Opinión Nacional

Lo que Polar hace por la gente

Y…  ¿Qué es lo que han hecho por ti las Empresas Polar?

(Historias de un compromiso con Venezuela)

Corrían los albores de la década de 1960 cuando, oficialmente, aparecía en las estanterías de los expendios del país la “Harina P.A.N.”, o más técnicamente, la harina precocida de maíz. Era el resultado de una innovación tecnológica que allá por 1954, Don Lorenzo Mendoza Fleury y su hijo Juan Lorenzo Mendoza Quintero (a partir de las hojuelas de maíz que elaboraba Remavenca y cuyo destino exclusivo hasta entonces era la fabricación de cerveza), habían legado a los habitantes de la tierra de Bolívar. Sobre el hito que la “invención” de la harina precocida de maíz ha representado en la gastronomía y en la alimentación venezolana se leía en la revista Producto, en su edición Nº 284 publicada en julio de 2007, lo siguiente: “(…) La Harina P.A.N., símbolo del país, rescató a finales de los años 50 la tradición de la arepa, alimento en ese entonces en extinción”. Fue tal su éxito que la empresa “(…) vendió 50 mil kilos de Harina P.A.N., durante el primer mes de su lanzamiento, y para finales de ese año ya se colocaba un millón de kilos mensuales”. Se puede decir entonces, sin temor a equivocarse, que con ella no sólo “se rescata la tradición de la arepa”, sino que además se introduce un importante elemento que va a distinguir en adelante a la preparación de alimentos en el país, en particular mientras más se avanzaba en la segunda mitad del siglo XX: el ahorro del tiempo, particularmente escaso cuando la mujer cada vez más se incorpora a la fuerza de trabajo, paralelamente al acelerado proceso de urbanización que ocurría la Venezuela petrolera. Ya no habría que pilar el maíz, como a la usanza de nuestros antepasados, sino que unos pocos minutos bastarían para comer una arepa en toda regla… O una empanada, un carato, unos bollitos, unas tungas… No por casualidad durante -al menos- los últimos 20 años** ha sido el primer aportador de energía alimentaria en la dieta del habitante promedio del país; y casi siempre el primer aportador de proteínas durante este mismo lapso.

Pero no fue éste el único éxito de esta empresa y del consorcio empresarial que llegó a construirse a posteriori. La lista de productos fue creciendo geométricamente con el tiempo, por lo que a la harina precocida -y a la cerveza, su producto estrella- se le sumaron progresivamente arroz, pastas, bebidas no alcohólicas, hasta engrosar una lista de casi media centena entre marcas y productos y sus variantes: avena Quaker y el Mazeite; las margarinas Mavesa, Dorada y Chiffon; los alimentos congelados y los alimentos balanceados para mascotas y animales, por mencionar algunos. Vale destacar, entre los más recientes e innovadores, la gama de vinos producida y comercializada a través de la marca Pomar, premiada internacionalmente y con proyección más allá de las fronteras, como la propia harina P.A.N., la cerveza, la malta, esta última tan popular como alimenticia. Sería casi imposible encontrar a alguien que, viviendo o que apenas estando pocos días en el país, no llegara a “probar” (consumir, en la jerga económica), algunos de estos productos. Y es que no necesitan demasiada publicidad, porque quizá uno de los rasgos más resaltantes es su calidad y versatilidad, aunque además, en su producción y distribución no se olvida nunca el compromiso social con el país.

No obstante, hay otras facetas menos conocidas ligadas a la “familia” Polar, aunque no por ello menos importantes y notorias; es sólo que, quizás, han sido menos cacareadas. Haría falta escribir una enciclopedia para ilustrar en detalle estas obras y sus alcances, tangibles todas ellas y con testigos imborrables –como también lo son los testimonios de sus protagonistas y beneficiarios-, que dan cuenta del enorme compromiso del consorcio con Venezuela. A sabiendas del riesgo que supone omitir algunas, pasaré a dar unas pinceladas sobre una fracción de ellas.

Como empresa ligada al sector de los alimentos, estuvo siempre en su accionar la preocupación por entender, junto con la de informar y formar a los venezolanos sobre las características, funcionamiento y alternativas para mejorar el desempeño del sistema alimentario venezolano (SAV). Así, dentro de su estructura existía –como parte de la Fundación Empresas Polar, FEP-, una rama dedicada exclusivamente a esta temática: el Área de la Economía Agroalimentaria. Pero, entender cómo funciona el SAV, entre otras cosas, implica disponer de estadísticas e indicadores actualizados, fiables y oportunos. Fue así como, con base en la metodología de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se rescató uno de los instrumentos más importantes para el estudio de la alimentación y la nutrición en Venezuela: la Hoja de Balance de Alimentos (HBA), imagen de la estructura alimentaria y nutricional de un país cualquiera durante un año determinado. En labor conjunta con el Instituto Nacional de Nutrición, se incorporaron importantes innovaciones metodológicas, con la idea de actualizar las formas de cálculo y adaptarlas a los cambios que venían ocurriendo en el SAV, al tiempo que permitirían la puesta al día de las HBA. Como resultado se publicaron de forma impresa las Hojas desde 1980 hasta 1989, al tiempo que se dictaron numerosos talleres y seminarios para familiarizar a investigadores y profesionales del área con su metodología y las aplicaciones que esta herramienta permite y proporciona para su quehacer diario.

Desde 1989 y hasta el año 2002 la Fundación dejó el testigo en manos del Centro de Investigaciones Agroalimentarias de la Universidad de Los Andes, CIAAL, que entonces -también conjuntamente con el INN- tendría la responsabilidad de proporcionar al país tan indispensable insumo para el estudio del SAV y para el diseño y adopción de políticas alimentarias y nutricionales. El CIAAL es, como muchas otras organizaciones, el resultado del apoyo sistemático y la apuesta por el país de la FEP, cuyo génesis fue el Grupo de Estudios sobre el Sistema Alimentario Venezolano -el GESAV, en 1989-, en el marco de la Cooperación entre la Universidad de Los Andes y la FEP. Desde entonces y hasta ahora se cuentan por miles los profesionales que se han formado gracias al apoyo directo e indirecto de FEP.

Parte de ese trabajo en equipo entre ambas instituciones resultó en la publicación en 1993 del libro “La agricultura, componente básico del sistema alimentario venezolano”, para muchos el “libro blanco” de la agricultura venezolana. Fue el primer esfuerzo ecléctico que abordó el estudio del componente primario en el país desde todas las aristas, de referencia obligada para cualquier investigador del área. Su calidad y alcance se refrendó al ganar, en 1994, el Premio Nacional de Nutrición. 

También destaca entre sus legados una iniciativa de gran calado social: el Centro de Atención Nutricional Infantil del Antímano -el CANIA-, creado en 1995 y focalizado en esta parroquia caraqueña, en el afán de la FEP por generar capital humano y social; en este caso, a través de la atención nutricional de grupos vulnerables. Su puesta en  marcha se inscribe igualmente en el propósito de producir y difundir conocimientos que promuevan y faciliten los cambios positivos y sostenibles en el ámbito de comunidades, organizaciones, gremios científicos y académicos.

Igualmente debe mencionarse el trabajo desarrollado por la Fundación Danac, creada por Empresas Polar con el fin de “(…) realizar actividades de investigación, transferencia de tecnología, formación, capacitación, información y documentación, que permitan el mejoramiento de las capacidades tecnológicas de sistemas de interés agroalimentario, a través de la integración de esfuerzos individuales e institucionales, con la aplicación de criterios de sostenibilidad y contribuir así con el desarrollo agropecuario del país”. Con sede en Yaracuy, no sólo ha establecido importantes alianzas estratégicas para trabajo conjunto y cooperativo con el entorno, cumpliendo así con sus objetivos (como por ejemplo, con el FONAIAP y con el Centro Internacional para el Mejoramiento de Maíz y Trigo, el CIMMYT); además, establece constantemente vínculos institucionales y coadyuva a la formación de recursos humanos para el sector agrícola, a través de pasantías educativas, tesis de pregrado y de postgrado, así como de estadías de investigadores y docentes.

Otro hito es el Premio Lorenzo Mendoza Fleury. Se trata de un galardón que se otorga cada dos años y que fue creado por la Fundación Empresas Polar en marzo de 1982, con ocasión de su quinto aniversario. Su propósito es reconocer y estimular a los científicos venezolanos que, trabajando en el país, “destaquen por sus dotes de talento, creatividad y productividad” en las áreas de biología, física, matemática, química, así como en sus interdisciplinas. Es en la actualidad toda una institución de la ciencia venezolana, así como una referencia nacional en el ámbito de la investigación.

Desde luego que el alcance de esta Fundación trasciende mucho más allá. Ha sido y es aún soporte fundamental de la ciencia a través de distintos programas de apoyo a la investigación, a la divulgación y a la educación científica. Quizá en este aspecto los logros más visibles podrían ser el Diccionario de de Historia de Venezuela, o los Programas Sistema Alimentario Venezolano, Agricultura Tropical Sostenible, Actualización Matemática; el Proyecto de Gestión Integral del Agua para Caracas, el Proyecto de Ciencia en la Escuela o el Festival Juvenil de la Ciencia; para no hablar de ingentes publicaciones y material didáctico orientado a la población estudiantil de nuestro país. De manera que, cuando en el pasado aún en el ámbito internacional no se hablaba sobre la responsabilidad social corporativa, ésta era ya parte de la cultura empresarial de las Empresas Polar.

La realidad, tangible y contundente es la del país que, a donde quiera que voltee, puede ver muchas obras cuyo génesis ha sido la actuación tesonera de las Empresas Polar y de todas las personas que hacen vida dentro de ellas. Quizá en el fondo lo que no se les perdona es su admirable capacidad para aportar ideas, innovar y mejorar el bienestar de los habitantes de este gran país que es Venezuela. O quizá el problema es que dentro de ellas existe un verdadero sentido de pertenencia, de querer hacer las cosas y de hacerlo bien; de construir desde el trabajo y compromiso diarios; todo eso que cuesta respirar fuera de ellas, o de lo que poco queda en otras esferas. Esto es lo que no soportan quienes promueven la flojera, el odio al éxito, el menosprecio a la formación de calidad y al crecimiento personal. Es lo que incomoda a quienes cultivan el populismo y que ven con malos ojos cuando a algún habitante de este gran país le embarga el deseo de superación. Por eso es que probablemente las atacan: en un país donde se promuevan los verdaderos valores, Empresas Polar y su cabeza visible serían un verdadero ejemplo a imitar: el de prepararse, luchar por las ideas y proyectos y de hacer patria con el esfuerzo diario. Pero, evidentemente, no puede serlo si lo que se trata es de formar ejércitos de aduladores y de “rent-seekers”; es decir, de instaurar la cultura del mínimo esfuerzo.

(*) Profesor de la Universidad de Los Andes

(**) Años para los que están disponibles las HBA homogeneizadas

 

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