Opinión Nacional

Seneca suo Lucilius salutem

Para menoscabo del género femenino en Venezuela cinco mujeres : Luisa Estela Morales, Presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cilia Flores, Presidenta de la Asamblea Nacional, Tibisay Lucena, Presidenta del Concejo Nacional Electoral, Gabriela Ramírez, Defensora del Pueblo y Luisa Ortega Díaz, Fiscal General de la Nación, son la punta de lanza, la vanguardia, el brazo ejecutor del ataque que bajo la tutoría de Fidel Castro perpetra contra la Patria Hugo Chávez Frías. En todas las atrocidades que ha cometido el régimen castro-chavista durante estos once años de opresión aparece la garra, el sarcasmo, la mentira, la crueldad y la rúbrica de estas féminas. Con desfachatez inaudita han torpedeado las instituciones que fundamentan la Democracia, han envenenado la convivencia ciudadana, han perseguido con calumnias y mentiras a los disidentes, han convalidado crímenes, robos de propiedades, y la destrucción política y financiera de la soberanía nacional, han contaminado, falsificado, tergiversado leyes, registros, listas y documentos para instaurar el dominio absoluto del tirano al que sirven genuflexa y voluntariamente, han sembrado, en una palabra, rencor, resentimiento, recelo, desconfianza y desesperanza en el corazón de todos los venezolanos.
 
Ni un ápice de solidaridad femenina han tenido estas prominentes funcionarias con las más de ciento cincuenta mil  madres, abuelas, tías, primas, hijas, hermanas, novias y amigas que han perdido a un ser querido en  las trincheras del genocidio hamponil que mantiene en jaque a la ciudadanía y que, si no es propiciado por gobierno, por lo menos hace reir a mandíbula batiente a sus camaradas y jerarcas revolucionarios. Mucho menos han pronunciado una palabra de compasión o de protesta  ante el aberrante caso de Sakineh Mohammdi Ashtiani, una mujer iraní, presa desde hace cinco años, torturada y coaccionada a reconocer una infidelidad a su marido y, por esto, condenada a ser apedreada hasta la muerte.  La estrecha amistad entre Chávez, su amo, y los embatolados ayatolás iraníes les ha pegado, como con mágica y poderosa cola, la lengua al paladar.
 
En ese gineceo del terror y la abominación el caso de franklin Brito ha hecho brillar con luz siniestra y propia a la Fiscal General de la Nación, Luisa Ortega Díaz. Ese modesto ciudadano expoliado de sus haberes por el Estado había iniciado hace siete años una lucha de vida o muerte para que se le restituyeran plenamente sus derechos. Huelga de hambre tras huelga de hambre empezaba a desenmascarar la sedicente revolución proletaria, entonces Luisa Ortega Díaz tomó el toro por los cuernos y decidió terminar de una vez por todas con ese molesto jueguito contra-revolucionario. Como amenazas, chantajes y sobornos fueron ineficaces ante la dignidad del insolente y la palestra pública era un amplificador inaceptable decidió tildarlo de loco para poderlo desaparecer. Ante siete experticias psiquiátricas (incluso de la Medicatura Forense de Caracas) echó mano de los servicios del Director del Hospital Psiquiátrico, Doctor Ángel Riera, para que le fabricara un diágnóstico complaciente y acorde a sus exigencias. Así logró eclipsarlo y mantenerlo secuestrado y torturrado hasta la muerte en una celda de contención psiquiátrica del Hospital Militar. Murió bajo su responsablidad, pero colmo del cinismo y la crueldad, apenas enterrado Franklin Brito, “aperturó” –ella debe ignorar que existe el verbo abrir- una investigación para darle curso a una denuncia contra la familia Brito por incitación al suicidio. ¡Si no fuera por la ignorancia supina de esta funcionaria ni Osiris, ni Antígona, ni Séneca, ni el suicida del Calvario hubiesen salido indemnes de su ensañamiento póstumo!
 
De hambre murió voluntariamente Franklin Brito para defender su dignidad y sus derechos. Además de los improperios y falsedades de la turba chavista se han escuchado en las filas de la oposición no menos degradantes comentarios: “Que era un tonto”, “que no se dió cuenta del enemigo que tenía enfrente”, “que verdaderamente si estaba loco”, “que luchaba por bienes materiales”, “que había votado por Chávez”, “que era un vulgar chantajista” “que suicidarse es un pecado mortal” y así, sucesivamente, una zarta infinita de descalificaciones y sandeces que solo tienen como función acallar los fastidiosos reproches de  sus cobardes y mediócres conciencias. Duélale a quien le duela, es un hecho que Franklin Brito se  suicidó por una idea noble y justa de la vida y de la sociedad ante la indeferencia casi total de los venezolanos.
 
