Opinión Nacional

No se puede creer en nadie

Así pensaba comenzar el artículo. Así me fui a merendar, dándole vueltas y más vueltas al tema. Llego al café, me dirijo al área de no fumadores, me siento de cara a la pared (para que ninguna visión pueda perturbarme) pido un negrito y una ración de profiterol. Me la sirven. Saco la libreta y el bolígrafo. Y así, entre un trocito de torta y un sorbito de café, cerrero, sabroso, comienzo.

No se puede creer en…

De repente un penetrante olor a violetas, lo invade todo.

No volteo, me concentro y a mis espaldas, piden un ginfiz. Pero lo piden giiiiin fizzzzzz, con la i extremadamente aguda y con zeta larguísima, insoportable.

—Qué fastidio —me digo. Esa señora y su perfume y su voz engomada.

Pero nada debe desconcentrarme, mañana hay que entregar el artículo.

Se me ocurre también que es necesario escribir que los políticos dejen a un lado el rifirrafe de insultos y se comporten como si fueran decentes.

No se puede creer…

Pero ahora, un vaho como de jazmines picantes, irrumpe en el ambiente.

Escucho a la señora de los jazmines que se acerca y le da dos besitos a la del aroma de violetas y luego se sienta y ordena: Un Martiiiiiini, sin aceitunas.

Pero qué obsesión con esas íes tan puyudas.

Me reprendo. No he escrito todavía el artículo. Me exijo concentración.

Pienso que debo también, en el cuerpo del artículo, observar el vuelo acomodaticio de las sotanas, su moral relativa. Ellos, tóxicos de incienso, se han vuelto palmeros profesionales a favor de todo aquello que le devuelva sus antiguos privilegios. Esas sotanas que son incapaces de entender el sufrimiento, las emociones y los deseos de un pueblo y que aman la humanidad, pero en abstracto. Esas sotanas que hoy hacen un uso farisaico del resentimiento.

No se puede…

Pero de repente una chundarata ensordecedora de saludos y besitos lo asalta todo y lo peor, se hace irrespirable el ambiente por los aromas de pachulí, rosas, gardenias, Dama de Noche y hasta de guamachito llanero.

Saco el pañuelo y mientras estornudo unas cuarenta veces, pienso que así como existen áreas de no fumadores, deberían habilitar otras de No Perfumadores.

Las íes agudísimas que brincan, las zetas largas que retozan  y las fucsias más largas todavía que mangonean por todo el café, me hacen girar para pedir silencio a las señoras.

Pero, oh, sorpresa. No son tales.

No son hembras, son hembros y para colmo harto conocidos.

Son hembros que vemos en la televisión, desde la mañana hasta por la noche, leyendo periódicos, dirigiendo programas de opinión, entrevistando. Fascinados cada vez que critican al gobierno. Hoy están de celebración por la posición retrógrada y maleable de la Iglesia.

Me largo pensando que en democracia cambian las instituciones, no las hormonas de los hembros.

No…

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