Opinión Nacional

¿Patria o Papel tualé?

Realmente el estupor es el síndrome de esta histeria revolucionaria signada por la ignorancia y la corrupción, que reditúa estupidez y maldad. Las declaraciones del flamante Canciller – la capucha sigue por dentro – preguntando al pueblo: – “¿quieren patria o papel tualé?”, como si de un dilema moral se tratara o fuera excluyente la patria con el abastecimiento de productos de primera necesidad, aseo personal, medicinas o repuestos, lo que es normal en los países – patrias – libres y soberanos del mundo.

Estos pujos mentales son escapes por la tangente, ante la evidencia íntima de su fracaso económico, social, político y moral. La ineptitud sistémica de un gobierno que privilegia la ideología sobre la economía – lo económico es primordial en el mundo de pensamiento libre como fuente de bienestar general – ha concluido en lo que la lógica ha sentenciado desde el primer día: Ruina. Como Cuba.

Pero sin el embargo gringo para justificar la miseria producida por la insensatez de considerar la productividad contrarrevolucionaria. Pero lo más grave de ese dislate – “la patria no se mide en un supermercado” – es que la improductividad ha hecho de Venezuela un país mucho más dependiente – sobre todo de los gringos “odiados”, sentimiento desmentido por la sonrisa picarona que Jaua le brindó a Kerry – de lo que era cuando este disparate llegó al poder, es decir que ahora tenemos menos patria, si la soberanía es el indicador y la evidencia está en los puertos venezolanos abarrotados de importaciones. Pero si lo fuera la moral pública, sería Venezuela, con esta cáfila de corruptos y traidores de siete leguas, que han permitido la grosera intromisión de insolentes agentes de la dictadura cubana en los delicados asuntos de Estado, una ex patria.

El concepto militarista – dictatorial por extensión – de patria como territorio aislado del acontecer político-económico mundial, es una estupidez con intenciones criminales y, además, el mismo concepto de soberanía tiene que ser analizado desde la óptica moderna – la privativa del derecho internacional sobre el ordenamiento nacional de Hans Kelsen – y de las firmas de tratados internacionales en materia de derechos humanos, o de los contratos que fijan la jurisdicción legal en el exterior, o la inscripción en organizaciones pluralistas como la Corte Penal Internacional, OEA o Mercosur, que tiene su propia Carta Democrática, por ejemplo, que ceden soberanía, pues autorizan la injerencia externa en asuntos internos, sin que por ello se esté afectado la definición de patria.

Un ejemplo de la necesidad de esta intervención lo tenemos con el caso de la limpieza étnica emprendida en Rwanda contra más de un millón de tustsis, ante la impavidez del mundo occidental, lo que llevó a Bill Clinton a considerar esa apatía como una mácula moral de su gobierno. Igual pasa con el anacronismo de la “libre determinación de los pueblos” que derivó en permisividad internacional con gobiernos totalitarios que cometen todo tipo de abusos contra sus ciudadanos, es por ello que quienes invocan este derecho con más desesperación son precisamente los gobiernos cuestionados por sus prácticas contra la libre determinación de los pueblos, pues no es posible pensar que pueda un pueblo libre elegir gobiernos criminales como el de Corea del Norte – aunque en Venezuela la ignorancia, fuente de todos nuestros males, clamó por un caimán en la charca de las ranas.

Son imposiciones militaristas que aplastan la libertad, como imponen la escasez de papel tualé como un sacrificio patriótico ante la misión suprema de “construir” patria en pleno Siglo XXI – contradicción con la celebración de los 200 años de la independencia – con el precio del petróleo por encima de los cien dólares, mientras sus cuentas bancarias revientan de gordura mal habida en los paraísos fiscales del mundo. Hijueputa habemus Sancho.

¡La patria, la patria la pa…!

A pesar de que esta ineptitud por antonomasia enseña la epiglotis invocando la patria como cosa suya, al grado de confundirla con su clientelar partido político o sus ridiculeces personalísimas – “hay una campaña para ridiculizar y banalizar la patria” – la patria existe – única del continente con acta de nacimiento civil, por lo que todo intento de refundación es una idiotez – más allá del precario tránsito de esta hueste de Atila, por los efluvios del poder. Por eso la importancia de la historia: Porque enseña humildad a los aspirantes a inmortales que desean adjetivar la patria con su nombre, pues ha sido ensordecedor el estrépito de estatuas derribadas en el sinuoso sendero de la tragedia humana. Y, además, como evidencia de lo ilusorio de su discurso, más un acto de apropiación indebida, sociológicamente la patria es la gente.

Y hay que ver cómo ha maltratado este gobierno viejo y desgastado, a la gente, es decir a la patria, comenzando por el uso recurrente de la mentira como fórmula política, disfrazada de promesas imposibles, con el fin de engatusar al pueblo ingenuo y mantener electoralmente los privilegios particulares de una legión de “enchufados” en el tesoro público que, como corruptos, no tienen parangón en el planeta.

En Guayana, con el embuste de la revolución y la complicidad de unos sindicalistas traidores a la región, engañados a su vez, porque se creyeron gobierno, devastaron las empresas básicas y las redujeron a pasto para la corrupción y focos de criminal contaminación ambiental, arrastrando con ellas la promesa de futuro que esta inmensa región significó. Pero esa es una pequeña muestra de la destrucción física y moral de la patria, emprendida por órdenes extranjeras, con la finalidad de socavar el orgullo de ser venezolano. Ya por allí se escucha a la indignidad empoderada, que pretende erigirse en la encarnación de la patria, exaltar la cubanidad, cantar el himno de Cuba en los actos oficiales y ondear su bandera en los edificios y actos públicos. ¿Patriotas? ¡Papel tualé! Sale pa´llá.

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