Guiados por la Mesa de la Unidad y la Dirigencia Opositora se apresta, por enésima vez, esa masa de opositores indiferentes, llorones y oportunistas a participar en otra farsa electoral el próximo veintiséis de septiembre 2010. Para que las obejitas que pastorean no se descarrilen del camino que las conduce al matadero sus líderes se han eximido maquiavelicamente de recordarles que en Venezuela se hizo oficial la dictadura el “día despues” del Referendo de la Reforma Constitucional, 3 de diciembre 2007. Ese día Chávez en cadena nacional y acompañado del alto mando militar afirmó que el triunfo de los que se oponían a “su reforma” era una mierda -lo repitió cuatro veces- y que aprlicaría hasta la última coma de ese esperpéntico documento. Así lo ha hecho. En dictadura no funcionan las elecciones. Esos pastores del desastre mucho menos mencionan, para no asustar al rebaño,  los artículos 25, 333 y 350 de la Constitución Nacional que obligan a los ciudadanos a restablecer el Estado de Derecho, no necesariamente por la via electoral. Mesa de la Unidad y Dirigencia Opositora por sus silencios, componendas, estupideces y cobardías, pero, sobre todo, por su género, son fuertes candidatas, sin necesidad de travestirse, a ingresar en el abyecto gineceo revolucionario.
 
Profunda admiración y “Santa Envidia” -como dirían los teólogos- ha suscitado en mí la valentía y la integridad de Franklin Brito. No sabiendo cómo honrar su memoria, ni su gesto, me apresuré en volandas a traducir, porque le va como anillo al dedo, la carta número LXX del Epistolario de Séneca a su amigo Lucilius. Pluguiere al cielo que, además de un homenaje para el héroe solitario, estas reflexiones sobre el suicidio sean una chispa de sabiduría en la tenebrosa noche de  ignorancia, indolencia e indiferencia que impera en Venezuela.

Seneca suo Lucilius salutem

 
 
 Años sin ver a tu querida Pompeya. Allí pasé mi juventud y al contemplarla de nuevo multitud de recuerdos acudiron a mi mente. Tuve la impresión de que lo que había hecho en esa época todavía podía hacerlo, incluso, que acababa de hacerlo.  
 
Estamos terminando, Lucilius, de recorrer los senderos de la vida y como dice nuestro querido Virgilio: «Los campos y las ciudades van quedando atrás». Arrebatados por el torbellino irrefrenable del tiempo hemos perdido de vista, primero la infancia, luego la adolescencia y, finalmente, los años que van desde la juventud hasta la vejez. Hénos aquí frente a la muerte, final común de todos los hombres.
 
Como un  escollo, como el problema mayor de la existencia, nos la representamos. ¡Insensatos que somos! En realidad la muerte es el puerto que no podemos rechazar y, a veces, hasta debemos buscar. El que ha recorrido años para encontrarlo no debe quejarse, tampoco el pasajero cuya travesía fue rápida. A unos los vientos perezosos los mantienen, burlones, en una calma sofocante e insoportable. A otros un soplo rápido y contínuo los empuja raudo hasta el puerto. A unos la vida los lleva velozmente a donde, de todas maneras, tenían que llegar, incluso si hubiesen frenado un poco. A otros los apoltrona y deseca. No debemos aferrarnos a la vida: el verdadero bien no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como debe y no tanto como puede.
 
Piensa siempre, Lucilius, en lo que vale la vida y no en lo que dura. El sabio verá donde debe vivir, con quien, de qué manera y con que propósito; sabrá escapar a tiempo de los tormentos que le roban la calma y el reposo. No esperará el ultimo momento; estará presto desde que la fortuna comienza a mostrarle dientes y garras y analizará el por y el contra de irse o de quedarse. No se complicará la vida preguntándose si se suicida o espera a que lo asesinen. La muerte le llegará tarde o temprano. No la teme. Para el sabio no es una gran pérdida. Caudaloso torrente que pierde una gotica de agua.  
 
Morir más tarde o más temprano: ¡Qué preocupación tonta! Lo importante es morir bien o mal y morir bien es huir del riesgo de vivir mal. Es por eso que la frase de Rhodien: «Mientras haya vida hay esperanza» me parece digna de un estúpido, de un cobarde, de un eunuco. Así le respondió a un amigo que, viéndolo encadenado como un animal en una jaula por órden del tirano, le aconsejaba acelerar su muerte.
 
