Opinión Nacional

Retumba en el silencio

“… El desarrollo de un grupo social ha estado siempre condicionado por dos necesidades conflictivas; la una, mantener el orden y proteger las vidas y los bienes de los ciudadanos, la otra, asegurar que la policía no actúe irracionalmente en forma opresiva… En teoría, la seguridad y la libertad del grupo social depende de las leyes, la Constitución, pero en la práctica las decisiones del Ejecutivo, Congreso, de los tribunales cuentan poco si no estuviesen allí los policías para hacerlas efectivas…”. (Sir Robert Mark, Director de Scotland Yard en el programa Dimbleby Lectura, BBC, Londres, martes 06 de noviembre de 1.973).

Ayer

El ciudadano Octavio Lepage, hábil y en pleno uso de sus facultades mentales y ejerciendo plenamente su voluntad, a los 240 días de juramentado en el cargo y del ejercicio ininterrumpido como Ministro de Relaciones Interiores en el gobierno de Jaime Lusinchi (1984-1989), en su discurso de Clausura de la Convención de Gobernadores en Caracas el 19 de octubre de 1984, afirmó tajantemente: “… se está deteriorando en forma visible esa sensación de seguridad indispensable… el problema de la seguridad personal y de los bienes está muy lejos de haber sido resuelto en Venezuela… la insuficiencia de recursos humanos… [los policías] están muy mal pagados en nuestro país… resultará muy difícil reclutar un material humanos idóneo…”.

Y remata en esa documentada exposición con una de las más depuradas expresiones políticas de la consuetudinaria evasión del conflicto y la ausencia de rendición de cuentas que caracteriza lo político y el ejercicio del poder político en la Venezuela contemporánea: “…[que] ciertos crímenes, horrendos por demás, sean perpetrados por miembros, incluso activos, de organismos policiales… en ningún caso puede comprometer la responsabilidad del cuerpo… Tampoco comprometer la responsabilidad de quienes dirigen esos cuerpos policiales… [el] descrédito de estos cuerpos policiales, cuyo prestigio debemos todos tratar de resguardar…”.

Y culmina su intervención: “… las encuestas ponen de manifiesto que uno de los grandes problemas, en opinión de los venezolanos, es el de la corrupción administrativa…” (Página 14, El Nacional; 201084).

Hoy

Por su parte, a los 400 días de juramentada y en el ejercicio ininterrumpido de su cargo, la titular de la Fiscalía General de la República abogada Luisa Ortega Díaz, en uso pleno de su voluntad personal en el ejercicio de un cargo oficial, y a la salida de un Encuentro con Penalistas Internacionales, declara a los medios de comunicación: “… Las policías encubren a las bandas armadas… La criminalidad policial incrementa la inseguridad… 60% de los juicios no avanza por culpa de los organismos de seguridad y que muchos se originan en hechos fabricados… los autores de delitos graves como secuestro, extorsión, robo y narcotráfico son miembros de algún cuerpo de orden público… el mal trabajo de la policía influye de manera negativa en la labor de la Fiscalía…”.

Complementa el escenario la indiscutible e indiscutida funcionaria poseedora del monopolio de la acción penal en Venezuela. Por si duda alguna fuera posible concebir: “… los elevados índices de criminalidad dentro de los cuerpos policiales…”. Precisa: “… incide en la inseguridad ciudadana, la impunidad y las violaciones a los derechos humanos…”. Le pone letra a la melodía: “… además del fenómeno delictivo dentro de los cuerpos policiales también hay encubrimiento de los efectivos a las bandas armadas…”. Propone: “… Necesitamos una policía que deje de ser parte de las estadísticas criminales y que se concentre en el aspecto técnico y científico de la investigación penal… Numerosos procesos penales contra ciudadanos comunes se originan por hechos punibles construidos y fabricados por funcionarios policiales que por cualquier razón deciden perjudicar a una persona…”.

Y señala sin rubor o empacho alguno, el conocimiento a fondo del asunto: “… Si un funcionario policial incurre en una falta o abusa de su poder… sus superiores… lo sancionarán… con una jubilación prematura…” ( Vanessa Gómez Quiroz, Javier Ignacio Mayorca; El Nacional jueves 19/02/09, titular de primera y página 14).

