El Caracazo: 27 de febrero la eterna fecha del dolor
La fecha siempre ha levantado debate, dolor y noticia. Con tristeza escuchamos opiniones simplistas de lo que significó el alzamiento popular más trágico y trascendente en la historia de Venezuela. Alegan que sus causas se circunscribieron a un descuido policial, que jamás fue la expresión de un pueblo desesperado.
Le preguntaron a un alto jerarca de la Iglesia Católica qué era lo que le venía a la mente al recordar el 27 de Febrero de 1989; su respuesta, digna de ministro del Gobierno de 1989, más no de un «verdadero sacerdote»: sus recuerdos eran los saqueos de mercancía, «el pillaje», los venezolanos robándose los unos a los otros, el desorden público injustificado.
No mencionó el descontento social, ni los abusos al derecho a la vida, la violación a los Derechos Humanos por parte de quienes reprimieron con balas a los manifestantes, ni el dolor de las familias que perdieron a sus miembros, ni el número indeterminado de decesos, ni la injusticia en los casos de los familiares que aún no saben el paradero de los cuerpos de sus parientes, ni la corrupción, ni la inmoralidad gubernamental, ni la miseria atroz. En fin…
Aquel día ese bravo pueblo del cual se habla en la letra del Himno Nacional, se desbordó ante lo que consideraban un «injusticia». Ante esta situación la respuesta de las autoridades competentes de entonces, fue la represión armada desproporcionada y deshumanizada.
Aquellos eventos desataron una serie de consecuencias que modificaron la historia venezolana de las postrimerías del siglo XX. Por más que desde ese mismo día un sector de la sociedad le ha negado la relevancia a la revuelta popular, en la conciencia de los venezolanos el mensaje quedó profundamente grabado. Desde ese día, nos dimos cuenta que el pueblo sí tiene el poder en sus manos y que puede reclamarlo en cualquier momento.
Es preciso recordar esa fecha, es indispensable tener sus causas presentes: no sólo se le había dado la espalda a las mayorías, se le había ignorado, pateado y humillado. El conflicto social, aún latente hoy en el país, se manifestó mediante la violencia colectiva en un intento desesperado por hacerse escuchar y tomar en cuenta. Años más tarde el pueblo fue orientando ese descontento hacia las ideas, hacia los votos, hacia las marchas civilizadas. Esta metodología le ha dado a la sociedad mejores resultados que los saqueos: defenestraron a toda una clase política anquilosada en el poder e impidieron el avance desconsiderado de las políticas neoliberales.
Sin embargo, lo logrado es insuficiente, aunque importante. Hoy, más que nunca, las causas sociales, políticas y económicas que generaron el 27F deben ser estudiadas, y aquellas que aún persisten, deben ser atacadas y neutralizadas.
El desarrollo de la justicia y la paz social es la única manera de garantizar que el pueblo venezolano continúe expresándose y enfrentándose por métodos democráticos. Para ello es necesario que todos los sectores de Venezuela apuesten por la estabilidad institucional y política. Quienes consideran procedente un cambio extemporáneo de Gobierno, sin presentar propuestas alternas, y ofreciéndonos el liderazgo de los padres de las causas del 27F, no saben a lo que están exponiendo al país.
Venezuela ha madurado
El pueblo venezolano ha madurado lo suficiente como para expresar su voluntad de cambio en las urnas electorales, en las manifestaciones públicas y las protestas cívicas. Si quieren forzar el reloj social las consecuencias pueden ser impredecibles. El pueblo en 1989, 1992, 1993, 1998, 1999 y 2000 expresó sus deseos de transformación después de corroborar los fracasos de un sistema durante décadas.
Sabemos que en la actualidad la madurez adquirida impediría, si el caso fuese similar, que transcurran décadas. Los procesos electorales constitucionalmente establecidos servirán para ratificar o rechazar a quienes nos gobiernan. Pero dejen al pueblo actuar, es innecesario provocar situaciones incontrolables donde la desesperación de quienes no están de acuerdo con el sector oficial, nos pueden llevar a un río de sangre aún más caudaloso del que recorrió el país hace trece años por estas fechas.
