Opinión Nacional

Necesitamos uno silencioso

La estridencia parece erigirse como uno de los estados más frecuentes de la época que vivimos, de la épica que muchos quieren escribir, pero nadie seguir y menos comprender. Avistemos las tesis repetidas sobre lo global: la globalización plantea una democratización de las comunicaciones, soportada por la masificación de las tecnologías y una reducción de los ciclos de innovación que permiten su evolución, perfeccionamiento y comercialización. La Internet, virtualidad inasible pero omnipresente en sus efectos e influencia, plasma, crea y recrea a la realidad, confundiéndose a veces con ella, retratándola con fidelidad, capturando su esencia, o también suplantándola, remplazándola, para goce y disfrute de los ciberciudadanos,  o de la indiferencia ignorante de los “extraños” humanos excluidos mayoritariamente de este festín global y tecnológico.

Si no tienes alguna presencia en las redes sociales, “no existes”. Es decir, no existes para ese segmento sociocomunicacional cuyo relacionamiento se produce crecientemente en dicho espacio. Pero la casi ilimitada capacidad de tejer redes de vinculación, comunicación, trabajo, ocio, cooperación o acción diversas, contrasta justamente con el riesgo de la saturación, de la sobreinformación, ante la incapacidad de escoger, seleccionar, priorizar y diferenciar lo cierto de lo falso, la verdad de la mentira. Lo  estridente, en tanto expresión caótica, violenta o que pretende no ponerse sino imponerse sobre el otro, sobre los demás, se hace presente cuando la comunicación deja de ser un canal o herramienta, un medio de interacción, es decir, cuando pierde su carácter instrumental y se convierte en un fin en sí mismo, mensaje sin mensaje, deviniendo despliegue de egos incontenibles y necesidades urgentes de llamar la atención, a como de lugar.

La gerencia, es también víctima en ocasiones de esta estridencia global y tecnológica, cuando no sabe distinguir las formas del fondo, o cuando pretende asumirlas para ocultar su inacción o fracaso. En tal sentido, la comunicación, en tanto construcción de un discurso estratégico, debería perseguir la difusión de los logros, el acercamiento con la gente, el refrescamiento de las relaciones en el interior de las estructuras organizativas, y sobre todo, la creación de un sentido de comunidad, de pertenencia y compromiso.

La pérdida del sentido de la concreción y síntesis en el discurso oficial, las cadenas interminables e impresionamente largas, junto a la reiteración de la variada cosmovisión que mezcla pasajes autobiográficos con la política exterior, o la macroeconomía con la vida de algún prócer siempre “héroe”, siempre vigente, pueden haber consolidado para muchos la “imagen” del Presidente Chávez, símbolo único y totalizante de la “revolución”, pero han debilitado en cambio la credibilidad de su mensaje, la confianza en su capacidad de gobernar, en definitiva la sintonía entre el verbo y la acción, entre el dicho y el hecho, más allá de los ingentes recursos invertidos en un esfuerzo propagandístico que aspira a crear sentimientos y sensaciones: sensación de seguridad, sensación de empleo, sensación de riqueza y abundancia, sensación de justicia, sensación de progreso, sensación de gobierno.

Al atacar las primarias, el Ejecutivo evidencia en realidad su interés y preocupación por el desarrollo de un proceso ciudadano, establecido contra el viento del radicalismo y la marea del derrotismo y la resignación. Su carácter abierto, las garantías que se han establecido para resguardar el secreto del voto, y evitar que el “sapeo” emboinado se active a través de remozadas listas Tascón, (que son realmente menos listas y más mecanismos diversos de amedrentamiento, presión y represión clientelar), constituyen un hito a celebrar en la evolución de los sectores críticos u opositores ante el autoritarismo colectivista,  y que debe motivar a la participación decida de quienes prefieren ejercer la democracia, y no se regocijan del omnipresente dedo rojo que funge hoy como único elegido y elector.

La movilización de los precandidatos,  la presencia en la opinión pública de sus mensajes, y la revisión de su obra de gobierno o de sus planteamientos, no sólo rompen el monopolio de la agenda informativa del Jefe del Estado, sino que permiten mostrar los resultados de gestiones impulsadas por valores, ideas y motivaciones muy distintas a las de la “revolución”, con resultados que superan, pese a su carácter local y regional, a los fracasos oficiales a nivel nacional.

Chávez ha edificado, a tono con los recursos y tendencias del paradigma global y tecnológico, y  a costa de la institucionalidad y equilibrio de poderes (¿recuerdan esa expresión, verdad? ¿Equilibrio?) una videocracia, gestión autocrática y consumada de egolatría televisada con demagogia y estatismo desmesurado, monopolizando el discurso y la imagen como el histrión que pretende liderar, hablar, cantar, brincar, para crear la realidad “socialista” y “anticapitalista”.

A la luz del balance de estos 13 años de cadenas y retórica delirante, si la duración de su discurso, es decir, si el hablar más de 9 horas sin parar, es proporcional a la verdad de las obras, soluciones y respuestas a los problemas de los venezolanos, sin duda alguna, necesitamos un Jefe de Estado que hable menos y haga más,  que practique la coherencia y no la estridencia, que encadene menos y se dedique a gerenciar y a delegar.

Necesitamos un Presidente que pueda conjugar el silencio, la gerencia y la eficiencia. Si, necesitamos uno silencioso.

@alexeiguerra

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba