Opinión Nacional

Lo que nos une, lo que nos separa

Partes de un mismo esfuerzo, complementados y unidos, nuestros precandidatos constituyen un ariete indestructible. Debemos brindarles todo nuestro respaldo y salir a votar masivamente el 12 de febrero. Es nuestra obligación moral.

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            Puede que la mayor virtud de estas Primarias sea la variedad de las ideologías y posiciones que se representan en los precandidatos. Cubren, sin duda, el amplio espectro de las posiciones de la sociedad civil. Los dividiría, sin embargo, más en las posiciones frente a las cruciales alternativas que enfrentamos que a las ideologías. Pues, en rigor, entre Henrique Capriles y Pablo Pérez, que podrían representar ideologías contrapuestas, hay infinita mayor proximidad que entre cualquiera de ellos y María Corina Machado o Diego Arria, por ejemplo. Incluso respecto de Leopoldo López, cuya definición programática se ha mantenido cuidadosamente al margen de definiciones tajantes, salvo el de la ponderación de la gerencia pública frente a asuntos puntuales aunque de gran relevancia, como la seguridad. O a Pablo Medina, de quien resulta difícil establecer parámetros definitorios.

            Capriles y Pérez se identifican en el esfuerzo por ganarse a los sectores neutrales – si es que existen y están interesados en participar de las primarias – así como en los chavistas o proto chavistas. Si bien se supone que las primarias tienen como objetivo explícito el universo opositor. Consecuentemente, confluyen en el esfuerzo por eludir sistemáticamente todas aquellas definiciones que alienarían la posibilidad de tal respaldo. La evasión de la confrontación con el régimen y el bajo perfil en el tratamiento de los problemas más acuciosos, incluso la evaporación de un lenguaje crítico ante el régimen, principal responsable de gran parte de dichos problemas. En su lugar, la crítica a tales problemas es desviada hacia su origen: preexistían al sistema actual y de ellos son tan responsables los anteriores gobiernos como el actual. Entre este gobierno y los democráticos sólo mediaría una diferencia cuantitativa, no cualitativa.

            Concomitante con dicho proceso evasivo, se evade asimismo y por razones necesarias la caracterización del régimen. No se ahonda en su naturaleza dictatorial y represora, incluso en su carácter intrínsecamente antidemocrático y tendencialmente totalitario. Reduciendo su crítica – afirmativa, “positiva” y no excluyente – a los aspectos puntuales que lo avalan simplemente como un mal gobierno. Imposible saber si se está ante una táctica reductiva y envolvente, con el fin de ganarse a sectores chavistas – ellos mismos inconscientes de la naturaleza filo totalitaria del régimen – o si ambos candidatos consideran efectivamente que el actual régimen no entraña la eventual liquidación de los restos de democracia republicana que aún sobreviven y resisten el ataque de las fuerzas neo dictatoriales. Imposible discernir si ambos candidatos imaginan posible una convivencia con el régimen, ganen o pierdan las elecciones presidenciales en caso de ser designados en la justa del 12F.

            A juzgar por la presencia definitoria de importantes personeros políticos provenientes de la dirigencia del llamado proceso revolucionario o de la izquierda radical en los comandos de campaña de ambos candidatos, cabe pensar antes en la naturaleza estratégica de dicha consideración que en el mero cálculo probabilístico. Intentan ambos candidatos posicionarse de la amplia franja intermedia que separa a los sectores extremos del chavismo y del antichavismo. Buscando cierta equidistancia respecto de los restantes candidatos, que buscan la representación fiel de los anhelos y aspiraciones de la oposición militante.

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            Diego Arria y María Corina Machado expresan, por el contrario, una definición radicalmente opositora al régimen imperante, que parte de su caracterización proto dictatorial y filo totalitaria. Su crítica trasciende al gobierno y apunta a sus ejes sistémico estructurales. Chávez, además de ser un muy mal gobernante, con lo que coinciden con los anteriores candidatos, lo es por razones inherentes a su proyecto específico, con lo que se diferencian radicalmente: destruir el tejido democrático de nuestra sociedad, aniquilar sus bases socioeconómicas, anteponer políticamente la igualdad a la libertad y establecer económicamente una dictadura estatista de naturaleza marxista. El fin del régimen, y de allí la necesidad de entronizarse en el Poder, es estatuir una dictadura militar de corte castrista, alineada con las fuerzas antiliberales y antidemocráticas a nivel mundial que logre – así vaya contra todas las tendencias histórico universales – reconstruir el intento bolchevique por dominar el planeta bajo un sistema socialista.