Aunque esto fuese verdad, no se puede pagar cualquier precio por conservar la vida. Por muy grandes y tangibles que sean sus ventajas no las aceptaría si tuviese que pagarlas con la vergonzosa moneda de mi cobardía. Se puede creer que «La Fortuna es amable con el que está vivo», pero no se puede olvidar que «La Fortuna no puede nada contra el que sabe morir»
 
Sin embargo en ciertos casos, incluso si una muerte segura lo amenaza, incluso si conoce el suplicio que le espera, el sabio no prestará ayuda a la ejecución del castigo. Lo haría solamente si fuese su propia decisión. Sería una idiotez morir por tenerle miedo a la muerte. ¿Llegó el que debe suprimirte? ¡Espéralo! ¿Por qué prestar ayuda a la crueldad de otro? ¿Quieres proteger o joder a tu verdugo?
 
Sócrates hubiese podido morir lentamente de hambre en vez de morir envenenado. Sin embargo pasó treinta días en la cárcel esperando la muerte. A pesar de no tener la más mínima esperanza de escapar a la sentencia, quiso, simplemente, someterse a las leyes y ofrecer a sus amigos la oportunidad de disfrutar del Sócrates de los últimos momentos.
 
¿Recuerdas el caso de Drusus Libo y de su tia Scribonia? Él, tan necio como como cargado de blasones; ella, mujer de mucha autoridad. Él tenía ambiciones irrealizables para cualquier mortal en cualquier época y se quemó tristemente las alas. Un día lo traían del Senado gravemente enfermo, en una litera y con poca escolta (los allegados lo habían abandonado de manera indigna y ya no era un condenado sino un cadáver). Drusus Libio dudaba entre acelerar su muerte o esperar el día de la sentencia… Para disuadirlo del suicidio Scribonia le dijo: «¿Te agrada hacer el trabajo de tu enemigo? No pudo convencerlo; su sobrino puso fin a su agonía e hizo bien. Por supuesto un hombre que se suicida tres días antes de la ejecución de la pena capital le hace el trabajo al verdugo.
 
Es, pues, imposible zanjar de una vez por todas la cuestión de si debe esperar o acelerar la muerte cuando ésta ha sido impuesta por un poder exterior. Existen numerosos argumentos en favor y en contra de una y otra opción, lo cierto es que entre una muerte degradante, torturada y humillante es preferible escoger una muerte digna y simple. Si siempre he escogido el barco en que he navegado y la casa en que he vivido, ¿por qué, en el momento de partir, no podría también escoger mi propia muerte?
 
Si una larga vida no es necesariamente sinónimo de una vida óptima, una muerte prolongada bajo el yugo y la opresión es lo peor que nos puede suceder. En la muerte, más que en ninguna otra ocasión, debemos hacer lo que nos dicta el alma. ¿Qué importa el hierro, la cuerda, el veneno que se disemina por las venas? Lo importante es llegar hasta la meta rompiéndo las cadenas de la esclavitud. De nuestra vida debemos rendir cuentas a los demás; de nuestra muerte a nosotros mismos. ¿La mejor muerte? La que más nos convenga.
 
Siempre habrán estúpidos para criticar tu gesto: unos dirán: “Actuó a la ligera”; otros: “¡Qué forma más innoble de morir!”. Hay que señalar que esta decisión trascendental es privada y no colectiva. Lo importate es sustraerse lo más rapidamente posible de las garras de la opresión y de las zancadillas de la Fortuna.
 
Encontrarás, incluso, donadores de lecciones de sabiduría que niegan el derecho de decidir sobre nuestra vida y nuestra muerte y que califican como sacrílego el hecho de convertirse en asesino de uno mismo. Ellos piensan que hay que esperrar el término fijado por la naturaleza. Estas afirmaciones son, simplemente, un obstáculo en la ruta de la libertad. Lo mejor que ha hecho la naturaleza es darle a la vida una sola puerta de entrada y muchas de salida.
 
¿Tendré que soporta interminablemente la crueldad de la enfermedad o de los hombres pudiendo escapar a sus tormentos y burlar la adversidad? La única razón valedera que nos impide quejarnos de la vida es que ella no retiene a nadie. La condición humana es justa ya que nadie está obligado a vivir en la desgracia sino es por su propia voluntad. ¿Contento de vivir? ¡Vive! ¿Descontento? Tienes la posibilidad de regresar de donde vienes.
 
Para aliviarte el dolor de cabeza te han practicado con frecuencia la sangría. Para disminuirte la tensión te han puncionado una vena. No han hecho falta enormes heridas en el pecho. Una banal icisión te abre las puertas de la libertad. Un simple estilete y alcanzas el reino de la tranquilidad. ¿Entonces, cómo explicar que seamos tan miedosos, tan perezosos? Lo que sucede es que ninguno se imagina que un día tendremos obligatoriamente que dejar este domicilio, como esos viejos inquilinos que se apegan a un sitio y la costumbre los hace permanecer allí, aunque vivan en medio de una gran incomodidad.
 