En otros términos

Han transcurrido ya no menos de 8.885 días, entre las dos declaraciones oficiales; la primera, emitida por quien en el ejercicio del gobierno y según la norma vigente, es el responsable máximo por la seguridad pública en Venezuela; la segunda declaración, por quien está obligada por la ley a ejercer la acción penal contra los delincuentes.

Es decir, desde que la ocurrencia de la confesión de incapacidad manifiesta para el ejercicio de las funciones por el otrora Ministro de Relaciones Interiores Octavio Lepage –por cierto, sumido hoy en el silencio, si es que aún vive–, fuese publicada por los medios de comunicación y su reciente depurada reedición en términos muchos más precisos y dramáticos, venticinco años. Ayer Octavio Lepage, tratando de salvar la cara ante lo que no era más que la evidencia o quizás en el menor de los casos, vívido reflejo de su incompetencias. La instaurada dinámica de evadir el bulto por la vía de pretender endosar responsabilidades sobre otros, está vigente.

Sabido es que en este país, es habitual, nadie renuncia a los signos exteriores de poder, sueldos, bonos y las agregadas prebendas del momento, aún en esas circunstancias y ante las obligadas confesiones y evidencias públicas del más estruendoso fracaso político y/o profesional. Hoy, ya vemos, no estamos tan lejos de la práctica.

Desparpajo

Difícil sino imposible, tener en memoria uno a uno los distintos Ministros, vice ministros, directores; tantos jefes policiales que se han juramentado y desempeñado cargos por años, tanto como titulares del MRI, como en la dirección del cuerpo de investigación criminal, en la escuela de formación del personal; en los mandos superiores, medios y de línea o como profesores o entrenadores del indispensable material humano para la policía de esa especialidad: CTPJ, hoy CICPC.

En cabeza de cada uno de ellos a partir del año 1.970, ayer y hoy, reposan las enormes y muy severas responsabilidades por las cuales jamás gobierno alguno, ni antes ni ahora, ni la misma sociedad, nunca les ha exigido rendición de cuentas. Indiscutible y a la vista de cualquiera sea el interesado en estudiar y analizar el punto, en cuanto a las responsabilidades de todos y cada uno de estos funcionarios.

Algunos de ellos, a pesar y por sobre sus evidenciados fracasos, aún hoy pretenden no sólo dar lecciones, sino hasta se atreven a recomendar soluciones supuestamente “técnicas”: “… El ignorar su propia ignorancia es la maldición del ignorante …” (Amos Bronson Alcott).

Pero lo trascendente, no es que los fracasados lo hagan, lo es, el silencio y la tolerancia de la sociedad venezolana expresa en el hecho de que exista atención en los medios de comunicación, y oídos para escuchar y prestar atención a lo que no dejará nunca de ser, necedad. Como queda demostrado, una y otra vez, con uno y otro personaje, son bagatelas, abordajes de periferia, evasión de conflicto y, sobre todo, el imperio de la ley del menos esfuerzo: “… El pasado castiga…”.

En síntesis

Quedó para la historia aquella nota de José Ignacio Cabrujas publicada en Papel Literario El Nacional, el domingo tres de enero de 1.987, y adquiere vigencia ante las realidades del presente: “… El Estado en Venezuela… un disimulo… es simplemente un truco legal que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas de un ‘me da la gana’… en el fondo Venezuela es un país provisional… El resultado es que durante siglos nos hemos acostumbrado a percibir que las leyes no tienen nada que ver con la vida… El Estado desconfía absolutamente de los ciudadanos… parte de la idea de que somos unos pillos y, de que es necesario impedir que seamos tan pillos… la sociedad venezolana… en el sentido de grupo humano… está basada en la mentira general… un patrón ético al que llamamos Estado y que no es otra cosa que la traslación mecánica de un esquema europeo… desde 1.828 hasta el sol de hoy… un Estado apolíneo donde la realidad actúa como una frustración de lo sublime… nuestra historia… se interpreta en términos morales… la realidad que destruye el sueño de la Gran Colombia es una simple sumatoria de mediocridades…”

No nos extrañe pues que un “Cadáver Insepulto” (Rómulo Betancourt dixit), pueda haber emitido un alarido ayer y menos, si éste, hoy, retumba en el silencio.

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