Opinión Nacional

¿Revolución o revuelta?

En el sentido científico o meramente astronómico, como se conoció al principio, el término revolución significó el giro recurrente de un astro en torno a su órbita, algo medido, regular o cíclico muy distinto a lo que hoy entendemos. Con la Revolución Francesa empezó a dársele el significado de cambio brusco, inesperado que crea un orden totalmente nuevo y muy distinto al anterior, aún cuando en la mayoría de los casos consigue sus objetivos utilizando la violencia. El diccionario de la Real Academia Española por ejemplo, nos trae entre otros conceptos el de “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”. Mientras tanto la publicidad o el mercadeo (marketing) se han apropiado definitivamente del término y lo han trivializado: la etiqueta “revolucionario” se aplica hoy a cualquier pequeño cambio por leve, superficial o intrascendente que sea, como es el caso actual de Venezuela ¿Que diría Robespierre, Bolívar o Lenin de esto? Lo afirmado viene al caso debido a que el 14 de junio de 1789 el conde Rochefoucauld – Liancourt comunicó a Luís XVI la toma de la Bastilla por el pueblo de París, el Rey exclamó: “es una revuelta” a lo que Liancourt respondió: “no, Su Majestad, es una revolución”. ¿Cómo podía el astuto Conde saber que lo que estaba en juego era algo más que una mera revuelta y por que merecía el apelativo de revolución? ¿Qué hay de distinto en las revoluciones que las distinguen de las simples revueltas o rebeliones? A primera vista la respuesta es muy sencilla. Una revolución se diferencia de cualquier otro proceso de cambio social en que, además de usar la violencia para alterar el orden político introduce una fase de transformación radical mucho más trascendental que da inicio a una nueva era. Lo revolucionario es así, cualitativamente distinto a lo que siempre ha caracterizado al proceso de mutación o cambio social y político, por eso lo llamativo del término “revolución” como ya dijimos al principio, es precisamente su evolución de la astronomía de Nicolás Copérnico (1473-1543), Galileo o Descartes entre otros, que transformaron radicalmente la imagen tradicional o dogmática de la ciencia y la naturaleza, fueron revolucionarios sin saberlo, pero conocían con mucha certeza lo que afirmaban; de allí el concepto transformador que el orden social y político no llegaría hasta el advenimiento de la Revolución Francesa pues el objetivo explícito perseguido era la ruptura de todo un sistema de organización tradicional y su sustitución por uno radicalmente nuevo. La idea de movimiento irresistible está presente en todos y cada uno de los actos de cuantos participaron en su gestación y desarrollo. La posterior aparición de diferentes filosofías de la historia, sobre todo a partir de Hegel, contribuyó a una consecuente traducción conceptual de éste movimiento de “necesidad histórica”. De ahí la curiosa coincidencia de personajes tan distantes como Robespierre y Marx, que vieron los procesos revolucionarios como corrientes o torrentes que arrastran de modo inexorable a los hombres hacia el resultado final.

Si hacemos a modo de ejercicio imaginario una observación rápida a lo afirmado y tratamos de compararlo a la llamada revolución bolivariana, especialmente a sus logros en el aspecto social, económico y político, podremos concluir sin equívoco alguno que lo del 4 de febrero de 1992 hasta la fecha no ha sido sino una simple y desafortunada revuelta que no cala en la fibra de un pueblo que ha demostrado hasta la saciedad ser amante de la paz y de la libertad.

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