Opinión Nacional

Oficio: Empleo académico

Docente: en esta especie tenemos desde quien ha fracasado en los negocios, hasta el abnegado estratega Casanova, quien obra como maestro y el que oficia por inercia. Durante su primer año trabaja como popperiano, según ensayo y error, luego de veinte años, su error fue haber equivocado el oficio. Su empleador lo ve como fuente de recursos o como anticuario de la humanidad. Prenda de poner y cambiar de acuerdo a las demandas del mercado.

Se discriminan sus edades. Entre los 25 y 35 años su oficio es un desafío religioso, con tentaciones dantescas; entre los 35 y los 45 un espantoso lerdo con señas de notoriedad. Luego de sus 45 años negocia el conocimiento o se resigna como el ciclista. Se arrodilla cuando asciende y se estiliza cuando cae. Después de 40 años, los estudiantes son una extensión idealizada de sus hijos, mientras para éstos el docente es una extensión del mayordomo de la hacienda.

Las empresas disponen su psicología cotidiana. La modalidad de vinculación puede enorgullecerlo o hacerlo escombro de manicomios. Se conceden contratos que oscilan entre los 3 y los 11 meses, nunca el año completo. El contrato comporta una psicología espartana, sólo serán alistados quienes hayan cumplido. Aunque el verbo cumplir se conjuga de distintas maneras. Depende de MQS, del marrano que sea. En una mayoría de situaciones de renovación, la política hace de las suyas. Pero en todos los casos la modalidad del contrato tiene las ventajas del uso de la navaja de Ockham: recorta las entidades cuando resultan innecesarias.

La psicología del docente no es menos curiosa. Sostiene su falsa consciencia hegeliana: «lo mío es pura vocación», «nací para el oficio». Y con estimulantes naturales disciplina su conducta weberiana hasta ser corroído por lugares comunes. En la vida nada más realizador que la tríada verbal: «trabajar», «trabajar», «trabajar». Y luego de tantos años el docente ha amontonado una mayor estupidez. El contrato hace depender la vida del docente como del universo la teoría de la relatividad. Sabe bien que apelar a la oficina de quejas o la psicóloga institucional es algo kafkiano. Detrás de los bastidores, nunca tendrá respuestas.

La suerte del empleado académico es barroca. Edilberto Murillo, me lo expresó en los siguientes términos: «estoy moralmente destrozado y de vez en cuando me asaltan ideas de suicidio. Me despidieron por emplear a una señorita de 20 años. Vendí mis muebles, antes de esta crisis tuve varios negocios propios, que tuve que abandonar porque nos desplazó la guerra. Mi mujer falleció. Todos mis ahorros fueron saqueados por la gran estafa nacional de las pirámides. Ahora tengo 51 años y he escuchado en varias universidades y colegios: «No empleamos personas viejas». Para mí el paso final es una soga. El Estado comunitario es una mierda».

La tasa de desempleo en Colombia es una porquería que no cambia. Y buscar entre la información los desempleados docentes, un milagro. Un docente empleado ha perdido con el paso del tiempo su derecho a existir como ser humano. Y la cosa es peor si su edad supera los 40 años. El empleo de aprendices docentes ha terminado por marginar a toda una generación que creció leyendo a Borges, Newton, Platón o Nietzsche. Los nuevos aprenden negocios en escuelas de fin de semana, con una bibliografía de lujo: Deepack Chopra y textos de Autohipnosis. Los docentes empleados mayores siguen envejeciendo en medio de una cultura con vocabulario del bajo mundo. Y quienes les reemplazan adornan sus contratos con ornamentos, en un mercado mayorista de cartones. Las estadísticas se ajustan para que siga figurando el reinado de la excentricidad. En un país miserable como Colombia nada mejor que hacer morir la cultura de los viejos.

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