Opinión Nacional

Nano gastronomía

El pasado lunes 1º de noviembre asistimos gustosos y golosos, académicos e invitados nacionales y extranjeros, a la Cena del XXIV Aniversario de la Academia Venezolana de Gastronomía, digna y sobriamente presidida por Nelson Ramírez Zamora.

La cena resultó una sorpresa y una estupefacción.

La sorpresa vino con la selección de platos ofrecida por el reconocido Chef internacional Franz Conde, ingeniero a medias y músico aficionado, quien orquestó un menú riguroso y generoso en cuanto a alcances y texturas, pregonando, minimalista, que lo imperceptible es lo vigente, a saber: “Ceviche de pescado blanco en “aguachile”; Arepita pelada con camarón y caraotas; Arroz con langosta y hoja de limón: Torreja salada con “dip” de coco y maní; Bollito de chicharrón confitado en salsa cruda de ají verde; Falda de cochino horneado “a la manera de Caracas”, “Causa” de ensalada de gallina; Pan de jamón; Pera al vino “chinato”; Helado de chocolate blanco; Dulce de aceitunas negras; Tortica caliente de chocolate amargo; Piña caramelizada al jengibre; Trufas de chocolate amargo, Piña caramelizada al jengibre.

La estupefacción llegó después, al momento de profesionalmente servirse la comida y los vinos, los comensales que habían previsto una cena pantagruélica, a lo Babette, debimos conformarnos – cada quien a su manera, amenazas incluidas de una arepa con pernil a la salida – con una cena minimalista, liliputiense, diminuta, minúscula y citológica que inauguró en nuestros predios la ya previsible Nano Gastronomía, es decir, aquella imperceptible que para degustarla requiere además de cuchara, cuchillo y tenedor, lentes de aumento, lupa, y algún que otro microscopio exhibido por algún avezado médico gastrónomo e investigador.

Los vinos bien en el promedio: algunos desprendidos e inusitados como el chileno y el malagueño, otros sin sorpresas ni profundas huellas como el gallego Albariño y el del Partido Popular español, el de las Riberas del Duero tan caro a Aznar, y uno – no faltaba más – decorativo, la rosácea cava que acompañó coqueta y frívola a un licor de ron desaborido ausente de caribes encantos.

Todo valió la pena, concluimos, en esta larga e inacabada ronda de fogones, cocineros, braseros, enólogos, queseros, horticultores, panaderos, pasteleros y gastrónomos, por seguir legítimamente apostando a lo que somos, es decir, a lo que cocinamos y, con mayor o menor deleite, nos comemos.

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