Opinión Nacional

Los villanos del milenio.

La penúltima operación realizada por James Bond, tuvo como objetivo desarmar el temible imperio del mal, construído por un personaje en cuya híbrida personalidad se mezclaban Bill Gates y Ted Turner: los dueños de la información global, el arma por excelencia de la tercera ola. Bond, agente inglés no siempre distante de los intereses geoestratégicos de Washington, se realizaba así en el paradigma feliz del fin del milenio.

Caído el muro de Berlín, acabada la guerra fría, algunos incluso llegaron más lejos que Fukuyama, pregonando no sólo el fin de la historia, sino incluso el cesamiento de funciones de los organismos de inteligencia y espionaje. Se acabó la CIA, especulaban escritores de novelas best-sellers y analistas políticos de alto vuelo.

La década de los noventa escuchó los lugares comunes proclamando la ruina del enemigo de Occidente, y que por lo tanto, las guerras serían ahora empresariales y los agentes secretos se tornarían agentes comerciales. La temida guerra global cedió su lugar a la globalización económica. Con Carlos Ilich Ramirez trás las rejas en Francia y con Arafat pacificado, sólo unos pocos malos quedaban en la pantalla: Kadafy, Hussein, la teocracia iraniana, Fidel y Corea del Norte. China transformada en la gran factoría de occidente y Rusia sin comunismo, garantizaban que sólo pequeños conflictos regionales surgirían de aquí en adelante. Comunismo acabado, historia finalizada, economía de mercado triunfante. El silogiso era apenas obvio.

Rápidamente superado el impacto de la crisis mexicana, el año 1997 fue quizás el último de la gran esperanza. Las promesas de un futuro mejor incluían un alto e inminente crecimiento económico planetario, el cual segun el Banco Mundial, permitiría que cinco países ingresaran al estrellato económico planetario: Rusia, Indonesia, Brasil, India y China. Con las predicciones y previsiones del Banco Mundial a la mano, Rusia exigía su carnet del club de los grandes, el G7; mientras India y Brasil reclamaban su silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Dos hombres simbolizan en carne y hueso, la falsedad de la felicidad post guerra fría.

Usamah Bin Laden, saudita, de residencia desconocida, empresario del ramo de la construcción, millonario, casado con cuatro esposas, musulmán en consecuencia, héroe nacional del movimiento talibán que controla el ochenta por ciento del territorio afgano. El señor Laden es acusado por los Estados Unidos de financiar operaciones terroristas de grupos musulmanes radicales. Las voladuras de dos misiones diplomáticas norteamericanas en capitales africanas en 1998, son indicadas como resultados de la larga mano de Laden.

George Soros, húngaro, residente en los Estados Unidos desde 1956, empresario del sector financiero, graduado en London School of Economics, doctorado de Oxford y Honoris Causa en la Universidad de Boloña. Fundador del Sorus Fund Management, empresa que contaba oficialmente al finalizar 1998, con 7,3 millardos de dólares, dedicados a la compra-venta de este ancho mundo. Soros, héroe de las finanzas, es calificado de «megaespeculdor», líder de bandada del capital golondrina. A Soros se le involucra en más de una quiebra de empresas…y de países. La más reciente aparición de Soros, según autores norteamericanos, fue en medio de la crisis cambiaria que obligó al gobierno brasileño a decrertar la libre fluctuación del Real en enero pasado.

Laden y Soros no son, ni mucho menos, los responsables de la actual coyuntura planetaria…pero la señalan, la identifican.

El atentado dinamitero de un grupo radical musulmán en Nueva York, sirvió como prueba de que incluso el territorio mismo de USA, está tan desarmado ante el terrorismo como cualquier país del mundo. Los conflictos locales, ya sean de fundamentalistas de cualquier signo, sectas milenaristas gringas o japonesas, de kurdos de Turquía e Irak, minoritarios xiítas del sur irakiano, independentistas de Kosovo o de Texas (USA, claro!!!), han roto el velo apenas remendado después de Vietnam, de la paz mundial. El fenómeno del terrorismo doméstico o en gran escala, es una de las señales de los tiempos que corren y del cual no se escapa América Latina. Continente aparentemente en paz, tiene ante sí entre otras, las amenazas dinamiteras de la guerrilla y las autodefensas colombianas, el trasplante del conflicto árabe-israelí al sur del continente (la triple frontera argentino-paraguaya-brasileña) convertido en refugio y terreno de acción terrorista, amén de los enfrentamientos agrarios en Brasil (movimiento de los sin tierra) y México (zapatistas).

