Opinión Nacional

Si pudiera fusilar fusilaría

Chávez necesita, por un tiempito más, una oposición que legitime la condición democrática de su régimen. Nadie se atreve a hablar claro sobre la verdad que se esconde tras su pírrica e hipócrita tolerancia. Nadie se atreve a decir que el problema no es votar o no votar sino que estamos al borde de una guerra civil que el mismo Chávez comienza a necesitar desesperadamente.

El país opositor, hoy enormemente engrosado por los chavistas sin Chávez, está sangrando y vive un trauma enloquecedor ante la arbitrariedad de tener que escoger de qué manera ha de tomarse el veneno que se le ofrece.

La impudicia de algunos líderes de oposición, llamando a usufructuar, una vez más, el derecho democrático del sufragio, empaña vilmente la única propuesta sana, políticamente hablando, que debería de haber sido la consigna sine qua non de toda la colectividad opositora. Hablo, por supuesto, de la propuesta de los estudiantes del país de retrasar las fechas de un acto refrendario que es esencialmente ilegal si no se somete a una cuidadosa revisión rigurosamente democrática.

Para ser corto, ya que el tiempo apremia, les comento de que el título de esta pequeñísima nota nace de la misma boca de nuestro frustrado dictador; y nos indica, que no está lejos el día que, de un solo plumazo más, legalice el asesinato que le permitirá limpiar, como Stalin, Chauchesko o Hitler, los últimos escollos que le impiden sacrificar a su antojo, como en el imperio de los incas, las almas que satisfacen el apetito de los dioses que pululan en su endiablada e insana mentalidad.

Nadie se atreve a decir que la culpa de todo es la rampante locura de un insano maquiavélico con poder, nadie se atreve ni siquiera a decir que no lo dicen por miedo, nadie se atreve a destapar el volcán de odio y frustración que alberga este psicópata disfrazado de líder redentor, y nadie se atreve a decir en voz alta, exceptuando algunos iluminados, que somos nosotros mismos los que le damos vida al volcán que queremos apagar.

Sólo esperamos, cobijados con la esperanza de un trueno redentor, o una nube química, o un envenenamiento natural, que la providencia (o algún rey de verdad) nos termine de sacar de esta terrorífica pesadilla mortal.

Mientras tanto, vayamos todos a votar; aún sabiendo que igual, a todo el que no obedezca, lo van a eliminar.

Esa es la formidable estrategia política de todos los que nos ayudan a encaminarnos hacia la humillación; y en consecuencia, hacia el irreversible suicidio de nuestra libertad.

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