Opinión Nacional

Los guardianes de Chávez y CNN

El documental realizado por el canal 4 de España y transmitido por CNN para América Latina no ha pasado por debajo de la mesa. Aun cuando para los venezolanos (acostumbrados a cualquier despropósito y excesos de los dirigentes del chavismo) es harto conocida la existencia y actuación ¬a la luz del día¬ de esos grupos armados, esas imágenes fuera de nuestras fronteras resultan contraproducentes. Desde el inicio de la emisión de este polémico audiovisual de investigación periodística sobre la realidad de lo que, en esencia, podríamos calificar como la expresión armada del chavismo radical, no se hizo esperar la respuesta del coro de defensores del régimen. Como siempre lo hicieron con las armas del insulto y la descalificación. Andrés Izarra (reapareció) y Freddy Bernal saltaron al ruedo para desacreditar y cuestionar tanto a los canales de televisión como a los productores y periodistas autores del trabajo en cuestión. Similar actitud mantuvo el blog gubernamental aporrea.org. Todos, al unísono, acusaron a estos profesionales de la comunicación (cuando no) de lacayos del imperio y de tarifados del conglomerado mediático Grupo Prisa. Amén de fichas tarifadas de una conspiración internacional contra Chávez, liderada por el grupo español, Estados Unidos y Álvaro Uribe. Hablaron inclusive del «periodismo sin pruebas», como si los videos y testimonios de los consultados no fueran suficientes. Resulta que el director y productor del documental es el veterano periodista vasco Jon Sistiaga que en 2003 cubrió desde Bagdad la invasión estadounidense a Irak. Y, dicho sea de paso, no lo hizo en la modalidad de lo que llaman en inglés embedded journalist, o corresponsales asignados o integrados a una unidad de combate, que viajan bajo la protección de esa unidad, sino que viajó por su propia cuenta y riesgo. Por cierto, si de referencia sirve, Sistiaga se encontraba en la suite 1402 del Hotel Palestina cuando un obús disparado desde un tanque estadounidense cegó la vida de su compañero de trabajo y amigo, José Couso. Además de ello, también en 2003, fue considerado por la consultora Gallup entre los 10 periodistas con mayor credibilidad de España. Es decir que, con semejante hoja de vida, sería difícil tacharlo de improvisado, vendido o cuanto epíteto se le ocurra endilgarle a los sumisos portavoces del oficialismo. Igual consideraciones se pueden hacer del resto del equipo que lo acompañó. En todo caso, a despecho de las críticas surgidas de quienes se sienten afectados, la crudeza del reportaje nace de las expresiones verbales y visuales de los entrevistados que en todo momento (salvo algunas excepciones) se mostraron dispuestos y locuaces en sus intervenciones. El énfasis de adhesión y compromiso con la revolución bolivariana y su líder máximo son contundentes y no dan lugar a dudas. Es más, después de ver y analizar lo dicho por sus voceros no puede quedar vacilación sobre talante violento y antidemocrático que inspira a estos movimientos. Por cierto, llaman la atención los sofisticados equipos digitalizados de vigilancia que tienen, la impunidad con que actúan y la calidad de los uniformes y el armamento mostrado, sobre todo cuando se contrastan con la indigencia manifiesta de los militares que resguardan nuestras fronteras (puesto de Guasdualito). ¿Será por eso que la reacción del Gobierno ha sido tan virulenta? ¡La verdad duele!

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