Opinión Nacional

Lo que deja la Copa

La Copa América se va. Como siempre, quedará algún grato recuerdo pero también el mal sabor de no cubrir las expectativas creadas por la atosigante propaganda oficial.

En lo deportivo no ha habido muchas sorpresas. De nuevo son Brasil y Argentina los equipos de vanguardia. Se reparten los laureles principales y demuestran que la pequeña ayuda que la FIFA y la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol) les dan no es en vano.

Argentina hizo honor a su historia y al espectáculo trayendo a todas sus estrellas. Sólo el conejito Saviola no fue incluído en la nómina, pero quizás no tenía lugar en el esquema de Alfio Basile, el director técnico que ha soltado las amarras de un fútbol vistoso y efectivo.

Brasil armó su escuadra con cicatería y negligencia. A pesar de tener entre los venezolanos una afición grande, no consideró necesario llamar a sus más famosos jugadores. Por lo tanto, no pudimos ver a Kaká, ni a Ronaldinho ni a Ronaldo. Pero el peso de su oficio los ayudó a estar en la final.

En cuanto a la selección nacional, hay que decir que ha habido un avance en el orden sentimental. Haber conquistado un gran espacio en el imaginario del país es una gran noticia para el fútbol. Que la gente se identifique con su color, con sus jugadores y que preste atención a su actividad es un éxito que contribuye a la propagación del deporte. La cobertura que hizo RCTV de la fase anterior a la Copa ha tenido mucho que ver con ese auge y es lamentable que la selección no haya manifestado –oficialmente- su solidaridad con el canal que la popularizó.

Queda la mancha del juego final de la etapa eliminatoria. Muchos aseguran que el fútbol no es un deporte de apreciación estética. Entonces, ese resultado negociado 0-0, que convenía a las dos selecciones, demuestra tal aseveración. Pero si el fútbol es un espectáculo que busca despertar emociones y retribuir al aficionado, que paga la entrada y se desplaza en muchos casos hasta centenares de kilómetros, el juego fue una estafa.

Si se pudiera medir el aburrimiento de manera objetiva, tal encuentro debería estar entre los de mayor marca científica de bostezos. Venezuela clasificó por primera vez a la ronda siguiente, pero cometió un crimen de lesa humanidad: lograr el fastidio unánime de quienes lo vimos.

El calendario permitió que los equipos jugaran con arreglo al resultado. Por ello, en los mundiales los dos últimos juegos de la etapa eliminatoria se realizan simultáneamente. A la Vinotinto le tocó en desgracia repetir contra Uruguay en los cuartos de final para ser goleada 4 a 1. Hubo quienes hablaron de castigo divino.

La prensa deportiva venezolana, en general, es complaciente. Le gusta celebrar y crear expectativas casi imposibles. La severidad que tiene para con los políticos casi no tiene cabida en la reseña y el comentario deportivos. A veces empalaga para que los aficionados apoyemos al equipo nacional.

En esta ocasión, la operación celebratoria de la prensa estuvo acompañada de una maniobra de distracción gubernamental. Gran parte de los cuantiosos recursos que los venezolanos hemos gastado en la organización de la Copa fue desviada a favor del clientelismo y el culto a la personalidad del primer locutor nacional y de caudillitos rojitos locales y regionales.

La vergüenza del comercio de las entradas quedará en los anales del fútbol como ejemplo de lo que no se debe hacer. La empresa encargada de la tarea mostró una impericia inaudita. Las compras millonarias de boletos por parte de gobiernos chavistas fueron infructuosas para impedir la protesta popular que se expresó en gritos y cánticos. El gobernador de Monagas, en la seguridad de que nadie le exigirá cuentas, confesó la malversación de 3 mil millones de bolívares para comprar entradas y repartirlas entre sus seguidores. Con ello puso un toque de sinceridad al ambiente hipócrita que prevaleció en el matrimonio gobierno-Conmebol. Veremos si la empresa de marras logra resarcir los daños infringidos a los aficionados que se quedaron esperando sus entradas.

Si de resultados deportivos se trata –como le gusta decir a Richard Páez- Venezuela no ha mejorado mucho. En las últimas eliminatorias mundialistas, las que hicieron soñar a muchos venezolanos con ver el equipo en Alemania 2006, la Vinotinto obtuvo el penúltimo lugar. Es decir, avanzó del último lugar, que era de su exclusiva propiedad, al peldaño siguiente. Y en esta Copa América 2007 ganó un solo juego, tal y como sucedió en la edición de hace cuarenta años, cuando venció a Bolivia, el mismo equipo que desplazó a Venezuela del foso de las eliminatorias.

De la Copa quedan nueve estadios con una inversión cercana a los mil millones de dólares. (Una cantidad fabulosa, aún en un país con bonanza petrolera). Estadios que presentan deficiencias y fallas que deberán ser corregidas, ahora sin apuros. Y habrá que hacer un gran esfuerzo organizativo para que no se conviertan en elefantes blancos y no sean desmantelados o robados sus costosísimos equipos.

Es verdad que ese dinero era necesario para construir decenas de hospitales, miles de viviendas populares, darle cobijo a los niños de la calle, adquirir insumos para las policias, construir el parque acuático de La Carlota o la universidad de Miraflores, edificar centenares de miles de gallineros verticales, abrir miles de fundos zamoranos o crear millones de rutas de la empanada. Pero, por lo menos, fue invertido aquí.

Por esta vez, hay que reconocerlo, Chávez decidió gastar en Venezuela y no regalarle millones de dólares a Cuba, Argentina, Irán, Zimbabwe, Ecuador, Bolivia o a los “pobres” de Nueva York y Londres.

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