Opinión Nacional

¿Militares comunistas?

Cuando muchos se preguntan por qué el gobierno no da pie con bola para resolver aunque sea con mediana eficiencia las muy diversas problemáticas que acogotan la vida de los venezolanos, pocos prestan suficiente atención al hecho de que un muy alto volumen de militares han sido puestos al frente de las responsabilidades y las tareas pertinentes al espectro de la sociedad civil.

Hace dos años el estadístico Oreste Primera Fuenmayor determinó la cifra de ingresos militares al gobierno, sumando familiares y relacionados, en torno a 3.490; muchos de ellos impuestos a dedo realengo del presidente.

No se trata de que los militares no sirvan para nada; se trata del Principio de Peter, donde se ubica a la gente en posiciones donde no saben qué hacer. Los militares pasan la vida estudiando para otras cosas igualmente importantes, constituyendo un sector integrado por 30 o 60 mil individuos, aproximadamente.

Pocas personas con cuatro dedos de frente dudan de que tan alto promedio de integrantes gubernamentales esté mejor capacitado que los millones de civiles, de muy diversos y voluminosos sectores igualmente profesionales, cuya preparación multidisciplinaria le ha costado a la nación mucho tiempo, dinero y dedicación (gracias a la «democracia civilista», imbatible en las decenas de miles de universitarios habilitados que dejaron atrás la triste realidad legada por el militarismo que mandó en Venezuela, desde 1830, por 125 años; como evidencia está la escasa matrícula de 4 mil estudiantes universitarios que dejaron para 1945).

Los militares estudian y se preparan para otras cosas. Y es un regreso al pasado dañino que hoy sean puestos en cuanto cargo público se les ocurra.

En el pasado hubo militares valiosos que hicieron labor de patria en cargos públicos variados, excepcionalmente. Hoy su despliegue, como lo evidencia la realidad gubernamental, nos retrocede al desastre que fueron los 125 años de militarismo que plagaron nuestra historia hasta bien entrado el siglo 20, hasta que la democracia despertó en Venezuela y pudimos finalmente comenzar a salir de tan descomunal atraso, el cual puede constatarse sin el menor atisbo de dudas en cualquier recorrido que se quiera hacer por las estadísticas registradas (y multidisciplinarias) que delatan la evolución de Venezuela mejor que cualquier catarata de palabras huecas.

La historia seca, sin adornos, nos indica lo siguiente: el civil José Vargas llegó a gobernar apenas durante un año (del 9 de febrero de 1835 al 8 de julio de ese mismo año; retomó el poder el 27 y llegó hasta el 24 de abril de 1836). Juan Pablo Rojas Paúl (mandó de 1888 a 1890, prohijado por el general Antonio Guzmán Blanco), siendo sustituido por otro civil, Raimundo Andueza Palacios (1890-1892). Lo demás fueron los generales Joaquín Crespo, Ignacio Andrade, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita.

Entre 1830 y 1945, sólo tres civiles ocuparon la presidencia, y por 5 años en total. Ninguno de ellos fue electo por el voto popular.

De 1945 a 1948, gobernaron los civiles Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos, despertando el muy postergado sentido de la democracia. Luego volvieron los militares otra vez por 10 años, otra vez con la barbarie dictatorial, ladrona y asesina, que tan bien representó Marcos Pérez Jiménez.

De 1959 a 1999, gobernaron civiles elegidos por el voto popular, y Venezuela –con una velocidad histórica impresionante, increíble ante cualquier comparativa universal- se incorporó al siglo 20. (Baste resumir un detalle: no había una empresa venezolana que extrajese un litro de petróleo.)

Y es ahora, desde 1999, cuando cierta Fuerza Armada controla otra vez el poder en Venezuela, impulsada por una egolatría descocada que desea pintar su absolutismo de comunista, buscando cerrarle todas las puertas al poder civil (la mayoría de los venezolanos) y buscando hacer imposible otra alternativa.

Es aquí donde está la tentación para el gran salto al pasado dictatorial, aquellos 125 años donde el país se congeló en el atraso para que algunos militares (hoy totalmente olvidados por su escasez de valor histórico-social) pudiesen disponer a sus anchas de los frutos de la corrupción más descarada.

En la actualidad, junto a los civiles que hacen bulto con soviética sumisión comunistoide, el «mapa estratégico» de esta minoría militarista y forajida está aquí: «Profundizar y acelerar la conformación de la nueva estrategia militar nacional», definir los fundamentos y objetivos del «nuevo pensamiento militar venezolano», para lo cual es preciso «borrar todo vestigio de la inyección que nos hicieron o nos aplicaron de la doctrina imperialista».

La táctica es tan característica como la eterna lloriqueante cantaleta según la cual «alguien» está siempre queriendo aguarles la fiesta, echarles vainitas y postulándose graciosamente para ser inculpado como traidor a la patria.

Así como el gobierno se llena la boca a cada rato hablando de sus labores de «inteligencia», siempre escueta, siempre sin pruebas y siempre incapaz de capturar hasta el más insignificante ladrón de pantaletas, la inspiración de esta cúpula atípica los lleva a importar sus grandes ideas de otros lares.

En este caso, la «Doctrina Militar de la Revolución Bolivariana» proviene del mexicano Heinz Dieterich, quien dice: «Muchos aspectos de la nueva concepción son secretos, como es lógico, pero es posible trazar una idea general del nuevo paradigma que sustituye el de la posguerra y del pensamiento estadounidense»; Dieterich alerta sobre «la amenaza militar de Estados Unidos contra Venezuela», siendo su idea central: «La adopción en Venezuela de la sabiduría militar milenaria de lo que el libertador vietnamita Vo Gnuyen Giap, arquitecto militar del triunfo sobre el imperialismo francés y estadounidense, llamaba ‘Guerra del Pueblo, ejército del Pueblo’, es un extraordinario paso en la reconquista de las soberanías de la Patria Grande. Porque, al privarle al agresor del centro de gravedad de su ataque –la destrucción física del ejército convencional- se le quita la posibilidad de la batalla decisiva y de la victoria rápida y se le obliga a la guerra popular prolongada, en la cual no podrá prevalecer».

¡Guácala, pupú!

Esta gente o patuque nos está manejando a la patria en secreto, sin consultar siquiera con un referendo (aunque fuera tracaleadito y peorrito), sin tomar en cuenta si los venezolanos queremos meternos en un hueco ensangrentado como fue Vietnam, sin pararle media perinola psíquica a la intención de convertir el sistema judicial venezolano en una Seguridad Nacional y, en síntesis, sin tener el más leve recuerdo de que todas sus acusatorias virulentas en contra de los males anteriores se han quintuplicado hoy horrorosamente, para decir lo mínimo.

El resto de los mortales venezolanos no aceptan un futuro de aguaceros sangrientos y charcos de supuración, donde sólo brillen jueces desnaturalizados con imputaciones y decisiones rechifladas, tramposos de reconocida trayectoria manipulando elecciones y cedulaciones a conveniencia, y todo junto a presos y perseguidos políticos y la muy continuada metástasis dialéctica que avanza frenéticamente hacia etapas trogloditas.

Uno se pregunta si la capacidad de inteligencia ha llegado realmente a tocar fondo, ahí donde unos cuantos loquitos de la rapiña colocan bloquecitos lego construyendo una muy propia y díscola Muralla de Berlín.

Si es así, camaradas: ¡olvídense de Bolívar!

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