            De allí el énfasis de Diego Arria en apuntar su crítica a los elementos intrínsecamente anti democráticos y dictatoriales del régimen, incluido los mecanismos fraudulentos de su sistema electoral, así como a integrar la crítica puntual a las violaciones que comete a la necesidad de dominio total del sistema. Incluso su duda existencial a la posibilidad objetiva de desplazarlo por medios estrictamente comiciales. De allí también sus propuestas fundamentales: presidir un gobierno de transición que erradique al chavismo del cuerpo sociopolítico venezolano y abrir en tres años las puertas a un proceso de redemocratización y modernización de nuestra sociedad.

            Con menos énfasis en lo político y mayor énfasis en lo económico estructural, María Corina comparte dichos predicamentos, pero los sintetiza en la necesidad de un cambio radical en la gestión económica: tras su consigna de Capitalismo Popular, se encuentra la disposición a limitar las atribuciones económicas del estado benefactor así como a empoderar a los individuos mediante una participación activa y definitoria en la creación y administración de riqueza. Tras su consigna pareciera encontrarse la influencia del esfuerzo realizado exitosamente en sociedades de nuestro nivel de desarrollo – Perú, la India, Sudeste Asiático – para empoderar a los sectores populares e incorporarlos a la generación del producto interno. Quien aviesamente pretende ridiculizar tal propuesta dándole el mismo estatus que el llamado socialismo del siglo XXI, como lo ha hecho recientemente el ex rector Luis Fuenmayor,  comete un pecado de lesa estulticia.

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            Resta definir asuntos de la mayor trascendencia para nuestro futuro, como el papel de las Fuerzas Armadas, hasta ahora y bajo el amparo de su institucionalismo cómplices silentes del proceso de castración democrática en curso; la redefinición de PDVSA; la depuración del sistema judicial; la reinstitucionalización del llamado Poder Moral; la estricta redefinición de las áreas de la economía; las reformas constitucionales y el regreso a un sistema legislativo bicameral e incluso la posición a asumir frente al presidencialismo y las definiciones de sus mandatos. Esas y muchas áreas críticas de nuestro desenvolvimiento democrático en el escenario regional y mundial son asuntos que ni siquiera han sido tocadas hasta ahora en los distintos debates de los precandidatos, pero asumirán gran relevancia durante la campaña presidencial misma. Si no se interponen funestas iniciativas con el fin de torpedearla. Como dejan entrever las no veladas amenazas de altas autoridades del chavismo.

            Contrariamente a lo que desearían algunos de los precandidatos y las fuerzas que los respaldan, ningún esfuerzo por limar los contrastes y dulcificar las propuestas para no espantar a nuestros adversarios y diluir sus respaldos sociales, logrará el fin de distraerlo de su empecinamiento existencial en mantener y acrecentar el Poder que detenta, hasta lograr su monopolio absoluto. Con la consiguiente aniquilación física y espiritual de todos los demócratas. La pérdida del gobierno constituye una derrota estratégica irreparable para las fuerzas revolucionarias. No será por medios estrictamente electorales que alcanzarán el convencimiento de que su opción de asaltar el cielo, una esperanza de más de medio siglo satisfecha por la insólita irresponsabilidad de los factores democráticos, se ha visto frustrada para siempre.

            Lo será sólo y en la medida que las dos posiciones antes expuestas se unifiquen armoniosamente y quien resulte designado en las primarias tenga la amplitud de criterio y el talento necesario como para representarlas cabalmente sin ningún desmerecimiento. En ese sentido, los seis pre candidatos deberán verse representados en una oferta electoral amplia y democrática, capaz de movilizar a las grandes mayorías y de propiciar un movimiento social de recuperación de nuestra fracturada democracia permitiendo simultáneamente la reconstrucción económica y social del país. Tiene plena razón Diego Arria al plantear la naturaleza transicional del próximo gobierno. Como la tienen Capriles del necesario acento primordial en la educación, Leopoldo en privilegiar el grave azote de la inseguridad, María Corina en la del emprendimiento y la prosperidad, Pérez en la recuperación de la estructura de salud pública y Medina de la reconciliación de la familia venezolana.

            Partes de un mismo esfuerzo, complementados y unidos, nuestros pre candidatos constituyen un ariete indestructible. Debemos brindarles todo nuestro respaldo y salir a votar masivamente el 12 de febrero. Es nuestra obligación moral.

 

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