Opinión Nacional

Mensaje de fin de año

Termina la primera década de un siglo y podemos asegurar que el valor fundamental que se ha puesto en discusión ascendente ha sido el de la ciudadanía. El reclamo por el cambio de los viejos paradigmas que guiaban el comportamiento político ha estado presidiendo de manera insistente el mundo inmenso de la comunicación interpares.

La vieja democracia representativa ha sido señalada como perteneciente a otra centuria, a otro proceso socio-histórico-económico. Las decisiones se aproximan cada vez a más a una voluntad colectiva formada de manera inédita y por medios insurgentes.

Hemos vivido en estos diez años la agonía de un viejo mundo y los balbuceos de otro. El economicismo estalló, no sólo como repetición de una crisis puntual, sino como el brote de exigencias de edificación de justicia en el mundo económico.

Hemos asistido, quizás de manera imperceptible, a los indicios de reorganización de la distribución del poder y a modificaciones en su esencia misma.

Hemos visto –inclusive en el día de Navidad- brotes de intolerancia, violaciones a los derechos humanos, pero al menos la humanidad no ha asistido del todo impasible a estas incidencias de un trasnocho ideológico que como polución pervive en el aire planetario y se arrastra persistente sobre la medición del tiempo.

En nuestro país venezolano ha sido la década de una incidencia histórica muy parecida a una repetición de lo que ha sido nuestro pasado. Podemos admitir que aún no se conforma una voluntad nacional coherente de salto hacia adelante. Se perciben confusiones, incongruencias, no asimilación plena del desafío hacia lo político que planteo la ocurrencia de este suceso plenamente explicado por un comportamiento que lo generó y por una sociedad abstraída de todo interés por el destino colectivo. La multiplicidad que como un torbellino nos sacude se parece más bien a un brote anárquico, a una incoherencia improductiva, a una asimilación distorsionada del nuevo papel ciudadano protagónico que aún no ha madurado.

La tendencia venezolana a que cada año que llega será peor que el anterior no se modificará en 2010. Este diciembre triste nos ha indicado lo que nos espera. El torbellino del caos aparece en el horizonte como una visión de tornado que gira amenazante. Amalgamar las partes dispersas de este conglomerado social requiere aún del cemento y de la voluntad, de una maduración que es parsimoniosa, de un asegurar de posibilidades que aún se sitúa en el territorio de la incógnita.

No obstante, hay que admitir que las lecciones de la historia indican cohesiones rápidas, impensadas, sorprendentes. El maniqueísmo de pesimismo u optimismo debe ser reemplazado por la atención que no descansa, por un alerta permanente, por lo que he denominado durante esta década como “una interrogación ilimitada”. Debemos preguntarnos aunque muchas de las demandas no obtengan respuestas, dado que la falta de respuesta lo es al obligar a una reformulación de los términos de su lanzamiento, a una modificación de las palabras que usamos para redactarlas, a una alteración de las palabras y de la sintaxis de las frases.

La asunción de una nueva cultura puede parecer un largo proceso y de hecho lo es, sólo que el empuje humano lleva a la determinación antes de que esté plenamente constituida y obliga a su asimilación plena a una velocidad no sujeta a previsión ni cálculo. Se debe partir que es hacia delante que se marcha, nunca hacia atrás.

En sustitución de un “Feliz Año” que escapa a las proyecciones del análisis digo que estaré en el 2010 con la mente puesta en mi país, como lo estuve en la década que termina. Es poco, lo sé.

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