Opinión Nacional

Los autoritarios los prefieren machos

Algo quedó claro la semana pasada.

Quedó claro que el ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno rojo, es decir, el canciller de Venezuela, un funcionario de apellido Maduro, siente una gran repulsión por los homosexuales. Y no la oculta.

Para decirlo en venezolano, a Maduro los gays le sacan la piedra. Le parecen de lo peorcito. Tan es así que para descalificar en público al candidato presidencial de la Unidad Democrática no encontró mejor recurso que decirle «mariconsón».

Maduro no aplicó ninguno de los adjetivos ya clásicos del manual de escupitajos chavistas. No le dijo agente de la CIA, apátrida, oligarca, lacayo del imperio, explotador, derechista, vendepatria, consumista, burgués, grandísimo hijo de. Ninguno de esos. No utilizó el catálogo oficial. El canciller se fue por su vía propia y le dijo «mariconsón».

Y, como si fueran sinónimos, agregó «fascista». «Fascista mariconsón». «Eres un candidato presidencial fascista y mariconsón», le dijo. Olvidó este canciller que fascista, o nazi, son términos que históricamente no pueden ir juntos con mariconsón, porque si algunos modelos políticos ­además del comunismo cubano­ se ensañaron severamente contra la condición homosexual fueron los engendros de Hitler en Alemania y de Mussolini en Italia.

Lo dijo Hitler claramente: ni un judío ni un comunista ni un homosexual son personas.

Claro, es muy posible que el canciller Maduro ­un hombre de bigotes largos e ideas cortas, que debe haber pasado mucho tiempo dedicado a la «revolución»­ no haya visto nunca Una giornata particolare, el film de Ettore Scola, magistralmente escenificado por Sophia Loren y Marcello Mastroianni, en el que se hace más que evidente la persecución nazi-fascista contra la condición homosexual.

Tampoco creo que haya visto Antes de que anochezca, la película en la que actúa Javier Bardem, que cuenta la desproporcionada persecución que vivió, a manos del régimen de Fidel, el escritor cubano Reinaldo Arenas por su condición homosexual antes de suicidarse. La misma que con menos visibilidad había padecido, en la década de los setenta, ese hombre tan humilde como grande en calidad literaria llamado Virgilio Piñera, el autor de Cuentos fríos.

No debemos olvidar en este análisis que la condición homosexual no es fácil de digerir por las personas. Que, efectivamente, su presencia no siempre es grata ni bien recibida de manera automática por la familia o la comunidad a la que se pertenece. Pero tampoco podemos soslayar que uno de los grandes avances de la humanidad está asociado con el respeto a la diversidad, ya sea religiosa, ideológica o de preferencias sexuales. Y que entre los logros de las sociedades más avanzadas está el reconocimiento, incluso legal, a la opción sexual que elija cada quien.

En ese contexto, quiero diferenciar la reacción de una persona común a la de un gobernante. Un gobernante es alguien que encarna a toda la comunidad y, por tanto, debe respetar las opciones diversas de la colectividad que representa. No comparto la tesis ­en el fondo homofóbica­ de quienes sostienen que quien condena a los homosexuales tiene uno reprimido en su clóset. Los autoritarismos ­ya sean comunismo, nazismo, franquismo o chavismo­ detestan a los homosexuales, no porque sus dirigentes estén en el clóset, sino porque su presencia les recuerda que los seres humanos somos diversos y no ovejas. Y esas dos cosas, la diversidad y la diferencia, son la peor amenaza a los regímenes políticos que les encanta ver a multitudes uniformadas. Unas de rojo, otras de negro.

Lo de Maduro no es un caso aislado. Hace meses, en esta misma columna reseñamos una frase del vicepresidente Jaua, designado por el jefe único para ser candidato a gobernador en Miranda. El candidato Jaua declaró: «Miranda se merece un gobernador que tenga muchos hijos». Y el autor de estas líneas, impactado, escribió: «Mire usted, se puede ser al mismo tiempo franquista y chavista». Maduro es el mejor ejemplo. Ojalá y los herederos del generalísimo le manden, en gesto de apoyo, uno de esos manuales de educación familiar que promovían las reglas del peor conservadurismo católico. Se les parece.

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