revoltillo ideológico, lo seguirá haciendo en vano, pues ya decidí que el único que escribirán en mi lápida será el de ciudadano venezolano, ese que me llena del más grande orgullo y mueve mis acciones de todos los días.

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