Opinión Nacional

Perfil de un gobernante

Hijo de un abogado y profesor universitario, Tony Blair nació en Edimburgo, Escocia, pero pasó la mayor parte de su infancia en Durham. A los 14 años regresó a Edimburgo para finalizar su educación secundaria en el Colegio Fettes. Más tarde estudió Derecho en Oxford y se hizo abogado.

En las elecciones generales de 1983, se presentó como candidato del Partido Laborista en Sedgefield, a la edad de 30 años, y ganó una curul en el Parlamento. Como ustedes saben, en Gran Bretaña, el partido opositor designa a sus más prominentes personalidades como portavoces en cada una de las áreas de gobierno en las que el partido en el poder nombra ministros. A este grupo se lo conoce como el Gabinete Sombra o en la sombra. Blair ascendió rápidamente entre los laboristas y en 1984 fue designado Secretario Sombra del Tesoro. En 1988, Blair fue nombrado Secretario de Estado Sombra para Energía, habiendo ocupado anteriormente el cargo de Comercio e Industria. En 1989 fue designado para la Cartera de Empleo. Luego de las elecciones de 1992, el nuevo líder del Partido Laborista, John Smith, promovió a Blair al cargo de Secretario de Estado para el Interior. Fue en este cargo que Blair prometió formalmente que el Partido Laborista sería duro con la criminalidad y, especialmente, con sus causas.

John Smith murió inesperada y repentinamente en 1984 y en la subsiguiente elección de líder del Partido, Tony Blair ganó una gran mayoría. Inmediatamente lanzó su campaña en pro de la modernización del Partido, esto es, hacer del Laborismo un partido político del centro, condición esencial si se quería retornar al poder. El debate en torno a la Cláusula 4 de la Constitución del Partido, que obligaba al Laborismo a defender la propiedad pública de los medios de producción fue la prueba crucial del proyecto de Blair. Conseguida su eliminación, Blair acuñó el término „El Nuevo Laborismo‰. En 1997 ese partido ganó una impresionante victoria en las elecciones generales, luego de haber estado en la oposición 18 años. A los 43 años, Tony Blair se convirtió en el primer ministro británico mas joven desde Lord Liverpool en 1812. En mayo del presente año, el Laborismo ganaría un tercer período constitucional, aunque viendo reducida su mayoría. Una de las frases memorables de Blair es que „La educación es la mejor política económica que hay».

El genio del venezolano

Este perfil, que se repite una y otra vez con los gobernantes británicos, y resulta muy parecido en el resto del mundo desarrollado, es muy distinto aquí. Desde el siglo XII, los reyes, aunque todavía semibárbaros, obtienen a través de los conventos una educación formal. Más tarde, quizás desde el siglo XV ingresan en las universidades. Nosotros hacemos lo contrario. ¿Quién era Páez en 1830? Pues un guerrero bárbaro sin ninguna educación formal o informal. Un bandido que les robó los vales a sus soldados para adquirir de la República propiedades confiscadas. Páez, pues, era, no cabe duda alguna, peor, mucho peor, que Bolívar. Sin embargo fue a Páez a quien eligió la mayoría para dirigir los destinos de la recién creada República. ¿Quién era Vargas? Como médico, mejor educado que Páez, pero más incapaz como gobernante. Y así continúan las cosas durante ese siglo de carnicerías que fue nuestro XIX. Cuando Páez finalmente logra educarse, gracias a los esfuerzos de Barbarita, es sustituido por un facineroso como José Tadeo Monagas, cuyo primer acto en el poder es mandar asaltar el Congreso y asesinar a sus miembros. Pero los Monagas, si bien dictadores, tenían alguna formación. Se trataba de exitosos hacendados del Oriente. Lo que siguió fue mucho, muchísimo peor: Con los Guzmán llegan al poder los verdaderos aventureros que se van a aprovechar del Erario y de la deuda pública para acrecentar sus fortunas personales. El personaje que le sirve de émulo a Guzmán Blanco no es otro que Napoleón III. Allí está plasmado y, sin embargo, la nación venezolana lo designaría Ilustre Americano. ¿Quién lo sustituye? Pues nada menos que Joaquín Crespo, otro guerrero con una mínima educación informal y a éste, su títere, Ignacio Andrade. No contentos, los venezolanos llevarían al poder al final del siglo a Cipriano Castro, otro aventurero con alguna educación formal, pero cuyas locuras e incapacidad conducirían a la república hacia el enfrentamiento con las principales potencias del orbe.

