Opinión Nacional

Palabra de urbe

La ciudad dice, y dice mucho. En esas andanzas de un lugar a otro, en la continuidad a veces gris y a veces luminosa de todos los días, en el ajetreo cotidiano que nos apresa y nos encierra en sus calles, la urbe de asfalto expone sus heridas, sus múltiples rostros, su alegre o quejumbroso devenir.

Así como la esencia de lo publicitario se asienta en un chispazo que luego será utilizado con fines seductores, la “selva de cemento” que cantaba Héctor Lavoe dispara de igual modo flashes de lo que en sus entrañas se macera hasta adoptar forma acabada, precisamente ésa que nos llega con la etiqueta bien colgada al cuello y en la que se lee: “graffiti”.

La pared, entonces, funciona a la perfección como superficie para el decir, pero no un decir cualquiera sino uno que nos viene de la noche, del amor o desamor, del odio, la venganza y demás pasiones que conforman el fundamento de lo humano. De manera que la ciudad lanza a los cuatro vientos una de las mejores muestras de lo que va perfilando, de lo que en sí misma fragua; regala, si sabemos descifrar el gesto que bien puede amanecer un día cualquiera, los signos de una trama que sólo a ella atañe, porque, entre otras cuestiones, cada ciudad se inventa un rostro tan íntimo como fascinante, de lo cual, y este es el asunto que me interesa aquí, pueden dar fe sus paredones.

Cabe el insulto, cabe la cobarde intención de perjudicar al otro bajo el anónimo hacer de una pinta clandestina, y caben también las más genuinas manifestaciones de creatividad, de poesía, de refinado humor que casi con seguridad son la envidia de tanto payaso sin talento.

Las palabras suenan, reverberan, poseen un encanto musical extraño y deslumbrante, son las piedrecillas que permiten escuchar el tumulto del océano al que pertenecen, pero sobre todo, y esto es quizás lo de mayor importancia, significan mucho más de lo que en apariencia arrojan. Aquí aparece entonces el hecho imaginario, la metáfora como un relámpago, la cocción de frases, de insólitas ideas en lúdico escarceo con el lenguaje. No en balde en una calle de Upata pude leer lo que de inmediato fue el resorte impulsor de este artículo: “Las esecciones confirman las reglas. La desaparición de las reglas confirma las concepciones”. ¿Habráse visto muestra mayor de ingenio, de humor recalcitrante y negro?.

La pinta en una pared, más allá de la “fealdad estética” (así, “fealdad estética”, subrayada por uno de esos grises puristas que jamás se atreven, so pena de cometer una herejía, a espetar por ejemplo un inocente y vivaz “coño”), digo, representa la existencia misma y sus razones, hondamente vinculadas por supuesto con lo urbano, con el barrio, con la cuadra, con la esquina… Desde la clásica “pégame cachos pero no me dejes”, pasando por la cándida “amor de lejos, amor de pendejos”, y hasta la modernísima e innovadora “carajo, se me terminó el spr…”, la verdad es que en todas ellas se cuela una manera de decir que define y modela un auténtico perfil citadino en tanto modo de expresión y una creciente fruncidera de entrecejos en sociólogos, antropólogos, lingüistas, psicólogos y demás hierbas.

“El hombre es hechura del lenguaje”, afirmó Rafael Cadenas. Y vaya que lo es. Desde esta Babel que intentamos desentrañar a diario, él nos devuelve la imagen de lo que acaso somos. Las paredes, sin duda, son una piel que nos muestra y nos describe. Vale la pena hurgar en ella.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba