Opinión Nacional

Los comadrones del engaño

¿Existe un código deontológico del encuestador y las encuestadoras, como existe el del periodista, el del médico, el del abogado, el del ingeniero? Me temo muy seriamente que no sólo no lo exista, sino que sus principales víctimas – la sociedad, su opinión pública, opinadores y políticos incluidos – ni siquiera se hayan preguntado por asunto de tanta gravedad. Unos, los aprovechadores, porque las usan con el avieso propósito de torcer, manipular o controlar la voluntad ciudadana; e incluso aunque son plenamente consciente de la estafa en que incurren están obligados a convencerse a si mismo de que no han estafado a nadie. No hay embaucador más perfecto que el que se cree sus propios embustes. Para eso los inventan. Otros, porque son sus víctimas propiciatorias, sin siquiera cuestionar el sentido de la trampa en que cayeran. Los más, porque la política y el mercado, en la sociedad de masas, se han convertido en un espectáculo en que la opinión es juez y parte del producto a comercializar. Paga y se da el vuelto. Ladra, amenaza y se muerde la cola, como los perros. Pues la política no vende ni compra realidades: vende ilusiones, sueños, fantasmagorías, anhelos, esperanzas. Incluso engaños. Para conquistar el Poder, su único objetivo. Y en todos ellos brilla especularmente la mentira y la apariencia, la promesa y el encandilamiento. ¿Por qué irrumpen, arrasan y desaparecen los liderazgos políticos. Muchas veces arrastrados por los aluviones propiciados por empresas de mercadotecnia. El caso de Mockus es paradigmático. Que nadie se llame a engaño: se trató de un monumental intento de manipulación política, frustrado por una sociedad madura y perfectamente consciente de los graves peligros que la acechan. Detrás del espectáculo como de la política, y más aún detrás de la política como espectáculo, late la permanente virtualidad del fraude, de la falsedad, del oropel, de la estafa. La inmensa y patética fragilidad de la creencia en los pajaritos preñados. El marketing inventó los discos de oro y de platino por ventas imaginarias. Con ello arrastra precisamente las ventas. El de la política las mayorías de la mercadotecnia, tan imaginarias como aquellas y, como aquellas igualmente fructíferas. Terminan por convencer al votante. Sobran los casos. ¿Qué es, que han sido el comunismo y el nacionalsocialismo sino una gigantesca estafa? Una monumental ilusión trastocada en una espantosa carnicería: la promesa de una proletaria paz universal convertida en guerra planetaria; la esperanza de saciar el hambre convertida en cruentas y mortales hambrunas; de solidarizar a los hombres por sobre razas, credos y partidos convertida en populosos campos de concentración, paredones y hornos crematorios. ¿En dónde radica el poder, la tenacidad, la invariable capacidad de convencimiento promovido por encuestadores piratas? Y la piratería parece serle sustancial a las encuestas cuando se orientan al control ciudadano. En la inmediata disposición de los hombres a la mentira, al fraude, al engaño. Apuesto mi cabeza que nadie sabe más y mejor de lo que estamos hablando que Luis Vicente León y John Magdaleno, Oscar Schemmel y Alfredo Keller, Félix Seijas y J.J. Rendón. Quienes no sólo practican el arte de medir la evanescencia de las creencias provisorias de los hombres, sino ganar sus fortunas en el intento por fraguar y solidificar esas creencias. Haciéndolas realidades políticas a través del éxito comprado de políticos no pocas veces repudiables e incapaces, gracias a la manipulación de la opinión. Sobre todo cuando logran su magno propósito: convencer a la opinión pública de lo que anuncian y lograr el desiderátum del encuestador: hacer realidad el pronóstico anunciado. La verdad, sólo la verdad es revolucionaria: lo dijo Antonio Gramsci. Para imponerse no requiere del partero encuestador. La comadrona del engaño.

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