Opinión Nacional

Los príncipes azules de ayer y de hoy

Antepretérito

A los príncipes azules y reyes, puedo precisar que los empecé a conocer cuando frisaba los nueve años de edad y durante dos meses quedé a cargo de mi tía-abuela Justina, allá en Hualqui, mi pueblo nativo, situado en la ribera norte del caudaloso Bío-Bío. A mi madre y hermana menor se las llevó, José Aladino, mi progenitor en su barco de ensueño, surcador de siete mares, que se constituyó en el segundo hogar, durante buena parte de su existencia terrenal Recuerdo, con nitidez, que fue en tiempo de invierno, cuando los días se acortan y las tinieblas de la noche se asomaban tempranamente en la vieja casona familiar. Justo, después de la cena, nos sentábamos al lado de un brasero para combatir el frío. Además de la tía, integraban el grupo familiar: el bisabuelo Damián y Don Luis, el cónyuge de Justina con edades similares que se empinaban sobre los 70 años. Durante un par de semanas, surgió como invitado Pedro, el primo de la dueña casa, venido de la Cordillera y quien me dio algunas clases de “quebrados“ y decimales. La tía, mientras hilaba la lana en un huso, fumaba y cualquier ruido nocturnal lo asociaba con la superstición, especialmente cuando el chonchón, pájaro nocturno e invisible, al cual ningún ser humano ha visto, cantaba el tue-tue en uno de los perales de la quinta. Y de inmediato, la tía sentenciaba:”Alguno va a morir esta noche en el poblado”. Luego, venía lo que a mí más me agradaba de esa velada: El relato que Justina cada noche nos ofrecía. Generalmente, nos adentraba en historias, donde los protagonistas eran príncipes caballerescos, que cabalgaban por mundos ignotos,en busca de la dama para contraer enlace portada una vida. Por supuesto, que no les resultaba muy fácil: debían vencer muchos obstáculos, al enfrentarse a gnomos maléficos, nigromantes violentos, a lo que se agregaban, brujos y hechiceras que se desplazaban en escobas voladoras. A veces, el príncipe por esas artes mágicas, era convertido en anfibio o pájaro silvestre, hasta que se imponía la buenaventura y el príncipe conquistaba a su amada, quien también padecía peripecias, pero siempre concluía con un final feliz. Solamente, en un par de ocasiones, el relato nocturnal fue protagonizado por un pícaro, nacido hace cientos de años, como los propios príncipes azules y que se llamó Pedro Urdemales. La tía Justina, con su extraordinaria memoria y calidad relatora, durante esos sesenta días nos refirió siempre una narración diferente. Después de esta relación oral, se apagaba el fuego y cada uno partía a su dormitorio; en mi caso particular, yo continuaba soñando con esos personajes maravillosos, especialmente con los príncipes, eternamente jóvenes y galanos que lograban enamorar a hermosas doncellas.

Años después, en mis estudios literarios vinculados con España, descubriría esos relatos de la tía Justina, los cuales procedían de la Edad Media y Renacimiento con raíces arábigas y asiáticas y que por siglos se conservaron en la tradición oral hasta llegar a ultramar, época en que gobernaba el imperio, un”rey de reyes”, Carlos V, quien decía:”que en sus territorios no se ponía el sol”.

Pretérito

Creo que en la siguiente década de 1950, se proyectaron en mi conciencia los príncipes y reyes de “carne y hueso”. Recuerdo, con esfuerzo, que por la prensa se proyectó el enlace de la reina Isabel de Inglaterra y el Duque de Edimburgo. Tengo la impresión que conservo esas imágenes de revistas y quizás los noticieros fílmicos que antecedían las entretenidas matinées de mi época adolescente inicial, cuando quedaba atrapado por Fumanchú y los peligros que experimentaba Nyoka, sin olvidar a uno de los mejores tarzanes como lo fue Johnny Westmuller. Más tarde, las revistas de farándula, los noticieros fílmicos y la incipiente televisión en algunos escasos países de América, como ocurría en Venezuela, donde la TV surgió en 1953, nos trajeron la boda de una hermosa actriz, Grace Kelly, quien fue conquistada por el entonces joven y apuesto Rainiero, monarca del Principado de Mónaco. Ahí, la mayoría de nuestras mujeres latinoamericanas, dejaron de lado a ídolos como el viril y atractivo cantante y charro mexicano, el sin par Jorge Negrete, que aunque había desaparecido en 1953, continuaba viviendo en los corazones femeniles, para empezar a suspirar por estos nobles modernos que buscaban novias en tierras, donde hubo escasos reyes; sólo, de paso como en México, cuando en el siglo XIX se instaló Maximiliano de Habsburgo, prolongándose por escasos tres años el reinado, hasta que un digno hijo de esas tierras, el indio Benito Juárez al mando de sus huestes, lo capturó para ser posteriormente fusilado. Brasil, proyectó a una realeza muy sui géneris con el emperador Pedro I y Oreile Antoine, para la historia oficial, un aventurero loco, francés, quien se autocoronó por un periodofugaz en territorio mapuche como Rey de la Araucanía. Más tarde, estas historias reales íntimas empezaron a penetrar en el propio hogar, a través de la TV y las lecturas sifrinas de revistas femeninas, entre las cuales figuraba Paula en Chile, donde colaboraba, la otrora joven Isabel Allende, con una columna a través de la cual despotricaba, furibundamente, en contra de los representantes del sexo masculino. Por esas publicaciones, se destilaba la chismografía de la nueva generación principesca, quienes continuaban disfrutando, inmersos en un hedonismo sumo, la superficialidad y el buen pasar conformado por un jet-set, integrado por actores de cine, toreros, bailarines y jóvenes millonarios. El pueblo europeo proseguía financiándolos con los impuestos, adorándolos y perdonando siempre sus conductas excéntricas y constantes liviandades.

