Opinión Nacional

(S)obras de gobierno

Desquiciamiento. Luego de que varias palabras revolotearon sobre el espeso escepticismo que entraba desde la calle hacia la sala en la cual bosquejaba estas líneas, esta se detuvo en el papel, como término que intenta describir este agotamiento hecho país, esta resignación que pretende asfixiar definitiva y absolutamente la esperanza de un cambio, de una mejoría. Adecentar, a la Nación, al Estado, a la política, a la gestión de lo público y lo privado, el lenguaje, la Hacienda Pública, la Justicia, la economía, es un anhelo urgente, necesario, un imperativo que habita en millones de almas hastiadas de este espectáculo degradante de quienes no tienen intenciones, pase lo que pase, de abandonar el poder y los privilegios alcanzados.

Uno de los rasgos de este desquiciamiento que respiramos en cada intersticio de la República, bajo el gobierno de una “revolución” ya irremediablemente entrecomillada y desvanecida, es la de anunciar cruzadas contra cualquier problema como si fuera ésta una Administración que empezó ayer o antier, como si los 14 años fueran 14 días. Es este un gobierno que ya es pasado, pero que no se ha dado cuenta de ello porque ha perdido su tiempo alimentando un delirio socialista y personalista. Divorciado del clamor popular que pide paz, trabajo y diálogo, continua saqueando a la nación, y aferrándose impúdicamente a un poder que se resquebraja en las grietas de la impaciencia colectiva, en el cansancio ante tanto grito intolerante y asedio persecutorio contra medio país.

 

Maduro balbucea una intención, colgada del descaro, humedecida de absurdo y caricatura, y pide poderes especiales para luchar contra la corrupción que carcome a su gobierno, que devora el “legado” recibido de su antecesor, que tritura toda la perorata de soberanía y protagonismo popular, socialismo, gobierno de calle, humanismo, amor a los pobres y un etcétera largo e infame.

 

La paradoja es la sombra de Nicolás. Anuncia una lucha contra la corrupción desde el podio de un templo construido sobre el secuestro de los poderes, la persecución judicial y política a la oposición, el despilfarro atroz de los dineros públicos, el robo de un presupuesto hecho botín, y el acorralamiento a un sector privado al que ahora acude, al constatar la inviabilidad de su estatismo expropiatorio y controlador. El gobierno, (o cabría aludir a los varios “gobiernos” en términos de las facciones o grupos que se reparten el poder y las decisiones en su seno) está acorralado: debe pagar la costosa factura del irresponsable endeudamiento y asfixia a la economía privada que Chávez instaló como modelo económico, exprimiendo el grifo petrolero, exacerbando las importaciones y el consumo, y ahora ante su inviabilidad fiscal y cambiaria, y el deterioro de la infraestructura productiva petrolera y no petrolera, debe liberalizarla, abrirla. Declarar, que ese ilusorio modelo, no puede seguir. ¿Lo hará?

 

Como bien ha señalado el politólogo Jose Vicente Carrasquero, el gobierno es incapaz ya de generar confianza o legitimidad, y por eso enfila sus bayonetas de presión y guerra sucia para el fusilamiento moral de la oposición y de algunos de sus actores. El reciente episodio retórico del diputado Pedro Carreño, en florido y repulsivo lenguaje cloacal, se inserta en este esfuerzo oficial por esconder la soga en la casa del ahorcado, y será recordado, como un hito más en la historia de la degradación política de la democracia venezolana y con ella, de su Poder Legislativo.

 

En 1998 Hugo Chávez fue electo como líder visible de un mayoritario clamor nacional que exigía cambios sustanciales en la estructura política y en el Estado. La Constituyente de 1999, fue la herramienta para ese intento de cambio institucional. Hoy, la opción constituyente vuelve a sonar como un escenario que, sin embargo, soslaya la ausencia de un liderazgo opositor claro nucleado en torno a ella, y el laberinto de la partidización del árbitro comicial y del entramado institucional, partidizado in extremis, a través del cual dicha propuesta puede manipularse y volverse contra sus proponentes.

Las palabras siguen cayendo, como el sentido ético de las conductas que reflejan. Corrupción. Impunidad. Pillaje. Boliburguesía. División. Resentimiento. Desquiciamiento. Escasez. Son así, migajas de un poder que ha institucionalizado la corrupción que pretende perseguir, contagiando al cuerpo social con su praxis y ejemplo. Son, irremediablemente, verdaderas (s)obras de gobierno.

@alexeiguerra

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