La multiplicación de los conflictos ha tenido como respuesta, la conformación de un virtual Estado supranacional, a manos de la ONU. Las operaciones de mantenimiento o imposición de la paz, se transformaron en el mecanismo mundial para atender los conflcitos, donde ellos estuvieran. Incluso en Venezuela se ha discutido la posibilidad de recurrir a la ONU para cuidar la frontera occidental, de las acciones armadas colombianas. El costo de esas operaciones, las complejidades políticas que involucran, el número de situaciones irregulares potencialmente suceptibles de intervención internacional, hacen que cada día resulte menos factible la constitución de la policía mundial. Estudios recientes de la Corporación Rand (Foreign Affairs, febrero 1999) estiman que para atacar (sin necesariamente destruir) el aparato militar de Saddam Hussein, se requiere efectuar entre 80 y 100 mil misiones aéreas…Incluso para USA, este camino resulta insostenible y supondría la dedicación casi exclusiva de la maquinaria bélica norteamericana al único objetivo de intentar poner fin al gobierno de Hussein. Así las cosas, la globalización del terrorismo y de los conflictos regionales se escapó de las manos del gendarme mundial. El señor Landen sabe de eso.

El pronóstico del Banco Mundial resultó nefasto, y el Fondo Monetario se encargó de garantizar que no se cumpliera. Indonesia, Rusia y Brasil han sido afectadas seriamente en su desenvolvimiento económico, China muestra indicios de problemas económicos, y sólo la India se conserva en su nivel de actuación.

Rusia, la joya de la corona, la demostración del éxito del librecambismo sobre el comunismo. Rusia, el ejemplo vivo del supuesto fin de la historia. Rusia fue sacrificada en nombre de una deuda externa heredada del comunismo. El financiamiento otorgado a Rusia exigía una reforma abrupta y total de las reglas de juego económico del país. Como consecuencia, la confianza de los inversionistas nunca se concretó, y las mafias internas y los especuladores internacionales comieron su bocado de Cardenal. Recientemente el Banco Mundial, en la pluma de su Presidente, James Wolfensohn, hizo un mea culpa del caso ruso. De acuedro a un informe interno del Banco, dado a conocer por los medio en febrero pasado, la institución considera que fue un error no haber atendido las «precondiciones que deberían existir en el país», antes de incentivar al gobierno para abrazar la economía de mercado. En el caso indonesio (ver nuestro trabajo «El niño, la soberanía y las nuevas agendas» en Venezuela Analítica, mayo 1998), el FMI impuso al gobierno un fuerte paquete de medidas restrictivas que hicieron que el gobierno cayera, los capitales especulativos huyeran, la moneda se devaluara y los indonesios, al igual que los coreanos y tailandeses vieran finalizado el boom económico, hasta ese momento envidiado por el mundo entero.

Y luego tocó el turno a Brasil. A a finales de 1997 y como reflejo de la crisis asiática, Brasil había quedado en la mira de los especuladores financieros. Un paquete de cincuenta y una medidas fiscales y el alto nivel de las reservas internacionales, hizo que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso en procura de la reelección, saliera más o menos ileso del suceso. Un año después, la tarjeta de presentación de Cardoso, -Plan Real- mostró su debilidad. La estabilidad de la moneda y la tasa de cambio brasileña, basadas en una recesión controlada y el constante ingreso de capital externo se fue a pique, desde el momento que las golondrinas decidieron volar. Al igual que en el caso mexicano de 1995, el gobierno norteamericano y en consecuencia el FMI, consideraron que Brasil no podía caer. Sin embargo, la concesión de una linea de crédito no impidió la devaluación del Real. Las sombras de la inflación volvieron a los supermercados brasileños, sumándose a un creciente desempleo. El impacto comienza a sentirse en los socios dentro del Mercosur.

Fernando Henrique Cardoso ha venido planteando en diversos foros internacionales, la necesidad de crear una legislación mundial, que impida los bruscos movimientos financieros del capital especulativo. Incluso pese a los ingentes montos que puede sumar los países del G7 en operaciones de salvamento de economías, el sistema circulatorio (los fisiologistas siguen vivos…) de dólares está fuera del control del FMI. El señor Soros sabe de eso.

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