Opinión Nacional

Mea culpa

Si los venezolanos no hubiéramos apostado a esta prometeica aventura chavista, hoy no estaríamos sufriendo esta insólita experiencia que se quisiera revolucionaria. Si en vez de extenderle un cheque en blanco a un joven cuadro medio del Ejército sin ninguna experiencia política hubiéramos optado por cualquiera de las otras opciones ofrecidas en 1998 -Salas Römer o Claudio Fermín posiblemente hubiéramos sufrido otro gobierno más con sus inevitables altibajos de éxitos y fracasos.

Y en el peor de los casos, ya estaríamos pensando en salir del que hubiera sido electo, buscando nuevos caminos en otras candidaturas.

El 2002 que ha comenzado hubiera sido un año electoral. Las actividades esenciales del país hubieran continuado su silenciosa y provechosa labor, como lo venía haciendo desde hace cuarenta años. Y Venezuela gozaría sin duda de una cierta tranquilidad social y de una prosperidad discreta, como aquella de la que disfrutábamos, a pesar de los pesares, a fines del gobierno Caldera.

Pero preferimos apostar todo nuestro capital a un teniente coronel golpista.

Chávez no nos fue impuesto por nadie.

Fue electo con el masivo respaldo de más de la mitad de los electores. Y sin que mediara engaño de ninguna naturaleza. Quien le dio su voto en diciembre de 1998 sabía perfectamente que votaba por alguien que había intentado destruir la institucionalidad democrática por la fuerza de las armas, provocando severos daños materiales al país y la muerte de centenas de venezolanos. No votó por un mensajero de la paz: votó por un cruzado de la violencia. Tampoco votó por alguien que dijera respetar nuestra tradición democrática: votó por quien hiciera el más sangriento escarnio de 40 años de vida ciudadana y prometiera destruir hasta sus más profundos cimientos el edificio jurídico e institucional que nos cobijara desde el 23 de enero de 1958. La inmensa mayoría que le diera su voto, y la aún mayor que le respaldara inmediatamente después de su rutilante triunfo electoral, apoyó un proyecto revolucionario que el presidente electo no hizo ningún esfuerzo por ocultar.

Durante dos años, el presidente Chávez se dedicó a cumplir religiosamente lo prometido: liquidó la Constitución de 1961, aplastó los partidos del estatus y erigió un nuevo edificio institucional a su capricho y medida.

Nunca contra la voluntad de los venezolanos, siempre con su masivo respaldo.

Sólo un estúpido o un mentiroso podrían argumentar que Chávez traicionó las promesas con que lograra el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

Pero en este tercer año -institucionalmente el primero de su nuevo mandato- los efectos de todos estos cambios comienzan a ser sufridos en carne propia por esos mismos electores. No por ello pueden reclamarle a quien jamás los engañara.

Lo que cabe es comprender de una vez el gigantesco error en que incurrieron y la falta de seriedad y profundidad del compromiso que adquirieron elevándolo a la primera magistratura del país.

Como por fortuna el voto no es un contrato inextinguible, tienen todo el derecho esos equivocados ciudadanos a exigirle al Presidente adecuarse a las nuevas circunstancias o a dejar el cargo cuya legitimidad descansa en ellos. Podrán y deberán hacerlo. Pero sería muy importante que al hacerlo reconocieran ser ellos los culpables del callejón en que nos encontramos. Y rectificaran apostando por futuros líderes provistos de experiencia y sabiduría.

No hacerlo sería un grave antecedente para un eterno futuro de estupidez. Dios nos ayude a rectificar y nos enseñe a ser verdaderos ciudadanos.

* Profesor universitario y analista político

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba