Opinión Nacional

Señor Presidente, pido la palabra

El título de esta crónica bien podría evocar a la ya lejana – por la desmemoria nacional – cuanto venerable figura del maestro Prieto Figueroa. Su columna de prensa, si me es fiel la referencia, la llamaba de la misma manera. Pero, esta vez, el «pido la palabra» apunta a la expresión audaz del entonces diputado a la Constituyente de 1946, Rafael Caldera, durante el acto de su instalación, un día 17 de diciembre. No estaba prevista su perorata en el programa oficial. Apenas tenía cabida el discurso de Andrés Eloy Blanco, calificado por el mismo Caldera como una pieza hermosa, «libre de las pequeñeces de la lucha». Andrés Eloy, en su calidad de Presidente, había lapidado con verbo fértil la esencia de la acción política revolucionaria: «Que la divisa de la Reforma agraria sea el simple recordar que donde un niño está comiendo tierra, la tierra está comiendo niños».

Acto seguido resonó la voz del joven parlamentario: Pido la palabra, señor Presidente. Lo hizo para hablar en nombre de la minoría de oposición y para decir: «Si estamos presentes aquí es porque tenemos fe en la lucha cívica; porque creemos que Venezuela no se redimirá sino por el combate de las ideas; porque estamos … ejerciendo el sagrado derecho, que es también en este momento un sagrado deber, de decir nuestra palabra a Venezuela, de decirla sin cortapisas y sin miedos». Dirigía Caldera una minúscula bancada, de ¿ diez y siete o diez y ocho asambleístas? . AD mandaba mucho, como hoy mandan los bolivarianos.

Andrés Eloy acotaría que la labor constituyente tenía que acometerse «sin miedos a la tradición o la revolución». Caldera, por su parte, recordó algo que era fundamental: «El primer miedo que debemos alejar – decía – es el miedo inveterado que reposa todavía en la conciencia colectiva, que se contagia en los cerebros venezolanos y que ha servido en muchos de ellos de complicidad inconsciente para que Venezuela no haya encontrado ya, definitivamente, su camino». Y fue ese letargo inhibitorio del pueblo y la soberbia de la mayoria aplastante, justamente, los que hicieron posible la caída en 1948 de Rómulo Gallegos y a manos de su Ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, incitado a su vez por una célula disolvente que emergió del mismo núcleo de los «comandantes» y líderes del 18 de octubre: Marcos Pérez Jiménez

Esta fue la historia y ella nos continúa marcando con todos sus signos, indelebles e inexorables.

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