Opinión Nacional

Pensar

Pareciera que los humanos, que en un comienzo se definieron a si mismos como seres pensantes, para distinguirse de cosas y de bestias, hubiesen decidido en algún momento no pensar más.

“En esas cosas no pienso” dicen con orgullo muchos acerca de temas que fueron los centrales en la formación de la cultura y la civilización, cultura y civilización sin la que no podrían siquiera estar haciendo esa extraña declaración.

No me pararé en enumerar tales temas porque son incontables y porque muchos han sido excluidos de las conversaciones, como si pudiéramos excluir cosas de nuestra visión del mundo y seguir llamando mundo a lo que vemos.

Podría llamarse a esto pereza, pero seríamos muy injustos, porque la pereza ha producido muchas cosas buenas y grandes. Y porque los que piensan así – o mejor, los que así no piensan- son todo menos perezosos cuando se trata de hacer y decir en nombre y a favor de “ideas” que defienden incluso con la vida sin detenerse ni un instante a examinarlas. La práctica del examen de las ideas es, justamente, lo que se entiende por pensar, y pareciera que muchos humanos han cambiado su humana práctica de producir ideas por la mucho menos humana de consumirlas simplemente, comprarlas hechas, reduciendo el examen que es el pensar al simple y breve vistazo que se le otorga a una mercancía en un supermercado: si luce bien, está bien de precio – o mejor, en “oferta”- y he oído o visto acerca de ella en la televisión- es que debe ser una buena idea.

Con pensar sólo un poquito podríamos deducir que de esta manera corremos un doble riesgo de implicaciones humanas: por una parte compramos algo que podríamos producir nosotros mismos – como si compráramos hijos en los pabellones de maternidad de los hospitales convertidos en boutiques- y por otra perdemos gradualmente nuestra habilidad para producir lo que nos convierte en seres pensantes.

En la mayor parte de los intercambios de ideas que se producen entre los humanos de esta época, el juego consiste en nombrar la marca de la idea que preferimos o con la que nos “identificamos”, con una adhesión que puede entenderse en materia de fútbol o cosméticos pero que difícilmente es pensable en cuestiones de pensamiento. No lo es en absoluto, de hecho, porque esa manera de pensar sin pensar es justamente una relación humana impensada y por consiguiente impensable.

De esa forma se arman “equipos” de los que sostienen y defienden un antiamericanismo a ultranza que no recuerda siquiera – como sugiere Eduardo Galeano- a Mark Twain, o un pro-liberalismo fanático que ni siquiera ha paseado la vista por las tesis de Adam Smith o Von Hayek. Lo mismo podemos decir acerca del debate sobre religiones, donde ninguno de los que “debate” ha leído los textos de base de las religiones ni los argumentos de los Nietzche, Schopenhauer o Sartre acerca del pensar ateo. Importa poco, porque no se trata de pensar sino de cruzar “opiniones” prefabricadas, listas-para-usar y liofilizadas, instantáneas, de modo que al final podamos concluir que “todo es relativo” y que cada cual tiene derecho a pensar lo que le de la gana…que en eso consiste la democracia.

Es difícil pensar en la democracia (ni qué decir de la Teoría de la Relatividad) sin poner algo de pensamiento propio. Es difícil definir como democrático al intercambio de ciudadanos que no piensan por si mismos. La tentación más cercana es la de decir que un “pensamiento” tan uniforme por su ausencia es más propio de los sistemas totalitarios, en los que todos piensan sólo lo que está permitido pensar.

Y a ese totalitarismo democrático se parece cada vez más una sociedad que sigue definiéndose como humana sin pensar que lo humano es algo que sólo se define – en el sentido de dar forma y contenido a una cosa- por la propia actividad pensante de quienes dicen llamarse de esa manera.

La fórmula fácil, semejante al fármaco que alivia el dolor pero que no ataca la raíz del mal (como el opio o la morfina) es acudir a ideas – igualmente prefabricadas y sin fecha de vencimiento en el empaque- de que todo consiste en “sentir” y que hay que dejarse llevar por el “instinto”.

Con lo que volvemos al principio y nos preguntamos si ese sentir y ese instinto no son, justamente, característicos de las bestias de las que una vez quisimos diferenciarnos a través del pensamiento, con el esfuerzo y la audacia únicos que –hace ya mucho tiempo- nos valieron el orgullo de autodenominarnos “humanos”.

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