Opinión Nacional

Mala educación

La ausencia de civilidad y urbanidad se está convirtiendo en un símbolo inequívoco del comportamiento diario del venezolano. Si, ya sé, unos menos que otros. Unos más que otros, también es verdad, pero como dice el dicho: “en una cesta de frutas, la podrida echa a perder a las demás”. Y nos estamos pudriendo.

Este año mis comentarios se han ido distanciando cada vez más, habida cuenta de que la fuente de ellos es cada día inagotable. El ocurrir de las circunstancias vitales venezolanas genera no menos de cuatro o cinco temas de los cuales hablar, discurrir y, luego, comentar y publicar. Y eso nos convierte en esclavos; en esclavos de los promotores, de los contestadores, de la pasividad, de la indiferencia y de esas circunstancias, sean naturales o artificial y metódicamente generadas.

Lamentablemente, la ocurrencia de los errores del pasado son promotores de este presente y usted acepte mi disculpa, pero me voy a hacer entender. Vivimos en una permanente corrección de los desaciertos anteriores, así por ejemplo: se escucha, por boca de las figuras representativas del gobierno, su opinión del período iniciado en 1958 y culminado en 1998 con la elección de Hugo Chávez Frías (†), juzgándolo como desastroso. Igualmente, los ciudadanos de a pie le imputaron al Presidente Caldera (†) la elección del Teniente Coronel por haberle sobreseído su causa, en lugar de mermarle los derechos de participación electoral.

El Presidente Pérez (†) distribuyó dinero a manos llenas en su primer período de gobierno y la población de aquellos años estaba tan feliz, como lo están hoy los beneficiarios de las misiones, y luego, los mismos electores hablaron mal hasta por los codos de Pérez. Igual ocurrió con Herrera Campins (†), con Pérez II y Caldera II.

Supongo que, cuando se les acabe el “guayabo post mortem” hablaran mal de Chávez en su gestión administrativa y este temporal dispensador, Chávez, dejó un legado bien largo. La tarea de recopilar y describir las consecuencias de su desastre administrativo está en marcha. Poco a poco se irá desmontando la “fantasía revolucionaria del siglo XXI”.

Venezuela es una sociedad que vive aferrada a la gesta de los héroes del siglo XIX, pero teme enfrentar el reto del presente por la deficiente formación, lo cual se percibe a diario. Pareciera que sin héroes el país no es nada y de esta “política” nacen los nuevos constructores de patrias y nuevos libertadores.

Se preguntará usted, distinguido lector: “¿Dónde carrizo está la mala educación con la cual se tituló este trabajo?” La respuesta está en el día a día.

Está en la agresión verbal contenida en el político discurso de los dirigentes gubernamentales; en las asombrosas respuestas de los empleados de las casas comerciales ante el ejercicio del derecho de compra de bienes de consumo; en el tono altisonante del empleado público en las oficinas administrativas del Estado; en la ausencia de “horas” en la atención del consumidor sea en el medio público o en el privado: no hay ni buenos días ni buenas tardes; en el soez vocabulario diario: ahora, en este tiempo, todos los hombres y mujeres son “maricos y maricas” y las respectivas madres son “prosti”, evitando mencionar el sustantivo coloquial. Todos tienen derecho a pasar de primero en las intersecciones regidas, bien sea por semáforos o con la señal de “pare”. Advierto: no soy la expresión ambulante del Manual de Carreño, pero la situación está llegando a cotas preocupantes.

Es evidente que los códigos de respeto hacia el ciudadano se fueron quien sabe a cual parte. Pero al considerar cualquier expresión soez como algo normal, evidentemente los resortes morales trazadores del mutuo respeto entre personas, se van pa’l carrizo. Temo no errar, si señalo a los medios como co responsables de esa “liberación”, la otra se la atribuyo al común, incluyéndome. Y ¿Por qué a los medios? Primero, difundieron en su momento una expresión coloquial inadecuada. No importa quién lo haya manifestado. Segundo, se escapo la alerta sobre el deterioro del lenguaje comunicacional entre los humanos; una cosa es el protocolo y la formalidad y otra, la cordialidad en el trato. Tercero, las simpatías hacia determinadas causas provocan inmunidad mental y por tanto, todo lo emergente de esas causas es “publicable”, así sea un “vergatario”. Cuarto, no hay promoción del buen hablar hacia los “clientes” habituales en el horario estelar de transmisión televisa de novelas; pareciera que este es, ahora, de 24 horas.

He atribuido a los medios cierta co responsabilidad en la pérdida del respeto mutuo, pero olvido decir que ellos son eso: medios, son instrumentos de transmisión y por lo tanto, la responsabilidad la tiene el emisor y co responsablemente, el receptor por aceptarla pasivamente. La idea no es hablar alambicadamente, pero el castellano es muy rico. No se debería reducir la comunicación a dos o tres palabras con los cuales se universalice el idioma.

Los detractores del período 58 al 98 atinan verdaderamente cuando dicen que esa etapa no sirvió para nada. La generación gobernante son ellos y ellos son los frutos de las semillas sembradas, pero asalta una interrogante y es: ¿No aprendieron, no les educaron o los maestros y profesores y padres y madres no cumplieron con su responsabilidad de ductores de ciudadanos? ¿Será esto la razón del abuso y la falta de escrúpulos?

Deduzca, en consecuencia, ciudadano lector si es cierto lo que alguna vez el Conde de Chesterfield dijo: “Si no plantamos el árbol de la sabiduría cuando jóvenes, no podrá prestarnos su sombra en la vejez”.

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