Opinión Nacional

Poema, rescate de la sangre

El poeta atisba ese otro tiempo del mañana.

De tanta soberbia y tanto daño

sólo su nombre en la lista de tiranos

y el persistente reverdecer de los naranjos.

Lidia Salas, Sedas de Otoño

Cada poema un rastro

En las selvas de la imagen

Cada poema el rescate de la sangre

En el frondoso gemir de la alameda

Cada poema una voz que persiste

En las rotundas derrotas de la noche

Maite Ayala, El silencio del árbol

La mirada acaricia las hileras de libros de poesía, y se fija en aquel que atraviesa el umbral del espíritu. Hoy me atrae me manera especial el libro “Sangre”, de Anabelle Aguilar, editado por el Grupo Editorial Eclepsidra (2002). La poeta, nacida en Costa Rica y residente en Venezuela desde hace mucho tiempo, ha escrito varios libros de narrativa y poesía, entre ellos Los Cuentos del Mago Michu (Euroamericana de Ediciones 1993), Poeta menor con petirrojo (Ediciones Torremozas 2001), Orugario (Editorial Costa Rica 1988), Todopoderosa (Ediciones Torremozas 2001), Hornacina (Taller Editorial El Pez Soluble 2001 y Herbario, de quien es coautora Margara Russotto (El Pez Soluble 2006).

El escritor venezolano Alejo Urdaneta, en su libro “El Arte, una apreciación personal”, escribe: “Existe una conciencia histórica que obra en la actividad humana y que también está presente en el arte, El impulso radical que brota de lo más intransferible de la existencia, constituye la morada espiritual en que se había instalado originariamente el hombre: Ethos; y ese aliento espiritual forma el modo de vivir y percibir el entorno social.” Me refiero a ese aspecto porque a medida que se leen los versos de Anabelle Aguilar, unido al goce del encuentro con un lenguaje depurado y original, encontramos una profunda conciencia histórica, labrada en el dolor por la violencia que acecha los pasos de la humanidad, tanto en Venezuela como en los más apartados confines de la tierra. A mí manera de sentir, el desencadenante de este tsunami de versos es la matanza de un grupo de manifestantes que se encontraban cerca del Puente Llaguno en la ciudad de Caracas el día 11 de abril del 2002.

El primer poema es universal porque arropa a las víctimas de pueblos y épocas distintas:

“No sólo la sangre es roja / oigan / tulipanes africanos / rosas de Pentecostés / plumas de zorzal” (…)

Podría referirse a cualquier población, a cualquier calle en cualquier lugar. Cuántas veces las armas de fuego rugen más fuerte que la voz de los inocentes: “No era sangre menstrual / era de munición 308 / aguafuerte en media calle / (…) imposible /(…) lamerla / como la de los santos / imposible / ni siquiera llorarla. ” No me atrevo a pisar las arenas del análisis sociopolítico para juzgar este o aquel suceso, un trabajo para historiadores y estudiosos de la memoria social. Me quedo con el grito que brota de las heridas de los ofendidos del mundo, solo siento la daga de la injusticia comenzando por Sócrates, obligado a tomar la cicuta por su sentido ético de la vida, hasta llegar a Jesús el Galileo, lirio coronado de espinas, rosa clavada en el madero cargando con todo el dolor de la humanidad. Estos versos van dejando en la tierra un hilo de sangre que no es de un solo color, porque “en púrpura y matiz de rosa / se convirtió la espalda de mi hombre / con olor inhumano / de olor a pólvora / y a hierro despavorido / desperdicio de color entre la humareda agónica”. Este aquelarre, extrañamente sublime, ha sido escrito por una mujer alta de cuerpo y espíritu, de vasta cultura literaria, acostumbrada a la delicadeza de maneras, incapaz de quebrar un plato, una mujer que hace panecillos ingleses en su cocina de cuento de hadas para rendir homenaje a Emily Dickinson ¿Qué les parece?

Sangre no es un simple poemario, en él están sembradas las voces de millares de hombres, mujeres y niños cuyo derecho a vivir o a una existencia preservada de violencia ha sido cercenado con la cimitarra retorcida y oxidada del odio. Es un canto a la paz, un grito por los oprimidos. No es un escrito de “compromiso político” ni un panfleto al servicio de una ideología. Lleva grabado el tatuaje de lo auténtico, la pureza del vino transformado en sangre de todos los Cristos anónimos. Las palomas huyen cuando los fusiles se apoderan de las naciones:

“Nunca vi tanta sangre / en el Calvario / (…) huía de la piel / de los Ghandhis / que llevaban crisantemos y banderas”

En mi país, se escuchan miles de voces clamando por la libertad, con manos blancas alzadas hacia la redoma azul. Se dice que algunos pretorianos están soltando sus armas, porque piensan en lo que sentirán mañana sus hijos si arrasan con los tulipanes.

“nada tan hermoso

Como la libertad del pez espada”

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