Opinión Nacional

Lo que nadie puede dar ni quitar

En una ocasión sugerí que son varios los caminos que alejan de la democracia, y sólo uno el que acerca a ella, el de la libertad. Los venezolanos, persistentes en el camino que conduce a la democracia, habíamos tropezado, por larguísimos años que creíamos superados, con el obstáculo representado por la antinomia entre la irracionalidad de la dictadura y la racionalidad de la libertad. Mientras nos movimos en un escenario sociopolítico así demarcado, la única salida pareció ser la mayor o menor benevolencia del dictador. Nos consolábamos escudriñando el ánimo del déspota de turno, arropándolo mansamente con expresiones por el estilo del “sí, pero había libertad”, o del “sí, pero no tuvo presos políticos”, para significar que si bien hubo muchas “cosas malas”, en un régimen de suyo perverso, no se nos había arrebatado del todo lo que nadie puede dar ni quitar, es decir la libertad; pues ésta, al ser dada o quitada, deja de ser ella misma al verse negada su esencia.

Más valía no entrar en detalle acerca del alcance y la naturaleza de la libertad no arrebatada del todo; es decir, de la porción de ésta que no representaba una amenaza para el libre juego del absolutismo irredento que nos dejó como herencia la monarquía absoluta, de la que fuimos parte entusiasta hasta 1811, cuando esbozamos la República; y de la que permanecimos como predio legal hasta 1845, cuando nuestra Corona reconoció la Independencia de la que hasta entonces había seguido considerando una provincia separatista, y por lo mismo susceptible de ser sometida. Pero nos quedó como legado el absolutismo inherente a nuestra monarquía colonial, presente como degradación predominante del Poder público, en el ámbito de la República, -pese a los heroicos liberales monárquico-constitucionales peninsulares de 1812 y 1820-, y contrariando a los lúcidos constitucionalistas reunidos en la Villa del Rosario de Cúcuta en 1821, quienes diseñaron un ordenamiento sociopolítico republicano moderno y liberal. Es decir, fundado en el rechazo del absolutismo y en el ejercicio de la libertad.

Ignorantes del temperamento veleidoso de la Historia, en parte por estar imbuidos de la visión mecanicista materialista de la marcha de las sociedades, nos tomó tiempo a los venezolanos entender que no hay absolutismo bueno y absolutismo malo. Al primero, le atribuíamos el deparar orden, tolerando márgenes de libertad que consistían, en esencia, en no privarnos del todo de libertad al precio de una sumisión de súbditos inconscientes. Al segundo, le atribuíamos el deparar orden, privándonos incluso de esos márgenes de libertad; y, como en los todavía presentes hábitos formados bajo la monarquía absoluta, atribuyendo los despliegues de despotismo a la circunstancia de que el Presidente-Rey no está informado de lo que hacen sus tenientes-virreyes.

No advertíamos, los venezolanos, que tales diferenciaciones, pintorescas a la par que acomodaticias, -y en este desvarío incurren todavía historiadores más o menos aficionados-, no hacían sino expresar el tenaz condicionamiento psico-social propicio al absolutismo, inherente a nuestro reciente estatus monárquico-colonial. Abrigábamos la ahistórica ilusión de que había bastado proclamar la República para que los buenos y leales súbditos nos convirtiéramos en ciudadano, y esta suerte de autoengaño persistió, pese a que desde muy temprano algunas mentes lúcidas, como la de Francisco Javier Yanes, advirtieron e ilustraron sobre la dificultad de tal conversión.

Ignorábamos que la Historia sólo registra un cambio equiparable a ése en la condición humana, y tal es el de pasar del politeísmo al monoteísmo, dado que también en esa conversión estaba comprometida la voluntad divina, y que, aunque se le dice toda oídos, al menos por entonces ella solía, como correspondía, escuchar más a los reyes y reyezuelos que a los pueblos. Sólo que todavía no podemos comparar ambos tránsitos de la conciencia, en cuanto al tiempo requerido para cumplirse y a los sacrificios padecidos por la Humanidad durante ese tránsito. Pareciera que la conversión de súbditos en ciudadanos ha sido mucho más ardua y prolongada de lo que los filósofos sociales del siglo XVIII entrevieron que sería, gracias al auxilio de la diosa Razón, entonces emergente.

