Opinión Nacional

Oswaldo Álvarez Paz, víctima y símbolo

Me ha tomado varios días para, además de repudiar, escribir sobre la prisión de mi querido y admirado amigo Oswaldo Álvarez Paz. La razón es que yo no mismo me sometí a la patraña urdida por el gobierno y su ejecución ordenada por Raúl Isaías Baduel, de inventarme un juicio por el supuesto delito “instigación a la rebelión militar”, que se inició con un allanamiento a mi residencia en el cual el mismísimo Fiscal Militar, Miguel Ángel Cusinato Balleste, personalmente plantó en mi estudio un supuesto explosivo para incriminarme y detenerme por flagrancia. Nunca estuve, ni estoy, dispuesto a ser un preso de Chávez y los cubanos. Mi prisión no hubiera tenido consecuencias más allá del círculo de mi familia y de mis amigos. Por eso apoyo fervientemente a todos los que han rechazado esa posibilidad, así como celebro y aplaudo la decisión de Eduardo Lapi, de Carlos Ortega y los oficiales que con él se evadieron de las cáceles del régimen.

Quienes conocemos a Oswaldo desde hace más de cincuenta años, sabemos de su valentía y arrojo personal, así como de la firmeza de sus convicciones democráticas sin dobleces ni medias tintas. Oswaldo estaba marcado por el régimen desde hace mucho tiempo, solamente esperaban una oportunidad para ponerlo entre rejas. La contundencia de sus argumentos contra la dictadura y su capacidad de convencimiento, a diferencia de quienes sostienen una línea “come flores” frente al régimen, lo hizo peligroso para el gobierno totalitario.

Tomada la decisión gubernamental con la excusa de las opiniones vertidas por Oswaldo en el programa Aló Ciudadano, y sabiendo el gobierno que su ineficacia llega hasta sus cuerpos represivos, fue sometido a partir de ese momento a una inclemente y abierta persecución, vigilancia y hostigamiento veinticuatro horas diarias, para asegurarse de su captura.

Su decisión y su prisión no han sido en vano. El impacto político de ese atropello a la libertad de opinión sobre la imagen del régimen dictatorial de Venezuela ha sido, de todos los atropellos del régimen, el de mayor repercusión internacional. Ha puesto en evidencia ante el mundo la naturaleza despótica y totalitaria del régimen. La opinión internacional ha tenido ahora la oportunidad de ver claramente el rostro forajido y totalitario del régimen chavista. Prácticamente no ha habido medio de comunicación ni dirigente democrático importante en el mundo, que no haya reportado, denunciado y condenado la acción de la dictadura tercermundista de Chávez.

En este sentido, la decisión y prisión de Oswaldo ha sido fructífera para la Nación, para la lucha contra la dictadura. A mi juicio, su ejemplo no es para que los venezolanos aceptemos la represión del dictador, sino para que todos los venezolanos enfrentemos con decisión el totalitarismo fascista – comunista del régimen, que pretende acogotar y acallar al pueblo y nos dispongamos a aceptar los riesgos que ello implica, pero también a tomar todas las precauciones para preservar la libertad individual. En lo personal, desde el exilio, no me siento autorizado a pedirle a nadie que arriesgue su libertad. Yo la arriesgué pero la supe medio conservar, porque el exilio es una manera un tanto amable, pero muy amarga, de perder la libertad y de perder la patria. Es como dice la ranchera una “jaula de oro”. Más cuando me invade la tristeza y hasta la envidia al comparar a la Venezuela de hoy con el país donde vivo. Un país donde se respetan los derechos ciudadanos, una nación con poderes independientes donde la libertad es sagrada y con una dirigencia política, gobierno y oposición, respetuosa de la dignidad del adversario. Uno se convierte en un “pitiyanqui” sin remedio.

Me siento orgulloso de contar con la amistad de un venezolano de la talla ética y moral de Oswaldo Álvarez Paz. Espero que su prisión dure el menor tiempo posible y que muy, pero muy pronto, lo sustituyan en los calabozos Hugo Chávez y su comparsa de cómplices militares y civiles. La historia reconocerá su gesto.

Finalmente, estoy seguro de que la familia de Oswaldo, encabezada por su querida esposa, La Cuchi, como la llamamos todos sus amigos, tiene la fuerza de espíritu y el temple necesario para sobrellevar este difícil trance. Oswaldo es víctima del totalitarismo y símbolo del espíritu libertario de la mayoría de los venezolanos.

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