Opinión Nacional

¿Qué contiene el alimento que mató a mi gato?

(%=Image(8877262,»R»)%) Hace pocos días falleció repentinamente en una clínica veterinaria de la ciudad de Valencia mi gato Scooby, al que mi esposa Martha alimentaba religiosamente con el producto Cat Chow de la marca (%=Link(«http://www.purina.com.ve/»,»Purina-Nestlé»)%).

El diagnóstico inicial que nos ofrecieron los veterinarios que lo atendieron fue que había contraído una hepatitis tóxica, presumiblemente causada por un hongo con el que se habría contaminado el maíz nacional utilizado como materia prima por la mencionada compañía.

Cuando solicité a los médicos que me entregaran un informe escrito acerca de las causas de la muerte del animalito, me comunicaron que, como también había presentado fiebre alta, no estaban muy seguros de si se trataba de un caso de leptospirosis, erlichosis o alguna otra patología.

Durante su agonía me enteré de que en los últimos días habían fallecido en el país centenares de perros y gatos con un cuadro clínico similar. Y que la compañía Purina-Nestlé, en vista de las evidencias de que esta mortandad estaba asociada con el consumo de algunos de sus productos, había ordenado retirarlos del mercado. También supe que estaba ofreciendo a los dueños de las víctimas, a manera de compensación, cambiarles las bolsas abiertas de Dog Chow y Cat Chow por paquetes nuevos de cualquier otra de sus líneas de alimentos para mascotas.

En la clínica me preguntaron si yo estaría dispuesto a donar el cadáver de Scooby para que se le practicase una autopsia, pues la propia fábrica estaba promoviendo una investigación para esclarecer los hechos. En ese momento accedí pensando que, de ese modo, su muerte inmerecida tendría al menos alguna trascendencia.

Días después, al informarme mejor sobre este asunto, comenzaron a asaltarme las dudas acerca de la objetividad del diagnóstico que, desde un primer momento, fue echado a andar por la empresa Purina y algunas clínicas para animales. No es mi intención formular aquí un cuestionamiento a la ética profesional de los médicos veterinarios que tanto contribuyen al cuidado de la salud de nuestras mascotas. Sin embargo, teniendo presente que la gran mayoría de las clínicas veterinarias que conozco funcionan también como puntos de venta al público de los productos Purina-Nestlé, me pareció conveniente exponer públicamente la exigencia –mía y de muchos otros dueños de animales afectados- de que se inicie una investigación rigurosa de este caso bajo la tutela de un organismo oficial – como el Ministerio de Salud y Desarrollo Social o la Facultad de Veterinaria de la UCV – que garantice la imparcialidad que ni la marca involucrada ni los veterinarios distribuidores de sus productos están en condiciones de ofrecer unilateralmente.

Digo esto con toda responsabilidad, porque si bien es cierto que las dos principales hipótesis difundidas hasta el momento sobre el tipo de contaminación sufrida por estos alimentos (con aflatoxinas producidas por ciertos hongos o con leptospiras transmitidas por la orina de las ratas) no son en lo absoluto descartables, no constituyen las únicas causas posibles de esta lamentable situación.

Sobre todo si se tienen presentes los señalamientos de los que ha sido objeto en el pasado el consorcio Purina-Nestlé en Europa y los Estados Unidos, a raíz de la epidemia de Encefalopatía Espongiforme Bovina (EEB) o “enfermedad de las vacas locas» (contagiosa para los seres humanos), provocada aparentemente por el uso de desechos de origen animal en la fabricación de alimentos para ganado herbívoro.

De hecho, en 2001 la Food and Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos llevó a cabo una investigación sobre los ingredientes de los alimentos Purina, ante la sospecha de que éstos pudieran estar relacionados con algunos brotes de EEB en ese país. Y aunque en esa oportunidad no se llegó a ningún resultado concluyente, posteriormente se suspendió la producción y exportación de esta clase de productos para obligar a las compañías del ramo a que modificaran su composición. Lo que no sabemos es si las plantas de Purina-Nestlé ubicadas fuera de los Estados Unidos, implementaron también las mismas medidas correctivas.

Este suceso no tendría mayor relevancia para el incidente que nos ocupa si la EEB aparecida primero en Europa y luego en Norteamérica no se hubiese extendido también a perros y gatos, como efectivamente sucedió. Cabe señalar que hace pocos años se suscitó todo un revuelo en Suiza, país de origen de la empresa Nestlé, ante la aparición de algunos casos fatales de Encefalopatía Espongiforme Felina, es decir, la “enfermedad de los gatos locos”, cuya causa fue atribuida por algunos especialistas a los alimentos para animales fabricados por Purina (socia estadounidense de Nestlé). Un cable de la agencia Reuters refirió en aquel momento que “aunque Suiza prohibió en 1996 el uso de tejidos del cerebro y de la médula ósea, así como de gatos y perros muertos, en los alimentos elaborados en el país para felinos domésticos, no impidió la exportación de productos con estos ingredientes hasta 1998”.

Estos antecedentes son, en mi opinión, lo suficientemente serios como para que se inicie una averiguación exhaustiva acerca de la composición y la calidad de los productos fabricados por Purina-Nestlé en Venezuela y se establezcan sus responsabilidades en el presente caso.

Asimismo, la gravedad de los acontecimientos exige que el Estado venezolano asuma de inmediato la tarea de implementar y hacer valer en nuestro territorio, normas sanitarias tanto o más rigurosas como las impuestas a las empresas productoras de alimentos para animales en Europa y los Estados Unidos.

Es la salud no sólo de varios centenares de mascotas, sino la de la población del país en su conjunto, la que puede estar en riesgo si no se actúa con prontitud para aclarar estos hechos y aplicar los correctivos que resulten pertinentes.

(*): Profesor de la Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela.

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