En esto la veleidosa Historia nos tiende una trampa. La enunció el zarandeado Simón Bolívar, cuando, en 1814, tuvo que explicarle a sus renuentes compañeros de armas, -no a sus seguidores, como se dice en el lenguaje político oficial venezolano para calificar la devoción de los leales, o nuevos realistas-, el fracaso de la línea dura recién formulada por él mismo en el denominado Manifiesto de Cartagena. Nunca corto en producir ideas, el entonces vapuleado Libertador sentenció: …”No, no son los hombres vulgares los que pueden calcular el eminente valor del reino de la libertad, para que lo prefieran a la ciega ambición y a la vil codicia”… Obviamente los “hombres vulgares” eran todos súbditos; los otros debían dejar de serlo. Y allí comenzó la cosa. La primera clase la dictaron los constituyentes de Cúcuta, al diferenciar insistentemente entre Independencia y Libertad, subrayando el hecho de que erigían una República que era independiente por sus armas y libre por sus leyes.

Casi doscientos años nos ha tomado el rescatarnos de la condición de leales súbditos coloniales para convertirnos en ciudadanos, y no digo ciudadanos libres porque sería redundante, ya que la ciudadanía y la libertad son consubstanciales, según se desprende del dicho, citado, de Simón Bolívar, y de la situación de derrota en la que se expresó.

En el camino hemos aprendido dos cosas, nada insignificantes. La primera es que aun estamos enfrascados en una conversión, la del súbdito en el ciudadano, que no ha sido más pronta ni más fácil en otras sociedades, dependiendo del tiempo transcurrido desde la abolición de la monarquía, -y me permito citar, yendo del más prolongado al más corto, a las sociedades mexicanas, cubana y rusa-. La segunda cosa aprendida, es que sólo la libertad es antídoto de la autocracia absolutista, y que su ineludible y eficaz vector es la democracia.

Pero debo insistir en que no estoy generalizando, ni transfiriendo teorías patentadas. Apenas intento reflexionar sobre la experiencia venezolana, y cabe recordar, como corresponde a estos mensajes históricos, que todavía en 1936 un estudioso de la textura sociopolítica de la sociedad venezolana, Rómulo Betancourt, utilizó el término absolutismo para referirse al régimen del tirano Juan Vicente Gómez, y al solapado mantenido por sus albaceas más o menos confesos.

Y puesto que he citado a alguien cuya luminosa presencia ideológica se le ha querido transformar en un espectro, que mucho perturba a los que tanto temen que esa presencia se active; y que de ese año memorable hablo, valga este añadido; “Esta lección es urgente que no la olvide nuestro pueblo. Las libertades no se obtienen por don gracioso de los que mandan. Las libertades se pelean y se conquistan en recia batalla, al precio de cuotas no regateadas de sacrificios de todo orden. Si se quiere vivir una vida mejor, una vida de dignidad civil, no queda otro camino sino resolverse a arriesgarlo todo para merecerla. España, desangrada y heroica, le está dando un ejemplo al mundo entero, de cómo se muere y cómo se lucha por la libertad.” (1936, 16 de noviembre, “¡No pasarán! Madrid será la tumba del fascismo”. Rómulo Betancourt. Antología política. Caracas, 1995, vol. II, p. 222).

Primer Mensaje histórico: “En defensa de las bases históricas de la conciencia nacional”. 2º Mensaje histórico: “La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia”. 3º Mensaje histórico: “Recordar la democracia”. 4º Mensaje histórico: “¿Zonas de tolerancia de la libertad y guetos de la democracia?”. 5º Mensaje histórico: “El ‘punto de quiebre’ ”. 6º Mensaje histórico: “Entre la independencia y la libertad”. 7º Mensaje histórico: “El discurso de la Revolución”. 8º Mensaje histórico: ¿Reanudación de su curso histórico por las sociedades aborígenes o ¿hacia dónde llevan a Bolivia? 9º Mensaje histórico: Cuando Hugo se bajó del futuro. 10º Mensaje histórico: ¿La historia ha caído en manos de gente limitada e imaginativa? 11º Mensaje histórico: Las falsas salidas del temor. 12º Mensaje histórico: ¿Hacia dónde quiere ir Venezuela? 13º Mensaje histórico: Defender y rescatar la democracia. 14º Mensaje histórico: Sigue la marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia. 15º Mensaje histórico: En el inicio del 2007: un buen momento para intentar comprender. 16º Mensaje histórico: Las historias de Germán Carrera Damas. 17º Mensaje histórico: República liberal democrática vs República liberal autocrática. 18º Mensaje histórico: Sobre los orígenes y los supuestos históricos y doctrinarios del militarismo venezolano. 19º Mensaje histórico: El vano intento de enterrar el Proyecto nacional venezolano. 20º Mensaje histórico: Demoler la República. 21º Mensaje histórico: La reducción civilizadora socialista de las tribus indígenas. Nota: Estos mensajes, hasta el número 13, fueron recogidos en un pequeño volumen intitulado Recordar la democracia (Mensajes históricos y otros textos). Caracas, Editorial Ala de Cuervo, 2006.

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