Opinión Nacional

Soberana malcriadez

Sigue en la agenda cotidiana de nuestro país, la ya célebre soberana malcriadez en que incurriera Su Majestad cuando envuelto en su aureola de soberbia y ante un arrebato de ira destemplada, increpaba al Presidente Chávez y le solicitaba no silencio, sino que se callara. Sí, soberana malcriadez jamás vista en escenarios semejantes donde siempre han prevalecido la educación y el orden por encima de la razón; pero que, de un tiempo a esta parte, por fin, están sirviendo para dirimir concepciones antagónicas frente a las diferentes materias que conforman la agenda internacional.

Sorprendió, por supuesto, esa irracional actitud de todo un Soberano que siempre se había preocupado por proyectar una imagen de persona accesible e, incluso, de hombre sencillo y simpático. Sin embargo, mayor sorpresa nos han causado las reacciones generadas en nuestro país por semejante desatino.

La mayoría de los analistas internacionales, quienes han hecho de la opinión un oficio, no han tenido ningún escrúpulo para salir a apoyar el majadero acto del Rey de la “madre patria”, en detrimento de los intereses de Venezuela y de toda la región considerada en su conjunto. Y no solo de parte de ellos, sino que connotados dirigentes de la disociación política criolla han tenido la desfachatez de asumir la vocería de nosotros, los venezolanos, para pedirle disculpas a una persona cuyos mayores méritos de vida son el de ejercer la vagancia como profesión y dirigir una monarquía rosa mal heredada, además, de uno de los regímenes mas antidemocráticos que se han conocido en la historia de la humanidad.

Grave error han cometido los analistas al extraviarse entre los árboles y perder la perspectiva del bosque. Parece mentira que hayan limitado sus análisis a aspectos puramente formales del diálogo entre dos jefes de estado en una reunión como la Cumbre Iberoamericana y, peor aún, que le hayan concedido todo el crédito al gestor de un acto de la mayor mala educación e irrespeto que pueda acometerse y que, sin duda, ingresará a la bitácora del foro como la acción mas dislocada que se haya sucedido en su ámbito.

Dentro del cúmulo de equivocaciones y omisiones en que han incurrido, la de mayor significación es la de olvidar el detonante que causó esta explosiva situación. No se trata de los calificativos, por demás justificados, emitidos por el Presidente Chávez en contra de un personaje de dudosa conducta frente al devenir de la historia contemporánea mundial –como lo es el ex Presidente de España, José María Aznar- que se pasea con sus aires de autosuficiencia por todo el mundo denigrando no solo de nuestro Primer Magistrado, sino del proceso político que democráticamente adelanta a favor de las grandes mayorías eternamente excluidas del sistema socio-económico del país.

Se trata del debate que sostenían los dignatarios de España y Venezuela y que iba más allá: Contraponían dos visiones sobre estilos o modelos de desarrollo, tema de particular trascendencia para nuestra región y estrechamente vinculado con la temática central de la Cumbre, la cohesión social. No podía, no puede aceptar el Presidente Chávez los criterios que sobre esta materia emitió el Presidente Rodríguez Zapatero y, menos aún, basado en las experiencias que han vivido Latinoamérica y el Caribe desde que el capital español comenzó a radicarse en sus territorios.

Frescas están todavía las expresiones del Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, acerca de la actuación de la empresa española que, previa privatización, controla el suministro eléctrico en su país. No podemos, olvidar tampoco, los desaguisados cometidos por la mas importante petrolera de la Península Ibérica en Argentina, durante la privatización de la empresa de hidrocarburos de ese país; o los vaciamientos de que fueron objeto las líneas aéreas bandera de tres países Suramericanos por parte de la mayor operadora española del sector; o los desastres causados por empresas de energía eléctrica en dos países del Cono Sur; y, así, podríamos listar infinidad de casos caracterizados por la corrupción y la ineficacia que han protagonizado empresas hispanas que, todas ellas nacidas –por cierto- al furor de la ola privatizadora que vivimos en el pasado reciente.

No cabe, entonces, ni cohonestar y, menos, congraciarse con la actitud de Don Juan Carlos, quien no só ofendió al Jefe de Estado de nuestro país, sino que le faltó el respeto a la dignidad del pueblo venezolano. La época en que bajábamos la cabeza aceptando las soberanas malcriadeces terminó hace casi 200 años… y para siempre.

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