El siglo XX

Cuando ya las locuras del Cabito no se pudieron tolerar más; cuando a su pleito con Gran Bretaña, Alemania, Italia y Holanda, se le sumó Estados Unidos, algo había que hacer. ¿A quien se escogió? Pues al más ignaro de los recién llegados al poder, a quien se le conocía por su falta de educación, por su escasísima cultura. Que resultó inteligente, esto es otra cosa. Pero no se lo escogió por sus cualidades, sino por la ausencia de éstas. Juan Vicente Gómez moriría en el poder y, en ese momento, pareció que Venezuela se había librado de la maldición. El Congreso escogió como gobernante a Eleazar López Contreras, un soldado educado, intelectual, escritor, buen político y mejor administrador. Le siguió otro soldado también educado en las artes de la política y la administración, pero, entonces, nos vino la desazón y el 18 de Octubre volvimos a lo mismo.

Desde entonces hasta ahora, en estos 60 años, piensen no más en los gobernantes. ¿Cada uno de los sucesores no ha sido peor que el anterior? El Betancourt de 1945, peor que Isaías Medina. Al menos éste era graduado de la Academia Militar y había ascendido hasta el generalato, lo que le concedía un grado importante de conocimientos de administración, mientras el otro excusaba con la política su fracaso como estudiante universitario. El Gallegos del 48, si bien un brillantísimo escritor, nos conduce a la debacle del golpe militar por su incapacidad de evitar el sectarismo de sus seguidores. Delgado, sin embargo, es más incapaz que Gallegos y Pérez Jiménez debe sustentar su gobierno en una dictadura, lo cual demuestra alguna incapacidad innata. Desde su derrocamiento para acá, es cuando mejor se demuestra esta tesis: los sucesores han sido peores que sus inmediatos predecesores. Betancourt, Leoni, Caldera I, CAP I, Herrera, Lusinchi, CAP II, Caldera II. ¿Es de extrañar, entonces, que hayamos caído en las actuales manos? La mayoría lo escogió libremente; esa mayoría sabía de donde procedía, cuál era su educación formal e informal, hacia donde se inclinaba políticamente. Y, sin embargo, una mayoría le otorgó su confianza. No en una, sino en siete elecciones. Empero, el parecido con Cipriano es tal, que, quizás, ya las fuerzas «vivas» anden buscando o lo hayan encontrado, al ignaro que lo sustituirá. Quizás se repita la historia y obtengamos Consejos de Ministros capaces como los de Juan Vicente, que manejen con tino las finanzas públicas y que retornemos a la herencia de paz y de progreso.

Que vamos mal, eso lo he repetido hasta la saciedad. Que no invertimos como se debe esta última gran riqueza que nos depara el petróleo, también se ha dicho, pero nadie escucha. Ya todos sabemos el cuento chino de que es mejor enseñarle a un individuo a pescar que darle diariamente un pescado. Pero aquí seguimos con la política de dádivas. ¿Qué otra cosa son las misiones? Y no me vengan con el cuento de que en menos de un año el país dejó atrás el analfabetismo. Todos sabemos que ningún loro viejo aprende a hablar. No es cuestión de aprender a conocer la «o» por lo redonda, sino a comprender lo que se lee y eso, queridos amigos, lleva años. Nadie en su sano juicio se traga el cuento de que lo dicho por Hugo Chávez en la ONU es la estricta verdad. Solamente los adulantes.

(*): Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo, periodista y miembro de Debate Ciudadano. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.

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