Opinión Nacional

Soberanía cívica y hogar

Siempre se ha dicho que en toda sociedad, la familia es el sustento fundamental de la misma, entonces bien valdría afirmar que el hogar a su vez es la columna vertebral y eje de la familia. Aprovechando la oportunidad para hacer una breve reflexión sobre la idea de hogar y la interrogante de qué tipo de orden social y político podría respetar más cabalmente eso que confiere más su humanidad a los seres humanos, es decir, su hogar. La categoría de hogar pertenece a lo que los filósofos modernos llaman el “mundo natural”, cómo es el caso del checo Jan Patocka. El hogar es una experiencia existencial básica en todas las personas. Lo que percibimos como nuestro hogar en su significado filosófico, semeja un conjunto de círculos concéntricos con nuestro “yo” ubicado en el centro. Mi hogar es la habitación donde he vivido algún tiempo, pues me he acostumbrado a ella y la he impregnado, por decirlo así, de mi sello invisible. Mi hogar es la casa donde vivo, es la aldea o pueblo donde nací o en el que ahora resido. Mi hogar es mi familia, el mundo de mis amigos, mi entorno social o intelectual, mi profesión o actividad habitual, la empresa donde trabajo, mi centro laboral. Obviamente el país donde resido también es mi hogar, lo mismo que el idioma que hablo, pues mucho del clima espiritual de un país se encarna tanto en su idioma como en sus raíces y costumbres. Lo que nos rodea en su sentido más amplio es igualmente nuestro hogar, este planeta nuestro con su civilización actual y, desde luego todo el universo. Pero eso tampoco es todo: además, mi hogar es mi educación, mi crianza, mis hábitos, el ambiente social en el que existo el cual respeto y acepto como propio. Si todo esto es mi hogar, entonces trabajaré y lucharé con afán para conservarlo y mejorarlo, pues la felicidad del hombre y la sociedad no está sólo en la riqueza material, sino en su fuerza e inspiración espiritual que sea capaz de poner ese “yo” interior en función del “nosotros” colectivamente. Creo que cada uno de estos aspectos debería reconocerse y aceptarse como tal. No será sensato negar a alguien que desempeñe su papel, impedir por la fuerza que lo haga, o considerar a este menos importante o inferior al de los demás. Todos pertenecen a nuestro mundo natural y, en un orden social sólido, se debe tratar con el debido respeto a cada quien, dando a todos la oportunidad de lograr su propia realización. Esa será la única forma de crear los espacios necesarios para que los individuos existan como seres humanos y afirmen libremente su identidad, porque todos los aspectos de nuestro hogar junto con nuestro mundo natural en su totalidad, son parte integral de nosotros mismos y del entorno que nos permite definir la identidad personal de cada quien como humanos racionales e inteligentes. Una persona a quien se privara de todos los aspectos de su hogar, quedaría despojada de su esencia; de su propia humanidad.

Toda esta afirmación que hemos hecho al comienzo se contrapone de frente y directamente a modelos autoritarios y populistas que pretenden sin éxito imponer un pensamiento único y hegemónico en un mundo que ahora entiende muy bien el verdadero valor de la democracia y la libertad como ingredientes básicos para una sociedad más justa y un mundo definitivamente mejor para todos; por eso estoy, al igual que la mayoría de compatriotas y conciudadanos, a favor de un sistema político basado en el ciudadano, con todos sus derechos cívicos y humanos básicos considerados en su validez universal y, por lo tanto en su igualdad fundamental.

Esto significa que un miembro de esta o aquella raza, de uno u otro sexo, nación, condición económica, social o religión no pueden tener derechos básicos diferentes a los de cualquier otra persona. Así pues, estoy a favor de lo que se conoce como una “sociedad cívica” en donde la soberanía de la comunidad, de la nación o del Estado, como cualquier soberanía de alto nivel, deriva su validez de la soberanía original genuina, es decir, de la soberanía humana que encuentra su expresión política en la soberanía cívica.

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