Opinión Nacional

Ópera Bufa

A Hugo Chávez no le bastan 89 muertos, 400 heridos, medio millón de ciudadanos exiliados, 55% del parque industrial cerrado, 74% de pobreza, 25% de desempleo y 70% de venezolanos arrechos, para entender que Venezuela no quiere su revolución comunista.

Desde el comienzo de su Presidencia, hizo de la mentira su forma de gobierno, del amedrentamiento su poder de convicción, del chantaje su arma eficaz para los débiles y del dinero público la moneda que compra a quienes están acostumbrados a vivir del gobierno de turno, sin que les estorbe escrúpulo patriótico alguno. Fungiendo de locutor, vocero, actor y director de esta comparsa revolucionaria, ha acostumbrado al país a una gestión mediática, ventilando hasta los asuntos más delicados, como política monetaria o política internacional, en una tribuna de micrófonos, cámaras y grabaciones. La afición por exhibir su descomunal ego, la personalidad multipolar, la labia aliñada de anécdotas intrascendentes, sembrada de mediocridad intelectual y chistes de mal gusto, aunado a su manía de destruir lo que no puede controlar, lo han llevado a confrontaciones épicas con todas las fuerzas vivas, insultadas y humilladas por este patán barinés que se cree dueño del presupuesto nacional y de los venezolanos. Anclado en el concepto tiránico de los caudillos montoneros del siglo XIX, como su admirado Zamora (un pulpero inculto que volcó su resentimiento social incendiando al país educado), Chávez ha adaptado su molde a los estereotipos comunistas de revoluciones del siglo pasado, como la cubana y la sandinista. Ambas fracasadas desde todo punto de vista, hecho nimio que Chávez prefiere obviar.

El gobierno chavista ha sido un show donde sus bufones concursan para ver quién dice la mayor mentira. «Montesinos no está en Venezuela», «No conocemos al guerrillero Ballesta», «Este es el año del arranque económico», «En un año no habrá niños de la calle o renuncio», «La Casona será una escuela y La Guzmania un orfanato», «Intentaron un magnicidio con una bazooka contra el avión presidencial», «Haremos la ruta de la empanada, la de la arepa, la de la chicha», «Llenaremos a Venezuela de gallineros verticales y cultivos organopónicos», «Quienes dispararon fueron los de la oposición», «Los de Puente Llaguno son héroes de la Patria», «Los golpistas son los militares de la Plaza Altamira», «Fue un pequeño incendio donde los soldados solo sufrieron heridas leves», «Somos apegados a la constitución, la oposición es golpista, fascista y terrorista». La lista infamante de las mentiras oficialistas es interminable, pero mi favorita es «Se le solicitó la renuncia, la cual aceptó».

De modo que no sé si es que confunden pacifico con pendejo, pero todavía el gobierno piensa que los venezolanos les creemos las mentiras. Aunque muy oportunas sí son, porque fíjense que cada vez que la oposición se anota un punto, ellos salen con su trapo rojo. En serias dificultades por la extraña muerte de los soldados quemados en Fuerte Mara y con el golpe en las costillas del éxito de la Operación Remate de Súmate, el régimen monta este show (así lo llamó el mismísimo vicepresidente) de los paramilitares colombianos, supuestamente entrenados por la oposición para atacar no sabemos si a Miraflores, a Fuerte Tiuna o al Sambil. Cualquiera con un mediano coeficiente intelectual se haría algunas preguntas simples, como por ejemplo ¿por qué tenían esos uniformes y botas tan nuevecitos unos paramilitares que ya tienen más de un mes metidos en un monte, por cierto sin moverse del mismo sitio? ¿Y cómo harían para que ningún vecino se diera cuenta de la presencia de 140 hombres con uniformes militares, comiendo, durmiendo, hablando, haciendo sus necesidades? ¿Y el corte de pelo de recluta tan recién hecho? ¿Será que sabían ya que por ahí venia VTV a filmarlos? ¿Por qué interviene la policía política y no los grupos del ejército especialmente entrenados en actividades guerrilleras? ¿Y dónde estaba la Guardia Nacional que permitió el ingreso de tan numeroso grupo por nuestras fronteras, atravesando todo el territorio nacional? ¿No es demasiado casual que los paracos hayan sido localizados justamente en la finca de Robert Alonso, un tenaz cubano- venezolano promotor de la guarimba? ¿Por qué se espanta tanto el gobierno de que haya un grupo armado cuando este país está lleno de círculos, tupamaros, milicianos y bichos de todo pelaje armados hasta los dientes para defender la revolución, como lo exige a gritos el Presidente de la República?

Lo cierto es que nadie cree en la ópera bufa de los paramilitares. La inmediata acusación del Vicepresidente, del director de las Disip y del Ministro de la Defensa contra la oposición, achacándoles de inmediato un plan subversivo, enseña el tramojo de la jugada. Develar una conspiración es la excusa perfecta para accionar contra todos los que le estorban. Sin pruebas, irrespetando el estado de derecho que supuestamente todavía existe en el país, el régimen desató una ola de allanamientos, detenciones, persecución y citaciones contra todos los lideres de la oposición que lo engordan y le quitan el sueño.

Estamos presenciando la misma escena que vivieron muchos venezolanos en la tiranía de Pérez Jiménez y en los años incipientes de una amenazada democracia. Vienen días aciagos en los cuales un régimen desesperado por aferrarse al poder va a utilizar todas las armas (literalmente) de las que dispone para permanecer allí. Chávez cree que si le dan la oportunidad de llegar al 2006 no va a tener ningún obstáculo para volver a ganar las elecciones, porque hasta ese entones tendrá tiempo, dinero y mercenarios suficientes para acabar física, emocional y económicamente todo viso de resistencia democrática.

Este episodio de los paramilitares marca el principio del fin del régimen. El encarcelamiento del Alcalde Capriles Radonski puede ser la acción más riesgosa que haya intentado Chávez y da la medida exacta de su determinación suicida. Su «Patria o muerte» es más bien «poder o muerte». Demasiado sordo está para escuchar este consejo que también desecharon los revolucionarios franceses, con las consecuencias ya conocidas: «Hay cabezas tan pesadas que no conviene cortar porque pueden resquebrajar el cadalso». Hasta el próximo miércoles.

* Esta columna es publicada en el diario Notitarde, el miércoles 12 de mayo de 2004

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