Opinión Nacional

¿Quién le cree a las encuestas?

¿Y si el gobierno colombiano no hubiera tenido la fortaleza de un Álvaro Uribe y se hubiera dejado impresionar por el terror mercadotécnico? ¿Y si las FARC y el ELN se hubieran tentado con la debilidad de Santos y hubieran puesto en jaque la política de seguridad democrática? ¿Y si el CNE colombiano hubiera tenido la capacidad de aprovechar la manipulación de las encuestas montando un gigantesco fraude, poniendo a Mockus de ganador, amparado en la “verdad” del empate técnico?

En Estados Unidos, la democracia que de todas las democracias más en serio se toma – y de allí el odio parido que le tienen los tiranos del comunismo internacional – al pie de cada encuesta hecha pública se exige el nombre de quien la encargó, la pagó y la promovió. De modo que quien crea que esas encuestas son Vox Populi Vox Dei sepa que hay una billetera y un pagador detrás suyo. Nada que objetar: al fin y al cabo los encuestadores son empresarios, no hermanitos de la caridad. Quienes las encargan persiguen un fin, no son altruistas.

¿Alguien sabe quien le paga a Datanálisis, a Consultores 21,  a IVAD, a Schemmel, a Alfredo Keller? Conste: no los acuso de nada. Pero de que vuelan, vuelan. ¿O alguien que no sea un menguado intelectual puede creer que quien se baja de la mula para encargar unas encuestas – carísimas, por cierto – puede salir mal parado de una encuesta que encargó con sacrificio de sus bienes?

Insisto: nada que objetar. Salvo cuando el objeto y el propósito de las encuestas no es la venta de un nuevo refresco, la promoción de una nueva marca de shampoo o el último grito en artículos de línea blanca. El problema, el grave problema, es cuando el objeto es el gobierno de la república, el dominio político de los espíritus, el control de las almas. Ahí, precisamente allí, es cuando surge el grave, el inmensamente grave problema de la ética y las encuestas, la moral y los encuestadores, el negocio y el Poder.

El caso colombiano es tan paradigmático, que pasará a la historia de la mercadotecnia política. Quienes aparecían empatados técnicamente – el empate técnico es un invento, precisamente, de los encuestadores, oficio de la sociedad post industrial y el consumismo político de masas – estaban, en la brutal realidad de los hechos, separados por un abismo. Mockus no le llegaba literalmente a las rodillas a Santos; que lo duplicó por más del 100% de los votos.

Lo que no impidió que los geniecillos de las empresas encargadas de la falacia mercadotécnica aterraran a la sociedad colombiana, pusieran a parir a la élite política, estremecieran a los altos mandos de sus fuerzas armadas, conmovieran a periodistas más prestos al escándalo de los aluviones que a la estabilidad de las sociedad que amenazan. Y sobre todo se metieran tremendo billete e hicieran acopio de un poder de dominación que estaban muy lejos de poseer.

¿Y si el gobierno colombiano no hubiera tenido la fortaleza de un Álvaro Uribe y se hubiera dejado impresionar por el terror mercadotécnico? ¿Y si las FARC y el ELN se hubieran tentado con la debilidad de Santos y hubieran puesto en jaque la política de seguridad democrática? ¿Y si el CNE colombiano hubiera tenido la capacidad de aprovechar la manipulación de las encuestas montando un gigantesco fraude, poniendo a Mockus de ganador, amparado en la “verdad” del empate técnico?

Los venezolanos conocemos del ardid,  porque Hugo Chávez lo empleó el 15 de agosto del 2004 y el 15 de febrero del 2008 y lo emplearía tantas veces como los encuestadores le permitieran legitimar esos y tantos otros fraudes como fuera necesario. La fórmula es perfecta: combine un CNE corrompido, con unos encuestadores corrompidos, con un plan república corrompido,  y una oposición pusilánime – tipo Manuel Rosales y los pajaritos preñados – y tendrá la perfecta democracia totalitaria y electorera. Aplaudida por su legitimidad de origen en el mundo entero.

¿Quién le cree a las encuestas?

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