Opinión Nacional

Protesta justa y legítima

Sólo en Miraflores y en La Habana pueden dudar de que en Venezuela existan sobradas razones para la protesta social y ciudadana. Razones de toda índole: económicas, socio-laborales y políticas. Razones que superan las fronteras de las preferencias políticas y que unifican, en buena medida, a muchos sectores que integran la complejidad de la nación venezolana. No hay derecho, para comenzar, que estando el barril de petróleo en 100 dólares, el país se encuentre sumido en una catástrofe económica de magnitud humanitaria.

Y estas protestas justas tienen características sobresalientes: no han empezado en Caracas para luego irradiarse a las demás regiones, sino que se han iniciado en muchas localidades para luego suscitarse en Caracas. Para decirlo con palabras que el papa Francisco ha colocado en el tapete: de la periferia al centro ha sido el trayecto de las protestas. Desde San Cristóbal hasta Carúpano, en dos extremos geográficos de Venezuela, las protestas se han extendido y desarrollado en prácticamente todos los estados y en sus principales centros urbanos.

Así mismo, las protestas no pueden valorarse como si fueran consecuencia de una campaña mediática, porque en esta materia lo que acontece es todo lo contrario: un «blackout», apagón o cerco mediático, instigado por la hegemonía comunicacional de la «revolución». Las protestas se han generado a pesar de los medios, y en no pocos casos en contra de medios radio-televisivos de reconocida audiencia. Los instrumentos de comunicación de las protestas han sido y son las redes sociales, pero sin una rectoría específica y desde la profusa participación de las redes y en particular de la «tuitósfera».

¿Y quién lidera las protestas? Pues la respuesta no puede ser más plural. El movimiento estudiantil tiene su propia vitalidad y orientación. Las fuerzas políticas que integran la plataforma unitaria, acaso unas más que otras, están incorporadas a la protesta. Grupos vecinales, sociales, sindicales y profesionales de muy distinta naturaleza, también forman parte del proceso en el sentido más amplio del concepto. Cierto que Leopoldo López es figura emblemática de las protestas, en particular por su resolución, pero también lo es que éstas no se derivan de un liderazgo individual sino que proceden de numerosas y valerosas voluntades.

Y la represión barbárica es causa y efecto de las protestas. Barbárica no sólo por su violencia criminal sino porque el trabajo más violento lo perpetran los mal llamados «colectivos» o las bandas para-militares o para-policiales al servicio del poder establecido, que están obviamente incrustadas a la estructura de la represión, si no es que la comandan. Todo lo cual configura el proceder del Estado como típico de los Estados forajidos, o aquellos que se despliegan con absoluto desprecio por las normas básicas de reconocimiento y aseguramiento de los derechos humanos. Esa realidad no es nueva en los tiempos de la hegemonía roja, pero se ha hecho más notoria y más brutal.

Tanto que en verdad equivale a una supresión violenta de las garantías constitucionales. Cuando en el poder establecido se plantea la declaración de un estado de excepción, en realidad se está manipulando el lenguaje, porque los hechos concretos evidencian que no es que haya una suspensión, sino, reitero, una supresión crasa de las garantías consagradas en la Constitución de 1999. Desde el exterior no creo que se perciba el dramatismo y peligrosidad de la situación venezolana.

La protesta es justa y legítima, y esperemos que sea orientada para que se produzcan cambios significativos que favorezcan salidas democráticas al despotismo imperante. Es lo que Venezuela necesita y merece.

 

 

 

 

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