Opinión Nacional

Romper el tabú

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En este año que está a punto de acabar han muerto de sida 2,3 millones de personas en África, el 76% del total en el mundo. Pero existen 28,1 millones de infectados en este continente, abocados a la muerte y multiplicadores del virus si no se toman medidas de instrucción a la población. Los dirigentes políticos y los jefes religiosos y comunitarios, no han tenido en cuenta la gravedad de la epidemia y se niegan a admitir el alcance de la pandemia para no dañar la imagen de su país.

El descalabro social y económico que ha supuesto el sida en muchos países de África ha estado en boca de todos desde que los gobiernos africanos comenzaron su guerra por la rebaja en los precios de los fármacos antirretrovirales. Ganada esa primera batalla dentro del área sanitaria -que parecía cuestión complicada por las intrigas económicas y políticas que rodean a las compañías farmacéuticas- ahora queda emprender la batalla social, también muy costosa porque los actores que participan en ella son más numerosos y están llenos de prejuicios. La batalla social entronca con la sanitaria en la prevención, la forma más avanzada de ejercer la medicina, a través del conocimiento de los mecanismos de trasmisión y la toma de medidas encaminadas a bloquearlos. Para esto se necesitan campañas informativas y de concienciación coordinadas y urgentes, que tengan en cuenta el estilo de vida y las costumbres locales.

Porque también la aceptación de los enfermos por sí mismos y por la sociedad forma parte de las prácticas preventivas. En efecto, superar el tabú para que acabe la necesidad de ocultar la realidad, y reconocer que el sida es una enfermedad que puede afectar a cualquiera facilita a los enfermos que tomen medidas higiénicas para cuidar su salud y no extiendan a otros la enfermedad. Algunas prácticas curativas tradicionales que aseguran proteger de embarazos indeseados o del contagio de enfermedades de trasmisión sexual siguen siendo las únicas medidas tomadas por las prostitutas en muchos países africanos para evitar el sida. La creencia en que la propagación del sida se produce por prácticas sexuales aberrantes hace que tanto los clientes como las propias mujeres no crean que necesitan protección en sus contactos.

La poca consideración y respeto que merece la figura de la mujer en muchos países del sur favorece que ellas no puedan imponer a los hombres el uso del preservativo, que no es aceptado de buen grado entre el sexo masculino. Incluso cuando los afectados son informados de su situación no lo comentan a sus parejas por temor a ser rechazados. Algunos grupos de hombres y mujeres que cambian frecuentemente de pareja y cuyas relaciones son por lo tanto «de riesgo», no son identificados aunque estén también infectados. El aumento de los índices de infección en las mujeres muestra que la transmisión heterosexual es la principal en los países africanos: de cada cinco mujeres seropositivas, cuatro viven en África y el número de mujeres en edad de procrear que están infectadas por el VIH es más elevado en este continente que en el resto del mundo. Las mujeres africanas tienen como promedio más hijos que las de otros continentes, lo que hace que una sola madre infectada pueda transmitir el virus a un número de niños superior a la media. La estigmatización de los enfermos y especialmente de las mujeres enfermas, que ocultan su enfermedad y continúan haciendo su vida normal sin recurrir a tratamientos aumenta la mortalidad y la precariedad económica de las familias. Mientras no se reduzca el peso de ciertas tradiciones que propician la dependencia cultural, social, económica y sexual de la mujer con respecto al hombre, será muy difícil obtener un resultado apreciable en este terreno. Pero la prevención del SIDA puede también en algún sentido constituir un argumento de peso para luchar contra las prácticas tradicionales perjudiciales que tienden a ponerse en entredicho por el desarrollo mismo de la epidemia.

Las escalofriantes cifras de millones de muertos encierran dramas personales y familiares, pero también se convierten en catástrofes nacionales cuando la mano de obra que sustenta la economía de un país disminuye de golpe y exageradamente. Cuando esta fuerza de trabajo ocupa especialmente a colectivos tan esenciales como los agricultores o los maestros, el sistema de enseñanza, puntal del desarrollo, se tambalea; pero la producción agrícola sustenta la economía y es la que garantiza la subsistencia nutricional de un país. De ahí que la urgencia de la colaboración entre organismos tan aparentemente diferentes como un Ministerio de Agricultura y de Sanidad. Porque si la dependencia de la agricultura es extrema, y no existe mano de obra que produzca alimentos, y es el hambre el que lleva a la prostitución o a la ocultación, entramos de nuevo en un círculo que ninguna campaña de prevención será capaz de romper.

Arancha Desojo es Farmacéutica y experta en cooperación sanitaria
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