¿No quieres ser esclavo de tu cuerpo? Habítalo como un sitio de tránsito. No olvides que de un instante a otro perderás ese alojamiento. Así tendrás más  fuerza y valentía cuando tengas que dejarlo. Pero, ¿cómo familiarizarse con la idea del propio fin cuando no tienen fin nuestros deseos?
 
Ninguna enseñanza es suficiente Nos fortificamos contra la pobreza y vivimos en medio de riquezas. Nos forjamos armas para dominar el dolor y nunca las hemos utilizado porque gozamos de una salud perfecta. No hemos impuesto superar los duelos con valentía y a todos los que amamos la fortuna nos los ha conservado sanos y salvos. En el momento de la muerte es que tendremos que hacer gala de dignidad y valentía, aún sin estar preparados.
 
No creas que solamente los grandes hombres han tenido la fuerza moral para romper las cadenas que los mantenían en estado de esclavitud. Hombres de baja condición han sabido, en un magnífico implulso de dignidad, encontrar el camino para sustraerse a la tiranía. Cuando no tenían la posibilidad de escoger los medios para morir dignamente echaban mano de  objetos naturalmente inofensivos y los transformaron en armas seguras para lograr su cometido.
 
Recientemente, en el combate de gladiadores y fieras salvajes de la mañana, un Germano que debía luchar en la arena se alejó, pretextando una necesidad fisiológica, a las letrinas, único sitio donde podía escapar a la vigilancia. Tomó un bastón en cuya extremidad estaba atada una esponja para limpiarse y se lo atragantó en la garganta hasta morir asfixiado. “Una manera sucia e inconveniente de morir” dirán algunos, pero, ¿habrá algo más estupido que morir haciéndose el fino?
 
¡Ah hombre pa’valiente! ¡Merecía haber podido escoger! ¡Con que destreza hubiese manejado la espada! ¡Con qué atrevimiento se hubiese lanzado a las profundidades del mar o de lo alto de un precipicio abrupto!  Incluso, privado de todo, encontró la manera de no tener que agradecerle a nadie ni el descubrimiento de un arma, ni el beneficio de su muerte. Nos enseño magistralmente que para morir basta querer. ¡Qué cada quien piese lo que le de la gana respecto al gesto y la impetuosidad de este hombre, pero que nadie dude un instante que la muerte más horrenda e inmunda es preferible a esclavitud más refinada!
 
Ya que comencé con ejemplos de hombres de baja condición, voy a continuar. Seremos más exigentes con nosotros mismos cuando comprendamos que la muerte puede ser relativizada, incluso por seres, de poco vuelo intelectual y baja condición social.. El admirable ejemplo de los Catón y los Escipiones frente a la muerte nos parece raro e inalcanzable, sin embargo es frecuente encontrarlo entre la gente del pueblo en momentos de dificultad infranqueble, entre los gladiadadores en la arena y entre los jefes militares durante las guerras civiles.
 
Hace poco llevaban a un individuo en una carreta con escolta para el espectáculo matinal. Se hizo el que dormía y bajó tanto la cabeza que pudo colocarla entre los rayos de la rueda para que en la siguiente vuelta se le quebrara la nuca. El mismo vehículo que lo conducía al suplicio lo llevó a la libertad.
 
No hay obstáculos para el que está decidido a “echar p’alante”, romper las cadenas y escapar. La naturaleza es nuestra carcelera, pero la puerta está abierta de par en par. El que esté en una situación desesperada que busque, si es posible, una salida fácil. Si se le presentan varias posibilidades, qué escoja la mejor y si la ocasión es difícil qué eche mano de lo primero que encuentre, incluso si es inédito y novedoso. En el valiente la imaginación es generosa.
 
Fíjate en los esclavos. Aguijoneados por el dolor y la desgracia conservan su espíritu en alerta y son capaces de engañar a los guardianes más feroces y esmerados.¡Qué grandeza la de estos hombres que, incluso con astucias asombrosas ,  desafían la opresión y la tiranía con el arma de su propia muerte!
 
Durante las festividades navales en el circo donde los esclavos se enfrentan en sanguinario combate, uno de ellos se enterró en la cuello la espada que le habían dado para defenderse. “¿Por qué –decía- no escapar desde ahora a totos los tormentos, ultrajes y sufrimientos que tengo que padecer? ¿Por qué esperar la muerte con las armas en la mano? Espectáculo grandioso, puesto que es más noble aprender a morir que aprender a matar!
 
Ante el coraje de esta gente humilde que utiliza incluso el arma de su propia muerte para liberarse de la esclavitud y del oprobio aparece todavía más vergonzosa, inexplicable e imperdonable la cobardía de hombres que se vanaglorian de haber sido entrenados desde la juventud para afrontar adversidades y tiranías. Viven y mueren de rodillas en turbias transacciones con las desgracias y con los opresores.

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