Antepresente

En la década de 1970, destacó Juan Carlos de Borbón, el privilegiado por Franco, el dictador para que lo sucediera en el cargo, una vez que él desapareciera. Jamás se imaginó este conculcador de libertades en España, que el sucesor adoptaría un modelo democrático, preservador de libertades y valores humanos en general. Así, con esta actitud adquirió una estatura de gobernante con un signo diametralmente opuesto a su protector, que lo proyectará trascendentalmente en la historia de estos tiempos, a pesar de las críticas que se le hacen en el presente en orden de presentarlo como un monarca amante del dinero, de los bienes materiales y alérgico a doctores, filósofos, escritores y pensadores, demostrando más afecto por individuos de abolengo y detentadores de la riqueza.

Durante estos tiempos y luego en la década de 1980 y 1990, surgirán escándalos políticos y pasionales protagonizados por los más conspicuos “reyecitos” de Europa. Una princesa irreverente ha sido y lo es, Estefanía de Mónaco, con una conducta estrafalaria, especialmente en sus relaciones amorosas, inimaginables de una cortesana. Luego, vendría Lady Di, la plebeya que enamoró al “desabrido” Carlos de Inglaterra por unos años hasta que se quebró tal unión, cuando éste volvió o acentuó un viejo amor con la madura Camila . Ante tal situación, Diana adoptó una vida intensa pasional con varios amantes hasta que se produjo la tragedia de todos conocida, donde según algunos comentarios, estarían implicados miembros de la propia corona inglesa, quienes conmocionados por la actitud de la princesa decidieron poner fin a tal situación como en los antiguos tiempos de la reyecía. En esta época, exactamente en el año 1982, hizo noticia, Andrés. príncipe inglés, miembro de la Real Armada inglesa y que integra la lista, en la sucesión de la corona británica. Desde ese año, se le recordará como el “Principito”, que representó a la corona británica, cuando se embarcó en calidad de oficial de la marina sajona en el buque insignia que encabezaba una flota con el apoyo de EE.UU., que el Reino Unido envió para reconquistar Las Malvinas, que siempre han sido posesiones argentinas y que en esa fecha pretendieron rescatarla sus primitivos dueños con soldados no profesionales, muy jóvenes, conscriptos – niños, a quienes sus jefes los comandantes aherrojadores dictatoriales de la época los desplazaron a esos dominios como “carne de cañón”. Arribada la escuadra, nunca el “Principito” se expuso al mínimo peligro y el trabajo sucio planificado por los ingleses, quienes como piratas que han sido por sus ancestros, dispusieron de los gurkas, bárbaros del Asia, residentes en dominios coloniales británicos, los cuales premunidos de cuchillos y armas de similar naturaleza se constituyeron en la unidad de avanzada, exterminando a gran parte de estos jóvenes imberbes, sacrificados por los cobardes y siniestros jefes castrenses de la época. Parece que el “Principito”, ni salió de su camarote en los momentos de mayor tensión y sólo se asomó cuando Las Malvinas habían sido reconquistadas por la barbarie de los Gurkas orientales.

Presente

Astrid, una secretaria, madre de dos hijas con una renta en Venezuela de unos 120 dólares mensuales, que se evade de la realidad cotidiana, leyendo revistas superficiales y esos best sellers, emocionales, esotéricos y chismográficos, productos de escribidores para la lectura de entes que viven en ese mundo consumista y masivo, donde se presenta la vida de los reyes europeos De esta suerte, la oficinista justo el día de la boda del Príncipe Felipe de Borbón, no durmió. Desde la España segunda, como diría un pensador latinoamericano, observó los pormenores de tal acontecer, “muy importante para su vida”, de este enlace que acaparó la atención del mundo occidental. Ahí, Astrid apreció el hermoso traje de novia que cubría a la plebeya y divorciada Leticia. Fue todo como un ensueño. La TV invadió tanto su hogar aquella noche lejana del reino, que ella se sentía invitada al evento y se halagaba de estar cerca de la princesa de Mónaco, de la realeza de los Países Bajos, de los nobles, provenientes de la región nórdica europea y hasta de Hirohito, el príncipe japonés, de los ojos oblicuos. Ya Astrid, incorporada a la boda, por arte y magia televisiva, despreció a los emisarios venidos del Africa, miró con curiosidad a los jeques árabes, y criticó a algunas de las mujeres “ensombreradas” presentes por su mal gusto en el vestir, al igual que a los engalanados mestizos provenientes del propio continente, donde ella reside. Astrid, poco menos, que esa noche se consideraba otra Infanta, hasta que la ensoñación se le rompió cuando al advenir la madrugada, tuvo que abandonar a sus hijas, rumbo al rutinario trabajo oficinesco, atravesando en bus la ciudad por más de una hora, pero ese día iba feliz por el encanto que había vivido, sobre todo ella, que en dos oportunidades creyó imaginarse que sus novios andaban disfrazados de príncipes azules, y que al final resultaron pícaros como Pedro Urdemales, que le dejaron como recuerdo a sus dos hijas, que hoy se han constituido en lo más preciado de su vida.

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